4 de diciembre de 2011

Dignidad contra economía


Tras la información, la reflexión. Sabremos mucho o poco de economía. Pero los ciudadanos sabemos que la vida personal y colectiva es algo más que una combinación de acciones y números que nos permiten ganar o perder dinero.

Los señores de la economía, -esa pléyade servidores del capital- han equivocado su función por reducir el ser humano a economía. Y pretenden que nos encuadremos en ese molde sin rechistar.

Si sólo saben de números , de subida o bajada de la bolsa, de primas de riesgo, de bonos, de cobros de deuda usureros, es un problema que remite a reexaminar la atrofia de su personalidad, convertida en robot y que se propone, ¡maldita la gracia!, robotizarnos a todos. Les basa con que sepamos trabajar y consumir, en silencio, absolutamente conformados, y lograr que se cumpla el diseño economicista del nuevo orden internacional, y conseguir los objetivos de quienes, desde su obsceno bienestar, ven cómo se impone en todo el planeta.

Trabajar y consumir, sin desobedecer ni hacer valer otros anhelos ni perspectivas que sólo expresan gente desfasada, de metafísica trasnochada o de religión alienante. El progreso económico rompe ataduras de viejos valores , mitos y aspiraciones que ya no volverán.

Por donde se ve que el tema en cuestión no es la economía sino el ser humano, al que con todos sus recursos, especulaciones y secretismos quieren reducir a mercancía, como una baratija cualquiera.

Si, quienes deben contar con los financieros y economistas, no son capaces de hacerles ver que no hay economía válida que no sirva al ser humano; ni teoría económica válida que no sirva para resolver las necesidades y derechos básicos de cuantos formamos la especie humana; que la dignidad humana está por encima de la avaricia y de la prepotencia de una minoría; que las relaciones de unos pueblos con otros deben resolverse desde principios y valores que aseguren primariamente la justicia, la solidaridad, el respeto, la paz; que la economía debe estar supeditada a la vida humana, a la vida de cada persona, de cada pueblo, de cada nación, de cada continente , de la familia universal del planeta tierra; si no son capaces de hacer valer este orden, que no presuman luego de ser guardianes de la democracia, de los derechos y libertades humanas, de un orden internacional imprescindible, ni quieran persuadirnos por la buenas o por la malas hasta someternos.

No lo haremos. Porque hasta ahí no llega su poder. Y podrán espantarnos con el caos si no aceptamos ajustes, reformas y medidas que ellos imponen, pero darán contra un muro. La dignidad humana no es mercancía, ni se compra ni se vende. Si ellos no lo necesitan o lo necesitaban pero se han prostituido, nosotros mantenemos la dignidad que nos es natural, y no tienen fuerza ni argumento para convertir en rebaño la comunidad ni en mercancía la persona.

Hace tiempo que rebasamos la talla del mero materialismo, del racismo, del nacionalismo imperialista, del clasismo dominante; hace tiempo que nuestra evolución nos hizo ver otro horizonte, otra medida, otra forma de convivencia humana. La suya no vale repetirla, ha fracasado, pues no ha hecho sino frustrar nuestro progreso con enfrentamientos, guerras, sufrimientos y retrocesos.

Lo nuestro es ingénito e indeleble, que no se engañen. Y cada vez más se expande y se torna voz, demanda y derecho público. No podrán quebrar nuestra dignidad ni quemar nuestra moral. Su poder ni las toca.

Los nuevos señores del Orden Internacional lo saben muy bien. Hay cosas que ellos no han creado ni podrán manejarlas nunca, ellos mismos las llevan dentro aunque hayan apostatado y saben, por eso mismo, que se estrellarán y de persistir volverán a sembrar la injusticia, la desgracia y la guerra. Sus ideas son atávicas, fatuas, no se puede ir contra la historia. Y el tiempo lo escribe: pasaron las locuras imperialistas, racistas , nacionalistas y no pueden volver, disfrazadas ahora, de rescate o salvación economicista globalizada. Moverán resortes ideológicos, psicológicos, mediáticos, todo lo que quieran, pero no conquistarán ni un palmo del alma humana, invicta y superior a su codiciosa prepotencia.


(Benjamín Forcano)


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