El pasado sábado me invitaron a comer a un restaurante muy bueno de Sevilla, de ésos a los que uno no va nunca (y menos ahora, con salarios recortados, pagas extra robadas para dárselas a la banca, etc). Éramos un grupo de catorce personas.
Nada más sentarme, me dicen tres de ellas:
- ¿No has visto a la Duquesa de Alba?
- ¿Cómooorrrrr?
- Coño: la Duquesa de Alba, que está sentada ahí, en la otra parte del restaurante.
A mí se me cambió la faz, se me puso cara de "yo no he sido" y me entró una cosa muy mala por el cuerpo. Desde luego, no era plan de dar el espectáculo allí, pero sí que dije (no me pude contener):
- Pues, si quiere verme, que se levante y venga para acá. Si tuviéramos clase, que no la tenemos, nos levantaríamos y le diríamos al camarero: "lo sentimos, señor, pero tenemos que irnos. Esa señora no tiene categoría para comer en el mismo restaurante que nosotros".
Los demás se rieron y, lo más curioso, me dieron la razón. "Sí que es verdad", "y que lo digas", bla, bla, etc, etc. Pero no se levantó nadie para irse. ¿Dónde vamos ahora, a las tres de la tarde, sin haber reservado? Por decir algo.
Naturalmente, yo tampoco me levanté. Es la única vez al año que voy a un restaurante de esa clase. ¿Qué queréis que os diga? Y sin pagar.
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