7 de enero de 2009

La buena educación

No, no me refiero a ninguna nueva película de Pedro Almodóvar ni nada por el estilo. Con este título quiero apuntar una reflexión que me han provocado mis últimas semanas.

Resulta que, desde hace cerca de dos meses, me tuve que venir a Irlanda (Dublín en concreto) a vivir durante un año, por motivos profesionales. Pues aparte de lo bello del país, y de la ciudad (y de lo frío) hay algo que me ha llamado poderosamente la atención: yo ya conocía esto y sabía de lo acogedores y agradables que son los irlandeses. Pero lo que ignoraba (y de lo que nadie me había hablado tampoco) es su exquisita educación. Para muestra valen algunos botones:

Por ejemplo, siendo Dublín una ciudad de unos dos millones de personas aproximadamente, y con su tráfico atascado como cualquier gran ciudad que se precie, es absolutamente difícil que el visitante oiga un bocinazo de cláxon de coche. Los irlandeses en general (y dublineses en particular) son extremadamente pacientes (incluso se podría decir que tranquilos hasta desesperar al turista). Pero no sólo no te pitan sino que te dejan incorporarte (casi el 100% de las veces) a la avenida o calle en cuestión, no se cuelan, no hacen adelantamientos absurdos y temerarios, respetan la “lana Bus” (o carril para buses y taxis) –prefieren estar completamente atascados antes que adelantar por el carril bus, auque éste esté completamente vacío. Respetan los “Keep clear”, o espacios de incorporación a la calzada (bien para salir de una vivienda particular, bien en determinadas rotondas). Esto es sólo referido al tráfico.

En las tiendas, bares, y establecimientos en general, no verás a un irlandés colarse… ni protestarte si te cuelas tú (lo malo es que podría preguntarte: “¿es Vd italiano o español?”). Bueno, esto es una ironía mía: ellos son demasiado educados para molestarte con preguntas insidiosas.

La primera vez que fui a una gasolinera (acostumbrado a que en España hay que pagar primero y servirse el combustible después), cuando fui a pagar, me dice la señora: “pero si aún no se ha echado Vd la gasolina”. Entonces, me lo explicaron: Vd se sirve primero y después paga. Y no hay cámaras para vigilar si alguien sale corriendo sin pagar. No hacen falta: los dublineses no se van sin pagar.

En muchas tiendas de ropa (por ejemplo, Penneys, una de las más concurridas y famosas), las prendas no tienen el famoso adminículo antirrobo, ni en la puerta hay detector para que salte alarma alguna en caso de robo (estas cosas sólo las ponen en verano, por la alta afluencia de turistas –y ahora no ironizo-). En muchos supermercados, hay unas máquinas en las que el cliente va marcando cada cosa que coge y las va guardando directamente en su bolsa (de donde ya no las volverá a sacar), después llega a la caja y, simplemente, enseña su ticket y paga, sin que el cajero/a le haga la más mínima pregunta ni le registre bolsa alguna). ¿Imaginan Vds, por ejemplo, este invento en el Alcampo de Sevilla (mi ciudad), por ejemplo? ¿Creen Vds que a alguien se le podría escapar meter algo en la bolsa sin haberlo marcado? Me da pena con sólo pensarlo. (En supermercados de Dublín como algunos Super Queen, Duns Store o Tesco, me he encontrado este sistema de pago).

En varias ocasiones me ha ocurrido que he preguntado alguna dirección por la calle y el dublinés en cuestión ha sacado su móvil, ha hecho su llamada para preguntar lo mío, y después me ha respondido (en una ocasión, llamaron hasta a la compañía de taxi para ayudarnos).

Si Vd pierde, por ejemplo, su teléfono móvil en un bar, pub o tienda, lo más normal es que Vd regrese al lugar en cuestión, pregunte al encargado o dependiente y éste le devuelva su móvil (que alguien se habrá encontrado y, en vez de quedárselo, lo ha entregado). A mi hija le pasó: se le olvidó el bolso en una silla de una enorme cafetería del Shopping Center de Dundrum (el más grande de Europa, con cinco plantas), se dio cuenta en la calle, subió a la cafetería de la quinta planta, el bolso no estaba en la silla, pero le preguntamos al encargado y, como siempre, alguien se lo había encontrado y lo había entregado.

Pero lo más llamativo me ocurrió hace dos semanas: fui al Phoenix Park, un descomunal parque en el Noroeste de la ciudad. Alquilé una bicicleta y, al rato de estar pedaleando, me doy cuenta de que he perdido las llaves de mi coche. Con la lógica preocupación, me vuelvo hasta donde tenía aparcado el coche y veo que hay un papel en el limpiaparabrisas, en el que alguien me ha dejado escrito: “Las llaves de su coche estaban en el suelo: se las dejo debajo de la rueda delantera derecha”. Y allí estaban las llaves. ¿Creen Vds que en mi ciudad me hubiesen hecho lo mismo, o a lo mejor hubiesen dicho “qué suerte, me acabo de encontrar un SEAT Altea nuevo”?

