La democracia actual, la de votar una vez cada cuatro años, ni funciona ni es creíble. La abstención es casi siempre la ganadora en todos los comicios electorales y los partidos que ganan pueden convertirse, si consiguen mayoría absoluta, en dictadores por cuatro años, probablemente el sueño de Rajoy.
Afortunadamente, la desmotivación por esta falsa democracia nos ha regalado una inteligente protesta. Un miembro del Grupo antimilitarista Tortuga de Elx, Adrián Vaíllo, se ha declarado objetor electoral, no va a acudir el próximo domingo a la mesa electoral a la que ha sido convocado por el azar de algún ordenador de la Administración. Adrián muestra su desacuerdo con el modelo político y económico a través de una de las estrategias no-violentas de mayor impacto, la desobediencia civil. Ha decidido desobedecer en conciencia pero sin huir de las consecuencias de sus actos, asumiendo el castigo que le pueda imponer un juez aplicando la legislación vigente y, sobre todo, explicando a la sociedad el porqué de su objeción de conciencia. Pero esto no es todo. Adrián Vaíllo no está solo. Varios miembros del Grupo antimilitarista Tortuga han pedido la apostasía al sistema electoral, es decir, que les borren del censo electoral, para ni siquiera aparecer en la lista de quienes puedan votar.
Con estas acciones se demuestra que queda mucho por hacer para que esta democracia nos la creamos un poco. Acciones valientes y creativas como las de los antimilitaristas alicantinos nos muestran que las cosas pueden cambiar si desobedecemos un poco, o mucho, según de lo que hablemos. Porque el cambio real empieza cuando nos sentimos interpelados por quienes se dedican a abrir caminos.
(Jordi Calvo. Público)
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