¿Por qué en España ningún millonario ha dado todavía un paso al frente para pedir que le suban los impuestos, como han hecho en Francia o Alemania? Yo se lo diré: porque nuestros ricos no se ven a sí mismos ricos, no piensan que hablemos de ellos cuando decimos “ricos”.
Si entran en un restaurante con aparcacoches, se acercan a una mesa y preguntan a varios hombres de negocios por una subida fiscal a los que más tienen, los comensales responderán al unísono: “Eso, eso, que paguen los ricos.” Vamos, que no va con ellos, que no se sienten aludidos.
Se atribuye al ex ministro socialista Fernández Ordóñez el comentario de que cada vez tenía más amigos que eran personas jurídicas y menos personas físicas. Ése es uno de los principales efectos del dinero, una cualidad alquímica: a partir de un nivel de ingresos, la persona física se evapora, se transustancia en persona jurídica, y el rico deja de ser rico.
Aquí lo primero que hace un rico, un rico de verdad, no es comprarse un mercedes, ni cambiar de casa ni descorchar champán, sino contratar un asesor fiscal de ésos que consiguen que la declaración te salga a devolver y hasta te den beca de comedor para los niños. Cuanto más dinero tienes, más posibilidades de esconderlo.
Decía hace unos días Rubalcaba que algunos quieren un Estado del Bienestar sueco con impuestos eslovenos, y tiene razón, pero a continuación añadía que no era el momento de abrir el debate fiscal. Nunca es el momento: cuando las cosas van bien, para qué meternos en jardines enmarañados; cuando las cosas van mal, cuidado no sea que asustemos al dinero cuando más falta hace.
A mí, que soy autónomo, cada año me sale la declaración a pagar, y no poco. Sin llegar a sentirme orgulloso, sí que intento hacer dos razonamientos a la hora de aflojar: que si pago más será porque he ganado más; y que mis impuestos permiten que el país funcione. Pero claro, no deja de ser un ejercicio de voluntarismo que choca con dos realidades: la primera, que aquí el que más gana es también el que menos paga, empezando por empresarios y profesionales que declaran menos que los asalariados; y la segunda, que nuestra contribución no se corresponde con lo recibido, en momentos en que el Estado del Bienestar está en cuarto menguante.
Para el 20-N, lo más interesante de los programas electorales debería ser el apartado fiscal. Veremos.
Si entran en un restaurante con aparcacoches, se acercan a una mesa y preguntan a varios hombres de negocios por una subida fiscal a los que más tienen, los comensales responderán al unísono: “Eso, eso, que paguen los ricos.” Vamos, que no va con ellos, que no se sienten aludidos.
Se atribuye al ex ministro socialista Fernández Ordóñez el comentario de que cada vez tenía más amigos que eran personas jurídicas y menos personas físicas. Ése es uno de los principales efectos del dinero, una cualidad alquímica: a partir de un nivel de ingresos, la persona física se evapora, se transustancia en persona jurídica, y el rico deja de ser rico.
Aquí lo primero que hace un rico, un rico de verdad, no es comprarse un mercedes, ni cambiar de casa ni descorchar champán, sino contratar un asesor fiscal de ésos que consiguen que la declaración te salga a devolver y hasta te den beca de comedor para los niños. Cuanto más dinero tienes, más posibilidades de esconderlo.
Decía hace unos días Rubalcaba que algunos quieren un Estado del Bienestar sueco con impuestos eslovenos, y tiene razón, pero a continuación añadía que no era el momento de abrir el debate fiscal. Nunca es el momento: cuando las cosas van bien, para qué meternos en jardines enmarañados; cuando las cosas van mal, cuidado no sea que asustemos al dinero cuando más falta hace.
A mí, que soy autónomo, cada año me sale la declaración a pagar, y no poco. Sin llegar a sentirme orgulloso, sí que intento hacer dos razonamientos a la hora de aflojar: que si pago más será porque he ganado más; y que mis impuestos permiten que el país funcione. Pero claro, no deja de ser un ejercicio de voluntarismo que choca con dos realidades: la primera, que aquí el que más gana es también el que menos paga, empezando por empresarios y profesionales que declaran menos que los asalariados; y la segunda, que nuestra contribución no se corresponde con lo recibido, en momentos en que el Estado del Bienestar está en cuarto menguante.
Para el 20-N, lo más interesante de los programas electorales debería ser el apartado fiscal. Veremos.
(Isaac Rosa. Público).
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