Me preguntaron para una entrevista si Rajoy es el hombre adecuado para esta crisis. Respondí que, en primer lugar, esto no es una crisis. Esto es una remodelación del mundo, emprendida por los poderosos para que los débiles pierdan lo poco que han conseguido a lo largo de décadas de lucha. Esta es una asiatización, una tercermundialización (palabras nuevas para tiempos nuevos) de Europa, de la más indefensa, y más que eso, es el surgimiento de cosas que ni siquiera somos capaces de imaginar. Por lo menos, yo no tengo ni idea, pero me parece que caminamos hacia sociedades para las que Juego de tronos (adoro esa serie que representa nuestro pasado en el corazón de las tinieblas) será algo así como el telediario de mediodía.
Dentro de ese esquema de arrasamiento y derribo, claro que Rajoy y sus acompañantes constituyen la mejor opción. Lo que tienen que hacer lo hacen rápido, de un tajo, limpiamente, sin remordimientos. Al presidente de lo que va quedando de este país se le nota una ardiente impaciencia cada vez que no tiene más remedio que dar explicaciones en el Congreso, no sólo porque con la mayoría que se le ha otorgado se pasa las sesiones parlamentarias y a los adversarios políticos por el forro, sino porque sabe perfectamente que ni los congresistas ni los ciudadanos gracias a cuyo voto fueron elegidos van a pintar algo en el mundo que viene.
Rajoy es un gran liquidador, y su equipo de limpieza, muy competente. Para facilitar su tarea, de vez en cuando la mala oficial del PP, doña Esperanza Aguirre, se suelta la moña y plantea un nuevo dislate, y los coristas se escandalizan, vociferantes, o se ponen púlcramente en contra, y ahí queda eso. Esa apariencia de que se va improvisando.
De improvisar, nada. Está todo muy controlado.
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