LOS IDEADORES de la movilización permanente de funcionarios contra el decreto
5/10 -el de la funcionarización by the face de los trabajadores de la
administración paralela de la Junta- son dignos de encomio. Ignoro quiénes
son. Imagino que pertenecen a esa élite meritocrática de la administración
autonómica ninguneada por sus jefecillos políticos. Debe ser muy duro obtener
por oposición una plaza de alto funcionario y recalar en un negociado donde el
que manda carece de estudios superiores, o de experiencia profesional
específica o, simplemente, de talento. Muchos de ellos han trabajado y
trabajan tragándose sus principios y mordiéndose la lengua. Y es que al
contestatario se lo condenaba hasta ahora al ostracismo, es decir, a la nada
profesional, al despacho-zulo, a la mesa vacía, a la invisibilidad. Hasta
ahora.
Los incansables rebeldes han optado desde el principio por la simplicidad:
sólo exigen que el decreto 5/10 sea derogado. Intentando conjurar esta gran
rebelión, Griñán ha depuesto al responsable del engendro legislativo, ha
propiciado una negociación fantasmagórica con los sindicatos áulicos, ha
recurrido a la teoría conspiratoria y ha abusado de las descalificaciones
soeces. Todo en vano. Casi tres meses después de la aprobación del decreto, la
movilización no ha decrecido. Al contrario: la manifestación del pasado sábado
en Sevilla tuvo un éxito abrumador, incontestable. Griñán ha perdido, además,
la batalla propagandística: el decreto no es el del ahorro presupuestario, ni
el de la modernización de la Función Pública. Es el decreto del enchufismo. A
mediodía del sábado aún colgaban de las verjas de los jardines del Parlamento
docenas de enchufes baratos, de esos que se compran por menos de un euro en
las tiendas de los chinos. No cabe mayor concisión gráfica, ni mayor impacto
simbólico. El enchufe cutre ha sido convertido en el nuevo e infamante logo de
la Junta.
Los insurrectos han asfaltado un camino que, hace dos años, abrieron los
profesores de bachillerato andaluces: el de la protesta ciudadana elemental,
el de la democracia entendida como rebelión colectiva contra los abusos de
poder. Los profesores rechazaron masivamente el Plan de Calidad Educativa, es
decir, una bufanda de 6.000 euros a cambio de aumentar el número de aprobados.
Hoy están siendo castigados con el desarrollo del ROC, el nuevo reglamento de
organización de centros que convertirá a muchos directores en comisarios
políticos. Los funcionarios disidentes no correrán la misma suerte. Su
movilización, a diferencia de la que propició aquel fallido plan, no es
discontinua ni efímera. Han descubierto la virtud de la perseverancia, del no
pasarán. No cejan, no dan tregua, no se dejan engatusar. Y lo más meritorio de
todo: ya no tienen miedo.
(José Antonio Rodríguez Tous)
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