La vidente de El Escorial sigue sin ser enterrada y es objeto de peregrinaciones y rogativas por parte de sus fieles. No se me ocurre una metáfora mejor de esta España del “Vivan las caenas”a la que nuestros gobernantes, armas de destrucción masivamente elegidas por el propio pueblo en un momento suicida, nos están devolviendo. En realidad, siempre ha sido así: si el fiambre tiene el acierto de no cambiar de sitio, la marea reaccionaria regresará a su lado, y el culto continuará. No cerréis el Valle de los Caídos ni permitáis atentado alguno contra su recia y castellana arquitectura: veréis casarse en él a los hijos de Rajoy o de Gallardón.
La España del Opus y de los obispos faldisecos, de Queipo de Llano y de Ana Impunidad Botella, de Wert y de los antiilustrados, de Ignacio González el Privatizador y Díaz Ferrán el Manos Peligrosas, la España del crucifijo y la pandereta. La maligna España que siempre conspira contra sus mejores hijos, la que uniforma y mata. La España mitad catequista, mitad verdugo, sazonada por el credo neoliberal.
Matar la enseñanza, la sanidad, la justicia, el empleo... Las conquistas sociales, la equidad, la laicidad, la diversidad. Cuando los jóvenes despierten del mal sueño que constituye su falta de oportunidades en el mercado laboral, descubrirán que apenas pueden moverse bajo el peso de los antiguos grilletes.
Así las cosas, queridos miembros del Gobierno, si queréis promover la marca España en el extranjero deberíais ser honestos y grabar un vídeo con el surtido de peinetas de Cospedal. Como banda sonora, las carcajadas histéricas del tal Wert, esa risa de quien aún no se cree que la Historia le haya convertido en instrumento de aniquilación en lugar de reservarle una suite en Ciempozuelos, por usar una expresión tan retrógrada como el propio ministro
(Maruja Torres)
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