Nos dan como cierto que existe una crisis, pero no sabemos en qué consiste, ni quién la provoca, ni de qué manera afecta a unos y a otros.
Nos dan como cierto que la crisis afecta a países de la zona euro por una deuda contraída, que esos países pueden ser rescatados con millones y millones de euros pero nadie sabe quién aporta esos millones, ni por qué los ciudadanos del país rescatado tienen que pagar la deuda mediante reformas que limitan su bienestar e ingresos, ni saben por qué razones el rescate toca a unos países y no a otros, ni de quién recibe autoridad la Unión Europea, el Banco Central o el FMI para fijar el precio del rescate ni la cuantía precisa de las reformas. Los ciudadanos no saben a dónde van los millones y millones de sus euros pagados, quién los administra, quien dicta la sentencia de quiebra sobre tal o cuál país y las consecuencias en el caso de que ese país se negase a aceptar las reformas impuestas.
Los ciudadanos no saben, y esto genera desconcierto, inseguridad, descontento, rebeldía. No saben, temen el engaño, no colaboran. En una democracia, lo primero es saber. Sin diágnóstico, no hay tratamiento de la enfermedad, o lo hay pero equivocado e ineficaz. Estoy convencido que la crisis no es ni está en lo que nos dicen los grandes medios, ni es por causa de tal o cual partido, tiene otras raíces ocultas, perversas y potentísimas, que escapan a nuestra mirada.
¿Cómo es posible que Bill Cross director del Fondo PIMCO y el mayor gestor de bonos del mundo, afirme que la situación financiera de Estados Unidos es mucho peor que la de Grecia, pues tiene una deuda superior a los 15,3 billones de euros y que nadie le reclame devolverla? ¿De dónde, y a través de quién, saca Estados Unidos el dinero para mantener sus 800 bases militares en el mundo y sostener la galaxia de guerras que está propulsando constantemente, ahora en Africa, Oriente,... con un presupuesto militar de locura, superior al del mundo entero? Ese complejo bélico industrial militar está condicionado el rumbo de la humanidad y nos está llevando a todos por un rumbo que nos lleva al desastre.
El diablo de la crisis tiene en este caso nombre y no cabe sino aceptarlo o negarlo, doblegarse o rebelarse. La indignación, estoy convencido, no alcanzará su verdadero blanco hasta acabar exigiendo: No a la guerra.
(Benjamín Forcano)
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