Después Rajoy habló. ¿De qué? ¿Qué propuso? Pues fundamentalmente se dedicó a criticar a Zapatero, acusándole de lo mismo de siempre y diciendo que ZP "busca el voto de los radicales como un poseso".
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, por su parte, habló de seguir luchando por la paz en el mundo y de hacer política al servicio de los más débiles. Es decir, monsergas, naderías. ¿A quién le importa, en este país satisfecho, en esta Españñññaaaa autocomplaciente, la paz y los derechos de los más débiles? A nadie, por supuesto. Por eso, el PP no pierde el tiempo con monsergas como ésa; por eso Rajoy acusa a ZP de hablar de lo que no le importa a la gente. Él, desde luego, no va a preocuparse de los débiles (no sabemos si es por eso por lo que cuenta tantísimo con el apoyo del episcopado). Ni tampoco se va a preocupar de esas tonterías su amigo, el que le acompañó en el acto: sí, ése del bigote inmóvil, melenita y chaleco rosa, el que nos metió en la guerra de Irak.
En fin, así vivo yo las vísperas electorales: muy nervioso de imaginar que existiera alguna posibilidad de que gane la ultraderecha, para buena noticia de los ricos y de los señores de la guerra, y para mala noticia de los pobres y de los desgraciados que soñamos con la paz. Y, evidentemente, reconozco que esta reflexión no es objetiva ni podría servir como una transmisión fría de información. No es más que la expresión de lo que siento. Subjetiva, por tanto. Es decir, como la prensa.
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