11 de junio de 2013

El Juez Garzón volverá más pronto que tarde


Han pasado tres años desde que el juez Baltasar Garzón fuera suspendido de sus funciones de juez por el Tribunal Supremo.

El juez Garzón llegó a la política como emblema de la ética y de la honradez. Y como no pudo “tirar del manto de la corrupción que cubría lo que allí dentro había”, se marchó, por seguir fiel a su principio: “Quiero servir escuchando la voz de la conciencia, la antigua y buena voz que no traiciona nunca” (Evgueni Evtuchenko).

Los ciudadanos sabemos que, según la Constitución española, la Justicia emana del pueblo, sus sentencias deben estar motivadas y debe ser imparcial (Art. 117-127). A poco que hayamos seguido el caso Garzón, nos damos cuenta de que a este juez justo lo condenaron colegas de profesión incumpliendo tres características: desoir el clamor del pueblo que enaltece y aplaude a Garzón, haberlo llevado al banquillo sin ninguna prueba y haberlo hecho con escandalosa parcialidad.

Jueces han sido los que han trabajado y colaborado para destruir la credibilidad del juez Garzón. Los jueces sabían muy bien de dónde arrancaba toda esa campaña. Nosotros nos informamos y ponderamos argumentos. En este caso, resulta desconcertante que al juez más conocido por su independencia y valentía no se le reconociera ningún mérito y se le sometiera a un acoso escandaloso: ninguna prueba, investigaciones omitidas, artimañas inusuales, requerimientos desatendidos, una trama que deja traslucir todo menos ecuanimidad y reconocimiento.

Lo ocurrido surgió al iniciar Garzón su investigación sobre la trama corrupta Gürtel, con la cual políticos y no políticos pudieron comprobar que se les acabó la impunidad. Y para esto no hay perdón ni imparcialidad por más que digan lo contrario. Contra Garzón todo vale: calumniar, mentir, urdir falsedades que la población no puede clarificar, a la espera de que pueda dudar de su honorabilidad y aplauda su expulsión de la Judicatura.

La sentencia del Supremo provocó encono y consternación

El 14 de mayo de 2010, el juez Garzón, a sus 55 años, después de 22 años de brillante ejercicio profesional en la Audiencia Nacional, fue suspendido en sus funciones por el Tribunal Supremo. La suspensión la tomaron sus miembros –17 vocales y el presidente– por unanimidad, por la razón de haber abierto una investigación contra las desapariciones del franquismo. Tal investigación no le competía y había cometido delito de prevaricación. La portavoz del CGPJ, Gabriela Bravo, declaró que los jueces procedieron “con independencia y responsabilidad” y que el Tribunal Supremo en sus 30 años de democracia siempre ha procedido “conforme a Derecho”.

A los miembros del Tribunal de nada le sirvieron los numerosos escritos de jueces y magistrados publicados dentro y fuera de España para repensar su decisión. Dijeron aplicar la ley. Y lo hicieron, pero sin atender las mil razones que impulsaban a revisarla. La ciudadanía lo entendió así y pensó que la suspensión fue injusta, inoportuna y desproporcionada.

Y la sentencia deja entrever, por más que se la quiera mal justificar, otros intereses y motivaciones. No obstante, en democracia la postura de cuantos discrepamos, es aceptar la decisión del Tribunal Supremo. Es a él a quien le compete tomarla y así está determinado en nuestra leyes. Pero, al mismo tiempo, y con no menor firmeza, no estamos dispuestos a conceder infalibilidad a las decisiones del Tribunal Supremo ni suponer cándidamente su independencia. Todos podíamos barajar la decisión del Tribunal mirando a la asignación política de sus miembros. Venía cantada.

El Magistrado del Supremo Luciano Varela, conocedor de la causa, interpretó que el Supremo podía proceder contra el juez Garzón “por haber cometido delito en el ejercicio de sus funciones”, y así lo comunicó al CGPJ, quien hizo efectiva la suspensión. Sostener que la investigación abierta contra las víctimas vencidas del franquismo es un delito de prevaricación no procede si antes y a la par no consideramos otros valores que la letra de la ley de amnistía no puede descartar: junto a ella hay una legislación internacional que abre y amplia su sentido literal en el sentido de que trata no de delitos políticos sino de guerra; el juez Garzón ha sido avalado por otros jueces españoles que consideran legítima la interpretación que él ha dado a la ley; el contexto de entonces ha cambiado y existen ahora condiciones socioculturales más maduras que permiten reparar una injusticia desatendida y restañar heridas que nunca se cerraron y hacen posible una convivencia más justa para el futuro; la querella proviene de asociaciones implicadas en la represión franquista y que actuaron en la eliminación de muchas víctimas; la trayectoria del juez Garzón es éticamente encomiable y muy positiva para el proceso de la democracia española y también para otros países que han sufrido dictaduras y se han beneficiado de su valiosa intervención como juez; detrás de la querella se encuentran fuerzas e intereses de tipo terrorista, financiero y político que el juez Garzón ha descubierto y procesado, y han reaccionado contra él con odio y venganza.

¿Los 18 jueces del Tribunal Supremo pueden -todos, sin excepción- aportar imparcialidad en este caso? ¿No le sobran razones a Garzón para recusar a algunos de ellos y, en especial, al magistrado Luciano Varela, instructor de la causa?

El supuesto y discutido delito de prevaricación, con todas estas circunstancias, bien podía ser reinterpretado sin apartarse de la justicia y más tratándose de un compañero universalmente elogiado como lo muestran los 80 premios nacionales e internacionales concedidos y los 12 doctorados honoris causa. Lo triste del caso es que, ante la solicitud de Garzón para su traslado a la Corte Penal Internacional, se activaron de una manera inusual llamadas y convocatorias para asegurar su suspensión.

Todo esto nos ha hecho ver que los jueces, también los del Supremo, son hijos de una sociedad y de una cultura, de una ideología, de una opción política concreta. Pero esto no debiera impedirles que, al ejercer una función pública, la desempeñaran sin más consideración que la justa e igual aplicación de la Ley para todos, sin ninguna discriminación. Imparcialidad debe ser su lema según prescribe la Constitución Española.

Por fortuna, en esta sociedad corrupta y cobarde, todavía gozamos de la ejemplaridad de hombres como Garzón.

Hay que tener muy arraigados los principios éticos, una gran profesionalidad, una coherencia a prueba de bomba y una gran fortaleza para no sucumbir ni dejarse domar ni deprimirse como lo ha hecho él. Sabía en qué territorio se movía, veía venir la adversidad y sentía la sierpe que se le acercaba e iba a caer sobre él: la miserable envidia, impotente y, además, forjadora de bulos y calumnias.

En millares de ciudadanos un comportamiento así produce orgullo y satisfacción, devuelve la confianza en la condición humana , lo saludamos como victoria de quien nos ha representado dignamente y no ha sucumbido. Con hombres y jueces así, hay garantías y esperanzas para emprender una regeneración de la vida social y política. Los que actuaron de jueces hemos visto a qué nivel han caído; el condenado, aunque expulsado, sigue siendo juez con toda la legitimidad y brilla como figura egregia que nos honra, ensalza a España y esperamos que, pronto más que tarde, vuelva a proseguir su excelsa y difícil labor.

(Benjamín Forcano)

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