Las organizaciones de defensa de los derechos humanos acusan a los paramilitares de haber cometido, desde mediados del siglo pasado, más de 40.000 crímenes. Una cifra aterradora como lo es también el modo en que acaban con sus víctimas, en muchos casos descuartizándolas con motosierras para hacer desaparecer sus cadáveres.
En 2002, el presidente Álvaro Uribe inició la negociación con los paramilitares que incluyó la promulgación de la llamada Ley de Justicia y Paz, cuyo teórico objetivo es la reincorporación a la vida civil de miembros de grupos armados al margen de la ley (paramilitares), garantizando los derechos de las víctimas a la verdad, justicia y reparación. Sin embargo, Naciones Unidas y otros organismos internacionales consideran que esta norma conduce a la impunidad, porque no garantiza los derechos de las víctimas y sólo contempla penas de un máximo de 8 años de cárcel para los acusados de crímenes de lesa humanidad.
Supuestamente, el proceso de paz ha facilitado que más de 30.000 paramilitares dejen las armas. Pero se ha comprobado que más que una desmovilización ha sido un reciclaje: gran parte de los desmovilizados se han integrado en nuevas bandas –existen 80 grupos de exparamilitares- que siguen controlando los bienes que usurparon a sus víctimas y actúan, en complicidad con el Ejército, contra quienes cuestionan el poder establecido. Desde que anunciaron su desmovilización hasta 2005, los paramilitares han asesinado o hecho desaparecer como mínimo a 2.750 personas.
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