El estruendo de un coche bomba en
Beirut borró el eco del mensaje de paz del Papa Ratzinger, que pidió “el
silencio de las armas” en su reciente visita a Líbano. El atentado iba
contra los intentos del emisario Lajdar Brahimi de favorecer una salida
negociada a la crisis siria. EEUU, Arabia Saudi y Turquía, por su parte,
ignoran estas gestiones y siguen armando a los rebeldes (desligados de
la oposición democrática) y que son igual de brutos que el régimen de Al
Assad.
El deseo de paz de Benedicto XVI para esta tierra, donde casi la
mitad de la población es cristiana, se debe a que los interminables
conflictos están causando la huida de millones de católicos, dejando a
Oriente Medio vacío de su milenaria pluralidad religiosa. Aun así, el
Papa no es un pacifista coherente cuando dice que “la venta de armas a
Siria es un pecado”. ¿Y no lo es entregar bombas a los insurgentes para
atentar? Este posicionamiento no tendría mayor importancia si no fuera
porque el Vaticano podría entrar en la guerra. Según revela el
periodista libanes Salim Al-Laouzi, en la década de 1970, y a través de los monjes católicos, el Partido Falange (nacido en 1930 a la imagen de los fascios
italianos y la falange española), buscaba, a través de la Iglesia
católica, campos de entrenamiento en Europa para su milicia maronita
cristiana. Quizá sea sólo una coincidencia que su visita a Beirut fuese
el aniversario de la masacre en los campos de refugiados palestinos de
Sabra y Shatila de 1982, a manos de los falangistas, y respaldos por
Israel.
Antes de a Líbano, el Pontífice viajó a Turquía, Israel, Jordania,
Palestina y Chipre, donde la población católica es menor. Allá tenía
como objetivo animar a los feligreses a permanecer en sus tierras y a
poblarlas con bebés católicos (con los métodos clásicos de prohibir los
anticonceptivos, el aborto y la homosexualidad), pedir protección para
el patrimonio de la Iglesia y probar la suerte entre los ortodoxos
desmoralizados. Ir a un país que tiene un pie en la guerra, le convertía
en el ejemplo a seguir: salvar la fe antes que la vida.
El Vaticano –la única institución religiosa con un Estado propio– se
posiciona directamente contra las políticas belicistas de EEUU y la
Unión Europea en esta zona estratégica . Su enfado no sólo se debe a que
Barack Obama le ha incluido en la lista de los potenciales centros de
“blanqueo de dinero”, sino porque el apoyo de Washington a los
extremistas islámicos en Irak, Yemen, Libia, Egipto y ahora Siria, ha
provocado la masiva emigración de la comunidad cristiana –unos 20
millones– de Oriente Medio. La memoria es selectiva. No se acuerda que
en la década de 1980 con el fin de destruir a los “rojos y ateos” y
debilitar a la Iglesia ortodoxa ubicada en la URSS, Juan Pablo II se
alió con la CIA, quién para tal objetivo creó a los grupos terroristas
Muyahidines afganos y Al Qaeda.
El afán de extender su influencia por el mundo, llevó a la Santa Sede
aumentar su tono contra la URSS, y mientras se acercaba a Israel para
contener el avance del Islam, defendía la creación de un estado
palestino para impedir el fortalecimiento del judaísmo, otro viejo
enemigo.
El imperio necesita expandirse
Lo que ganó el Vaticano de aquella aventura ha sido adueñarse del
Partido Republicano de EEUU, a pesar de que desistió de la idea de
“catolizar Rusia” y se opuso a la invasión de Bush a Irak, pues
provocaba el ascenso de los radicales islamistas y la huida de cerca de
un millón de cristianos iraquíes. Duros golpes a las ansias del Vaticano
por extender su autoridad y el inicio del desamor entre las dos
potencias.
A partir de entonces, “su Santidad”, el hombre más influyente del
mundo, lleva adelante su propia agenda, basada en la creencia de que el
principal desafío de “la verdadera religión” es crecer aun más
arrinconando al Islam y no construir estrategias para poner fin a la
pobreza, que humilla a la humanidad. Fue bajo este pretexto que invocó
las raíces cristianas de Europa en su Constitución y se opuso a la
adhesión de Turquía a la Unión Europea.
El apoyo de Barack Obama a los grupos islamistas de derecha, no
significa que el presidente estadounidense sea un musulmán infiltrado,
sino que se ilusiona por modelos de gobiernos como Arabia Saudi o Catar,
que dan estabilidad a sus países y garantizan los intereses de EEUU. En
otros casos, opta por convertir los estados vertebrados y estratégicos
en montones de escombros para que les sea imposible levantar cabeza y,
por consiguiente, dominables durante largo tiempo. Son los casos de Irak
o de Libia. Así, millones de cristianos, judíos, musulmanes y ateos
serán simples daños colaterales de estos intereses infames.
Los primeros y únicos defensores de la igualdad de derechos de todos
los ciudadanos en los países de Oriente Medio desde el inicio del siglo
XX han sido los marxistas. Mientras, los colonialistas y los grupos
reaccionarios internos han dividido la población por su fe religiosa.
En las elecciones presidenciales de EEUU, Benedicto XVI no tiene
alternativa a Obama. Mitt Romney, además de mormón, está en favor de más
guerras, lo que destruiría aun más la base de la Iglesia católica. Así,
el Pontífice habría soñado con alguien como Tony Blair, que tras hacer la carrera política gracias a British Petroleum
alcanzó la cancillería de Gran Bretaña. Desde allí hizo el negocio de
su vida con el ataque criminal al petrolífero Irak, luego se convirtió
al catolicismo y ahora es nada menos que el enviado de Paz para Oriente
Medio por la Unión Europea. Manda narices.
(Nazanin Armanian. Publico).
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