“Creo que aún
no hemos hecho una teología profunda de la mujer en la Iglesia. En cuanto a la ordenación
de las mujeres la Iglesia ha hablaCiertametntedo
y dice no. Lo ha dicho Juan Pablo II, pero con unaformulación
definitiva. Esa puerta está cerrada. Pero quiero decirles algo: la mujer en la
Iglesia es más importante que los obispos y los curas. ¿Cómo? Esto es lo que debemos
tratar de explicar mejor. Creo que falta una explicación teológica sobre esto”. (En el encuentro con los periodistas en el
avión).
¡Esa es
muna puerta cerrada! Ciertamente lo es
desde hace más de 20 siglos y lo sigue
siendo. Pero, en el hoy del siglo XXI, es momento de preguntarse por qué está
cerrada y si hay motivos para que siga cerrada.
Todos
entendemos que haya podido ser así por
razones de una situación histórico-cultural muy distinta a la nuestra.
Situación que ha perdurado hasta hoy, pero no porque fuera una tradición “divino-apostólica”
sino por ser una praxis introducida desde el principio por motivos hoy bien
conocidos y explicables, pero que en modo alguno permitan elevar esta
praxis a categoría divina y deducir que la no ordenación de la mujer “forma parte de la constitución divina de la
Iglesia”. Las diferencias entre varón y mujer no son razón para someter la
mujer al dominio del varón y excluirla
de algunas tareas eclesiales.
La
Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II (30 de mayo de 1994), no aporta nada
nuevo, su enseñanza estaba incluida en documentos anteriores, sobre todo en la
Declaración del Papa Pablo VI Inter insigniores de 1976. Ni cuestiona
para nada las investigaciones históricas
o bíblicas. Juan Pablo II tuvo, es cierto, la voluntad de zanjar definitivamente la cuestión entre los fieles
de la Iglesia católica. Pero, de inmediato, muchos comentaristas católicos le replicaron que
esta es una cuestión abierta, una doctrina ajena a la Escritura y una verdad no
revelada. Por todo ello, no ha podido ser propuesta como una verdad de fe, ni
definida como una verdad de magisterio
infalible o ex - cathedra.
Los
argumentos aducidos por la Carta son más que débiles: el hecho de que Jesús eligiera entonces únicamente a varones, no quiere decir que lo hiciera exclusivamente y para siempre. Esa
exclusión a perpetuidad no va incluida en la acción de Jesús. Muchos teólogos y
teólogas han probado que no existen objeciones dogmáticas para la admisión de
la mujer a la ordenación sacerdotal. Y
los obispos alemanes advirtieron al Papa de la “no oportunidad” de la
publicación de esa Carta.
No es
objeto de este mi artículo entrar a describir la enorme literatura teológica
que siguió a la publicación de la Carta. Pero quiero destacar algunos aspectos fundamentales.
El
sacerdocio más que un derecho personal
es una vocación y un servicio a Dios y a la Iglesia. Y queda fuera de toda duda
que excluir a la mujer por razón de su
sexo del ministerio sacerdotal supone de
hecho una grave discriminación dentro de la Iglesia. Cristo no excluyó a la
mujer del sacerdocio. Dios no hace distinción de personas.
Como
muy bien ha escrito el teólogo Domiciano Fernández: “En la Iglesia católica se
ha decidido desde arriba, entre las Congregaciones romanas y el Papa. No se ha
tenido suficientemente en cuenta las
opiniones de las diferentes Conferencias Episcopales y de los sínodos de los obispos celebrados en Roma. Con los
documentos pontificios por delante, se
ha limitado la libertad de reflexión y
de expresión de las Iglesias locales y de los teólogos” (Ministerios de la mujer en la Iglesia, Nueva Utopía, 2002, pg.
235).
Es
precisamente este teólogo, que murió sin que le dejaran publicar su libro, a
quien me atrevo a recomendar. En opinión de teólogos que lo han leído, es un libro espléndido para conocer a fondo esta
cuestión, por su rigurosa documentación
histórica y por su mesura e imparcialidad en valorar las razones de una y otra
parte.
Cito
como conclusión estas sus palabras: “Mi
actitud fue desde el principio la de estudiar e investigar estas cuestiones sin prejuicios y sin tomar
partido de antemano por ninguna opción concreta, sobre todo en el problema de
la posible o no posible ordenación de la mujer. Sin prisas y sin intereses
personales de de ninguna clase, comencé a estudiar la cuestión de la Sagrada Escritura y en la tradición de
la Iglesia, valiéndome las monografías y
amplios estudios que han hecho otros
autores sobre estos temas y confrontando
las fuentes siempre que me fue posible.
Pronto
me convencí de que no existía una
dificultad dogmática seria que impida la
ordenación sacerdotal de la mujer. No existen argumentos serios sacados
de la Sagrada Escritura, donde no se plantea esta cuestión. Los
argumentos teológicos deducidos de que el sacerdote representa a Cristo
varón y el de alianza nupcial entre
Cristo y su Iglesia (de los que me ocupo
en el capítulo VII) no me parecen
convincentes. Los argumentos que con tanta frecuencia han dado los Santos
Padres y los teólogos, fundados en la inferioridad, en la incapacidad y en la impureza de la mujer, son
inadmisibles y nos debieran llenar de
vergüenza y sonrojo a los crsitianos” (Idem, pp. 11 y 12).
“
Muchos años de estudio no han podido
convencer ni a los teólogos ni a los biblistas de que sea expresa
voluntad de Cristo excluir a las mujeres
del ministerio ordenado. Los ministerios los ha creado la Iglesia según las necesidades de los tiempos y según la cultura de la época. Han cambiado
y siguen cambiando.
Lo que
los biblistas y teólogos rechazan y no ven oportuno ni conveniente es que se
quiera zanjar de un modo definitivo la
cuestión de principio, cuando no hay argumentos válidos que fundamenten esta decisión. Una decisión del Papa no puede convertir en
palabra revelada lo que realmente no lo es.
Es un anacronismo invocar el
ejemplo de Cristo o de los apóstoles para deducir que se trata de una verdad que pertenece al
“depositum fidei”. Y si no se trata de una verdad revelada el Papa no tiene
autoridad para proclamarla como infalible
o como verdad de fe. Me parece esencial
que haya más diálogo, más libertad, más
espíritu de comunión. Que Roma no se
limite a proclamar verdades y dar
órdenes. Es necesario es cuchar lo que
otros dicen. Escuchar para reflexionar y
aprender , y no sólo para enseñar. Es
importante descubrir lo que Dios nos
habla a través de los signos de los tiempos” (Idem, pp. 271-272).
(Benjamín Forcano).
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