ETA ha sido derrotada. Los terroristas se rinden, a su manera, porque están policialmente acorralados, porque la última negociación y la voladura de la T-4 les dejó sin argumentos incluso entre los suyos, porque ni siquiera ese porcentaje de la sociedad vasca que les apoya toleraría un muerto más. ETA se va sin conseguir ni una sola de sus reivindicaciones históricas y hasta sus propios presos son conscientes de su fracaso: “El Estado ha derrotado a ETA policialmente, la ha aplastado, así de claro”, decía uno de ellos según una conversación interceptada por la Policía. Ese mismo preso daba otra clave, llamando a los partidos “torpes de cojones”: “En vez de decir que los hemos puesto de rodillas, que están todos en la cárcel, van a presentar lo que es una victoria como una derrota final”.
ETA está en su funeral, y la conferencia de paz de San Sebastián no es más que el intento de su brazo político por vestir el cadáver. Ha perdido por goleada, salvo en dos caricaturas. Una la pinta la izquierda abertzale, convirtiendo esa derrota en la respuesta generosa de la banda ante sus peticiones de paz. La otra –que será igual de rentable el 20-N para las nuevas siglas de Batasuna– la está dibujando un sector de la derecha española y su enorme coro mediático, con el silencio cómplice de Rajoy. La derecha irresponsable recupera esa imagen irreal y demagógica de “un gobierno de rodillas ante el terrorismo”.
“Si ETA no mata es porque está ganando”, dice tan ancho Jaime Mayor Oreja, con esa lógica cainita que define este país. Así es España. Por fin terminamos con la última banda terrorista que aún quedaba en Europa. Por fin logramos que ese mundo abandone para siempre la violencia y apueste por la política. Y, en vez de celebrarlo, hay quien prefiere cambiar esa victoria por otra piedra con la que lapidar al Gobierno que logró su final.
(Ignacio Escolar. Público)
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