sumergidos en ingentes cantidades de información,
no se habla sobre lo esencial, se calla sobre lo vital;
las voces más ruidosas llenan nuestros oídos, las más certeras se silencian:
la voz gastada de los mayores no se atiende ni valora;
la voz de los niños sin habla por su extremo desfallecimiento,
o de aquellos sobrevivientes de la calle hasta que una bala se interpone en su futuro;
la voz de los trabajadores precarios y exprimidos que deben dar gracias por ser explotados;
la voz de los agricultores de terceros países que siembran esperanza y cosechan miseria;
la voz de nuestros jóvenes ahogada en el inmenso y diverso consumo;
la voz de muchos países asfixiados por deudas falsas e inhumanas;
la voz del extranjero sin validez por falta de papeles;
Estas y otras muchas son las voces silenciadas en nuestro mundo
y sin embargo, merecedoras de toda atención y acción.
Todas las voces esperan ser escuchadas y atendidas al reclamar lo esencial: vida digna.
Debemos aunar nuestras voces con ellas, comprenderlas y hacer que se oigan.
Esas voces calladas deben ser la voces de nuestra vida,
pues son y quieren ser voces de vida, voz de vida.
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