Hace
tiempo que me levanto cada mañana con el desasosiego de quien no
tiene patria ni nombre, con la sensación de vivir en tierra de
nadie. Mientras, observo cómo mi país, España, se convierte en un
puzzle de piezas inconexas que sólo tienen en común el llanto, la
carencia de diálogo, la desesperación, la rabia... Mi profesión,
desde hace siete años, es impartir clases de Lengua castellana y
Literatura en la Enseñanza Pública. Sí, soy una de esas
funcionarias que habita un espacio, hostil, para muchos, desconocido,
por otros, y tristemente vilipendiado desde hace décadas por la
clase política. Pero, para mí, es el espacio en el que trabajo de
una manera realmente agotadora cada día. En él siempre he
encontrado una mano amiga, muestras de afecto por parte de mis
alumnos y el respeto, en muchas ocasiones, de aquellos que observan
cómo el futuro de sus hijos navega sin rumbo fijo a pesar de que yo,
y otros muchos compañeros, no podemos evitarlo. Vivo, por tanto, en
tierra de nadie. Y pienso, honestamente, que ser profesora de Lengua
en España se ha convertido en una misión imposible.
¿Cómo
explicar a los alumnos que habitamos un espacio en el que las
palabras han perdido por completo su función dentro de la vida
pública? ¿Cómo explicar que conceptos como, “compromiso”,
“dignidad”, “esfuerzo”, “honestidad”, “lealtad”,
“cultura” o “libertad” son palabras vacías en nuestra
realidad cotidiana? Cada día nos desayunamos con discursos en los
que se acumulan significantes carentes de todo significado: patada
directa a la lingüística en toda regla. Y lejos de continuar
aquella premisa definida por García Márquez (construir la realidad
mediante palabras), nos dedicamos a destruir la realidad cada día
con conceptos que nos sólo no la definen, sino que la enmascaran. En
nuestros bosques ya no florecen rosas, ya no florecen palabras. Hemos
sido los mayores pirómanos: En sólo unos años hemos arrasado la
tierra fértil por la que nuestros antepasados han luchado durante
décadas: la Igualdad.
Sí,
es muy complicado que un adolescente llegue a comprender el
significado de la palabra “compromiso”. Es complejo que entienda
aquello de que “un hombre vale lo que vale su palabra” mientras
contempla a diario cómo la clase política practica en su vida
profesional justo lo contrario de lo que pregona en sus campañas
electorales. De la misma manera, es muy difícil explicar el
significado de la palabra “dignidad” mientras miles de personas
están siendo desahuciadas de sus casas por no poder hacer frente a
una hipoteca, convirtiéndose así en los mártires de esta situación
perversa. ¿Y qué decir del “esfuerzo”? Durante años hemos
podido comprobar cómo en España se lograba un salario bien
remunerado sin ni siquiera acabar la ESO, mientras aquellos que se
esforzaban en concluir estudios universitarios veían, tras muchos
años de lucha, un futuro más que desalentador, un futuro que hoy
se ha convertido en una realidad espeluznante. Con respecto a este
tema, resultan bastante ilustrativas las palabras de un alumno en
clase hace un par de años: “Profesora, no quiero esforzarme en
sacar los estudios. Mi padre no estudió. Ha ido trabajando en todo
aquello que le ha salido y nos ha ido muy bien. Es verdad que ahora
está en el paro y dicen que es por esto de la crisis. Pero mi tía
tiene dos carreras universitarias y no creo que trabaje nunca. Al
menos, aquí, en España, tengo claro que no”. Ante tal afirmación
no tuve más remedio que guardar silencio. No encontraba
palabras...Es muy angustioso para una profesora de Lengua no
encontrar palabras que ayuden, que fortalezcan, que calmen, que
despierten alguna esperanza en este panorama desolador. Pero es más
duro aún, si cabe, comprobar que tu voz, junto con la de muchos
compañeros de profesión, no sólo no se escucha sino que se
silencia. Porque aquellos que deberían callar son precisamente los
únicos que gritan y acrecientan un caos violento que sólo genera
más y más violencia. Mientras, yo, desde mi humilde sillón de
profesora, contemplo cómo se fusilan palabras: “honestidad,
“solidaridad”, “respeto”, “tolerancia”, “cultura”...y
se concluye con el tiro de gracia de la única palabra que puede
devolvernos la esperanza: “libertad”.
Por
ello pido a todos los padres, hijos, alumnos, compañeros y
ciudadanos, en general, que no permitamos que esta situación se
prolongue. Cada vez que se cambia una palabra por un cheque sin
fondo, cada vez que se fusila una palabra, estamos obligados a morir
en tierra de nadie.
(Ángela María Ramos Nieto. Profesora de Lengua
castellana y Literatura).
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