Si alguien objetara que esto puede ser casualidad, le respondo que “casualidad, casualidad, pueden ser una vez o dos, o tres, pero ¿siempre?”

Ah, y por no contaros que, cada vez que chocas fortuitamente con alguien (al entrar en un ascensor, o en una escalera mecánica, o simplemente en una esquina por la calle), aunque la culpa no sea del irlandés, él se adelantará y le dirá “I´m sorry” (lo siento). Y esto incluye, para mi asombro, hasta a los adolescentes: más de una vez he tropezado con alguno de ellos y él se ha disculpado. Esto último me recordaba a algunos alumnos de mi instituto de España, que no es que no se disculpen, es que te asesinan con la mirada.

Y paro ya de poner ejemplos, porque no acabaría nunca.

Cuando he comentado estas cosas con otros españoles que hay por aquí (que, por cierto, son legión), todos responden lo mismo: que eso es cosa de la educación.

Sí, claro, pero eso es casi como un juicio tautológico kantiano. Es como decir que para hacer la tortilla hay que cascar el huevo. Y hasta ahí llegamos: la buena educación es cosa de educación. Enunciado analítico cien por cien, puro de oliva. Pero, ¿cómo, dónde y cuándo se empieza a hacer eso? Mi problema es que pienso las palabras “Educación” y “España” y no me cuadran. ¿Educación en las familias? ¿En la escuela? ¿En las instituciones públicas en general? ¿En el ejemplo que nos dan los políticos? ¿O en el que nos dan esos tertulianos televisivos que, por no hacer, ni siquiera respetan los turnos de palabra, gritan, se interrumpen y hablan todos a la vez? ¿O quizá se trate del ejemplo de educación y responsabilidad que nos dan nuestros congresistas (digo nuestros porque los pagamos, no por otra cosa), faltando continuamente a su trabajo en el hemiciclo?

Y tengo que dejarlo aquí también porque, al igual que con los ejemplos de buena educación en Irlanda, no acabaría nunca. Sí, ya sé que habrá quien diga que “quién es el tonto éste, que lleva dos meses en Dublín y ahora nos quiere enmendar la plana”. E incluso habrá quien me llame antipatriótico.

Y yo, la verdad, paso de ambas críticas: si no me preocupase España, si no me doliera mi país, no estaría intentando reflexionar acerca de cómo mejorar su educación. Ésta es el primer peldaño para poder aspirar a una sociedad moderna, democrática, justa y solidaria. De ahí mi apoyo a todo lo que sea educación ética en la escuela (incluida “Educación para la ciudadanía”, of course), a todo lo que sea escuelas de padres, seminarios, lucha por un televisión culta y de calidad, programas de formación de jóvenes… y un largísimo etc.

El filósofo José Antonio Marina recuerda repetidamente ese dicho zulú de que “para educar a un niño hace falta toda la tribu”. Y el ínclito juez de menores Emilio Calatayud (muy de moda últimamente) también insiste hasta la saciedad en que los problemas de “la ley del menor son un compromiso de toda la sociedad”. Dicho de otra manera: con padres y maestros mucho más y mejor concienciados, estarían las cárceles de menores vacías o semivacías. Le doy la razón a los dos: aquí estamos pringados todos. Y amar el país de uno no consiste en salir a la calle con banderitas rojigualdasamarillas el día de la Hispanidad, a cantar “Viva España, fuera ZP, o ico-ico-ico, todos contigo Fedeguico”. Amar a España es comenzar a trabajar por su educación: boicoteen la telebasura, amigos, exijan a los gobiernos y a los partidos de la oposición un acuerdo por una ley de educación de verdadera calidad, exijan a los maestros y profesores que hagan bien su trabajo o se vayan a la calle (y dejen el sitio a otro), pero, sobre todo, exíjanse a Vds mismos trabajarse más personalmente, y cuidarse más y mejor de sus hijos.

No, el tonto éste que lleva dos meses en Dublín no es un antiespañol (o neoirlandés irredento); no es más que uno que se hace eco y diana de las duras palabras de Fernando Díaz Plaja, cuando, en “El español y los siete pecados capitales” afirma que “el pecado español, por antonomasia, es la envidia”. Eso es lo que me pasa a mí: que llevo dos meses aquí y, cada vez que salgo a la calle, me muero de envidia.

No hay comentarios:

Web Analytics