Sinceramente, no creo que una huelga de un día, por muy masiva y muy
internacional que sea, vaya a solucionar nada. El problema está
demasiado enquistado, los responsables muy sordos y los gestores
completamente ciegos para comprender la magnitud del desastre. Un paro
de veinticuatro horas no va a cambiar ni un ápice la soberbia ni la
determinación de esta cuadrilla de mariachis que nos gobiernan, menos
aun la de los señores del dinero, que son quienes realmente manejan los
hilos. Ésos ni siquiera van a asustarse. Para sacudir de verdad las
estructuras de un país, para ponerle al poder los cojones por corbata,
haría falta una semana de huelga como mínimo. Eso y bloquear el acceso
al Palacio de la Bolsa de Madrid durante otras dos semanas. El Congreso
de los Diputados nunca pintó nada en esta historia, no son más que
esbirros del euro, lameculos de la banca. Es en la Bolsa donde se cuecen
día a día, hora a hora, todas nuestras desgracias.
Según el Diccionario Etimológico de Corominas, la palabra “huelga”
viene del castellano “holgar”, de donde también derivan los términos
“follar” y “juerga”. “Holgar”, en sus diversas acepciones, vale por
reposar, distraerse y festejar, actividades lúdicas y placenteras que
abarcan todas las formas del ocio: desde el coito hasta no dar ni palo
al agua. De ahí que cualquier gobierno tema tanto una jornada de huelga,
porque una huelga es como un carnaval a lo bestia: durante unas horas
se invierten los mecanismos del poder, el gobierno está indefenso y es
el pueblo el que le da por culo, con mucho cariño y mucho mimo.
Dicen que la huelga puede dañar la imagen de España, pero es difícil
manchar más el sambenito de un país que carga con semejante plantel de
inútiles y corruptos al mando de la nave. Dicen también que la huelga no
debe ser política, pero nunca jamás hubo una huelga que fuese otra
cosa. Salvo que lo que está en juego ahora no es una subida salarial o
una regulación de horarios sino la supervivencia misma del estado del
bienestar, la salvación de la sanidad y la educación públicas ante el
saqueo indiscriminado de gobiernos y bancos. Nos encontramos al borde
mismo de una involución del capitalismo que pretende reinstaurar los
tiempos tenebrosos de Zola e incluso los de Dickens. Cuando nos amenazan
con reinstaurar de nuevo el siglo XIX, la pobreza, la sumisión, la
indecencia, no queda más remedio que echar mano de ese trabuco
decimonónico, la huelga. Aparte de que tampoco hemos inventado otra
cosa.
Pero jugarse el futuro a una única jornada es como intentar concebir
un hijo de una sola tacada. Hagamos caso a los clásicos. Hay que follar
más, señores. Hay que follar duro y seguido, lo menos una semana
(David Torres. Público).
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