Lo supe esta mañana.
Alumna nuestra. Me informó el Vicedirector, un hombre con aguda
conciencia social. Echaba humo. Yo, muy en mi lugar, sin dejar de
entender su indignación, lo llamé a la prudencia. Me escuchó, pero me
dio fuerte. No niego que mi obligada y profesional moderación me tiene
todavía con un sabor amargo en la garganta.
Educación para la
ciudadanía. Ética. Religión católica y otras. Educación permanente en
valores desde la transversalidad. La palabra al servicio de la
democracia, una formación más allá de la mera adquisición de
conocimientos. La insistencia, el ejemplo, la laboriosa tarea de
corregirlos sin descanso en la esperanza de que nuestra adolescencia
desemboque en una juventud de mujeres y hombres hechos y derechos. Y de
repente, como una puñalada a traición, como un tornado que tambalea todo
lo construido día a día y año tras año a base de rigor y de mimo, un
hecho de legal brutalidad que extiende su evidencia por aulas y pasillos
en unas pocas horas y amenaza la consistencia de todo cuanto había sido
laboriosamente plantado, regado, cultivado: desahucian a la familia de
una alumna de 2º de ESO. Miembros de la comunidad escolar. Compañeros.
¿Desahucian, maestro? ¿Qué es eso? Los echan de su casa. ¿Y puede seguir ocurriendo? Puede que sí. Pero, ¿por qué? Por dinero. Por dinero... entiendo... pero, ¿y la policía? Tiene que asegurar que se haga el desahucio. Por dinero... entiendo... ¿y el alcalde? No puede hacer nada. Por dinero... entiendo..., ¿y los jueces? Han tenido que ordenarlo. Por dinero... entiendo..., ¿y nuestros representantes, los diputados, el gobierno, los que hacen las leyes? Recomiendan que no se desahucie a la gente humilde. Lo recomiendan. Eso es todo. Pero, ¿y los profesores? ¿Los profesores? ¿Qué podemos hacer los profesores...? No,
perdón, maestro, quería decir... ¿qué pasa con lo que nos han enseñado
los
profesores? Nos han mentido ustedes.
Deberían habernos enseñado que el principal valor no es el amor, ni la
honradez, ni la libertad, ni el saber escuchar, ni la solidaridad, ni
ninguna de esos rollos que nos vienen contando... Deberían habernos
dicho desde el principio que el más importante de los valores es el
dinero. Si esa era la respuesta, la clave por la que se mueve toda esta
sociedad de la que ustedes son funcionarios, ¿por qué nos han mentido
desde el principio? ¿Por qué nos lo han ocultado? ¿No será que en
realidad pretenden convertirnos en personas equivocadas y débiles, en
presas fáciles? ¿Por qué nos han engañado, señores maestros? No
entiendo...
Llevo un cuarto de
siglo enseñando en Institutos, inculcando la democracia, creyendo en la
función pública como herramienta seria al servicio de la prosperidad y
de la igualdad social. La mitad de ese tiempo, como director orgulloso
de su equipo, de su claustro. Nunca antes había tenido la sensación de
formar parte de una farsa. Esta es la única respuesta honrada que para
ellos me queda. Lástima que quizás no sea sino otro rollo que les
suelto.
Y es que, ante
ellos, a mí sólo me queda la palabra. No puedo incitarlos a una lucha
que nos corresponde a los adultos y tampoco puedo, como profesor,
responder con el silencio... ¡qué débil la palabra frente a la lección
implacable de este hecho real y verdadero, ante este frío desahucio que
ellos –todos ellos- contemplan con sus propios ojos!
Me queda, y ni
siquiera sé si es algo, apremiar –también con palabras- a esos por
quienes ellos preguntaban: a los diputados, a los jueces, a los
múltiples gobiernos de esta España que aún luce la denominación de
democracia. ¿O se trata ya nada más que de una especie de “denominación
de origen”, de un recurso publicitario cara al mercado, de una máscara
obligada... por dinero?
Los miro, y me
duelen. Son los niños de la crisis. Mírenlos conmigo, señores
legisladores, señores de los múltiples gobiernos. Que no sean también
los niños del desengaño. Ustedes, que sí pueden, respondan con hechos a
este hecho.
(Elías Hacha. Director del IES Rodrigo Caro)
ES IMPORTANTE QUE EXTENDAMOS ESTOS MENSAJES, ESTA REALIDAD, POR TODOS NUESTROS CONTACTOS. HAY QUE RESISTIR, LUCHAR, DECIR "¡BASTA!". HAY QUE DEFENDER A LAS PERSONAS FRENTE A ESTE ATAQUE, SIN PRECEDENTES, DEL CAPITAL Y DEL EGOÍSMO DE UNOS POCOS.
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