Febrero suma 112.269 ciudadanos más que pierden su trabajo y, con él, gran parte de sus derechos constitucionalmente reconocidos pero que el Estado es incapaz de garantizar. El PSOE habla de la futilidad de la maldita reforma laboral; el PP apunta sin empacho que Zapatero dejó estos parados olvidados en algún cajón de esa Moncloa que Rajoy ahora habita. En este río tan revuelto y con las barbas de varios vecinos europeos en remojo, gran parte de la clase política en su sentido más extenso e institucional, sólo está pensando que su supervivencia personal e intransferible pasa por convertirse en pescadores a cualquier precio para obtener pírricas ganancias. No importa ser ruin, zafio, mezquino; sólo importa que también lo sean los ciudadanos, que su nivel de humanidad y tolerancia sean tan bajo como el de quienes tienen el poder de decisión sobre ellos. Se trata de enrasar a la baja o, dicho de otro modo, dirigentes tuertos tratan de convertirse en reyes de ciudadanos ciegos.
Una sociedad hipócrita, falsa y cobarde donde un parado es un número y un empresario un Señor, no tiene humana salida posible. Una sociedad hipócrita donde el vodevil de la actualidad se representa en un escenario lleno de cortinas de humo para que desde el patio de butacas no se vea la escasa calidad de los actores, es una sociedad moribunda. Una sociedad donde el interés está en radicalizar a unos y otros bajo intereses presuntamente partidistas es una sociedad presa de la ceguera que Saramago denuncia en su ensayo.
¿Qué se puede esperar de una sociedad hipócrita y embustera donde la iglesia, cuyo Reino no es de este mundo, no paga impuestos y nadie, desde el poder, se rasga las vestiduras?, ¿Qué esperanza genera una sociedad donde está asumido que cualquier sombra de duda sobre la honestidad de sus dirigentes es casi un aval para convertirse en héroe? Cuanta desesperanza se siembra en una sociedad que criminaliza estudiantes mientras indulta banqueros, en un Estado donde la opinión de quienes crearon la crisis es ley frente a quienes la sufren. ¿Qué futuro tiene un colectivo donde la parte importante de cinco millones de parados sólo gritan en el fútbol?
No sé que cabe esperar de un país donde se adiestra a los ciudadanos en la bondad de la mentira y el engaño, en el ninguneo a la promesa incumplida y al embuste de Estado. Donde todos pretenden manipular a todos y tan hipócrita, que las declaraciones públicas pertenecen a un mundo y las antagónicas conversaciones privadas a otro totalmente contrapuesto, dónde hay una verdad oculta y una mentira pública. En este país de la mezquindad no decir la verdad en público es un valor en alza; decir lo que se piensa es una temeridad o un desatino.
Y mientras zafios y mezquinos van expandiendo su mensaje sectario de confusión, enfrentamiento y miedo, yo sigo aquí sentado escribiendo estas líneas mientras espero el momento en que alguien se acerque con el ceño fruncido a decirme que soy el próximo parado. Entre tanto, mi rostro, y el de muchos, va pareciéndose cada vez más a ese mítico cuadro, "El grito, que en 1893 pintara Edvard Munch.
(Del blog de levante-emv.com)
¿Qué se puede esperar de una sociedad hipócrita y embustera donde la iglesia, cuyo Reino no es de este mundo, no paga impuestos y nadie, desde el poder, se rasga las vestiduras?, ¿Qué esperanza genera una sociedad donde está asumido que cualquier sombra de duda sobre la honestidad de sus dirigentes es casi un aval para convertirse en héroe? Cuanta desesperanza se siembra en una sociedad que criminaliza estudiantes mientras indulta banqueros, en un Estado donde la opinión de quienes crearon la crisis es ley frente a quienes la sufren. ¿Qué futuro tiene un colectivo donde la parte importante de cinco millones de parados sólo gritan en el fútbol?
No sé que cabe esperar de un país donde se adiestra a los ciudadanos en la bondad de la mentira y el engaño, en el ninguneo a la promesa incumplida y al embuste de Estado. Donde todos pretenden manipular a todos y tan hipócrita, que las declaraciones públicas pertenecen a un mundo y las antagónicas conversaciones privadas a otro totalmente contrapuesto, dónde hay una verdad oculta y una mentira pública. En este país de la mezquindad no decir la verdad en público es un valor en alza; decir lo que se piensa es una temeridad o un desatino.
Y mientras zafios y mezquinos van expandiendo su mensaje sectario de confusión, enfrentamiento y miedo, yo sigo aquí sentado escribiendo estas líneas mientras espero el momento en que alguien se acerque con el ceño fruncido a decirme que soy el próximo parado. Entre tanto, mi rostro, y el de muchos, va pareciéndose cada vez más a ese mítico cuadro, "El grito, que en 1893 pintara Edvard Munch.
(Del blog de levante-emv.com)
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