Parece
claro que la economía del país requiere recortar el gasto público, pero esto
debe hacerse con suma inteligencia. Ha llegado a decir Ruiz Gallardón que no
debemos tomar decisiones, con motivo de la crisis, de las que luego tengamos
que arrepentirnos toda la vida.
Uno
de los ámbitos en los que la tijera del recorte amenaza con entrar sin
miramientos es la presencia de titulaciones minoritarias, entre ellas Filología
Clásica, en universidades pequeñas. Hace unos días el profesor Eustaquio
Sánchez Salor se quejaba de esta pérdida en la Universidad de Extremadura.
En la enseñanza de lenguas clásicas se está uniendo el hambre con las ganas de comer. Porque estas materias están en un proceso de declive desde que se diezmó por ley (LOGSE) su presencia en la Enseñanza Secundaria. Muchos comprendimos entonces que el golpe mortal estaba dado. Que llegara el colapso era cuestión de tiempo, salvo que recuperaran su lugar en la Enseñanza Secundaria.
Es
falso que la reducción de las clásicas se deba a que no interesen a los
alumnos. Al contrario, la Filología Clásica era una rama solicitadísima en las
facultades de Filosofía y Letras. Fue un prejuicio de determinados teóricos de
la educación el que decidió que esos estudios no tenían valor para los nuevos
profesionales. Bien al contrario, el valor de los estudios latinos y griegos en
nuestra civilización se ve cada vez más incontestable, y está al margen de
prejuicios políticos. Y son muchos los alumnos que se veían, se ven y se verán
atraídos por ellos. Pero el estrangulamiento de la salida profesional docente
bloquea el recambio generacional y lleva sin remedio a la pérdida de alumnos.
El paso siguiente estaba cantado y solo esperaba una excusa, la que ha aportado
la crisis: como hay muy pocos alumnos no compensa mantener la especialidad,
mejor cerrarla.
Está
claro que en una población hastiada del gasto público descontrolado tiene muy
buena prensa una medida como esta: se reduce una especialidad de estudiantes
que están vistos como raros y de profesores que son sentidos como parásitos.
Pero que la administración use esta carnaza para calmar el hambre es una
demagogia que acabará pagándose.
Sería triste, tristísimo, que los gobernantes se cegaran y que la crisis nos hiciera volver cincuenta años atrás en educación. Puede que tener Filología Clásica en una pequeña capital de provincia sea un lujo de nuestro estado de bienestar. Pero hay que pensar muy bien de qué lujos queremos prescindir, por cuáles vamos a empezar, y cómo hacerlo sin provocar consecuencias irreversibles. No hace tanto, por ejemplo, que en España no había institutos de Enseñanza Secundaria más que en las capitales de provincia. O que solo se podía hacer una tesis doctoral en la llamada Universidad Central. Si volviéramos a un estado de cosas similar, sin duda que ahorraríamos una millonada. Sería más barato trasladar en autobús a los alumnos que quisieran, o incluso becarlos, antes que seguir manteniendo la red de centros que hay en tantísimos pueblos. Pero, ¿no habríamos caído en la trampa de cortar por donde no debíamos?
En los momentos de crisis saltan a la luz preferencias significativas. Ningún museo, por ejemplo, es realmente rentable. En un mundo como el actual, con la facilidad de las comunicaciones, podríamos reunir los fondos de las principales pinacotecas del país en dos o tres puntos principales, qué decir de los restos arqueológicos. Se podrían cerrar decenas de museos, lo que conllevaría un ahorro excepcional. Además, las piezas podrían ser vistas en conjuntos más coherentes. Ahora bien, ¿no habríamos caído en la trampa? Sobre todo si pensamos que alomejor en esa ciudad que perdió su museo hay fondos públicos que acaban subvencionando al equipo de fútbol. En la situación actual de España, ¿qué es más dañino para una provincia, perder su diputación o su universidad?
Debemos ser conscientes de que se está produciendo también un fenómeno curioso de catarsis ante los recortes. Somos tan conscientes de la gravedad de la situación (quizás cómplices de fenómenos que remuerden la conciencia), que cuando oímos el anuncio del último recorte algo se tranquiliza en nuestro interior. Pero lo fácil es coger las tijeras y entrar a saco. Esa es la trampa. Lo difícil, y lo realmente útil, es una labor de bisturí.
Por
otra parte, es llamativo que el recorte produce a veces no solo catarsis sino
incluso alegría. Si recortan al colega profesional que está a mi lado, yo puedo
salir ganando. Llama la atención en este sentido cómo son jaleados los anuncios
de posibles recortes en titulaciones como clásicas, árabe o filosofía, por
parte de profesionales del hispanismo, de los estudios ingleses o de la
historia. Quienes hemos visto siempre estas materias como partes de un todo
estamos convencidos de que las mermas en unas repercuten en todas tarde o
temprano.
¿Hemos
hecho ya tantos y tales recortes como para llegar a que haya institutos que
sólo oferten ciencias y otros que sólo letras? Desde luego, no se tenga duda de
que con el tiempo las consecuencias de esa medida serán desastrosas para las
humanidades en la Universidad. Si las autoridades se dejan llevar por el
recorte salvaje sin discernimiento, vamos en realidad a una Enseñanza
Secundaria todavía más pobre que la actual, y lo mismo en la Universidad. Cada
vez es más frecuente que un porcentaje alto de nuestros bachilleres no sepan
expresarse bien por escrito en español. ¿Es esto lo que queremos perpetuar? Si
es así vamos por el buen camino. Si no lo es, cuando queramos reformar la
educación para mejorarla no tendremos los mimbres necesarios.
Lo
peor de todo esto es que la crisis no es un problema solo económico. Detrás de
las conductas que nos han llevado al agujero hay todo un problema de índole
ideológico, cultural, de pensamiento. Y por eso la mejor garantía de salud
futura está precisamente en la formación. Habría que salir de la crisis sin
dañar el tejido educativo. Antes bien, este es un momento oportuno para una
auténtica reforma en educación, una reforma en la que debería tener papel
principal la restitución de los saberes humanísticos en la Secundaria. Hay
titulaciones que a partir de ese momento empezarían a dejar de ser
minoritarias. El momento es muy delicado, nos reta a truco o trato. Y sería una
pena caer en la trampa.
(Eduardo Del Pino González)
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