Desde que
explotó la actual crisis en España, estaba claro que el enorme desarrollo
inmobiliario, la subsiguiente explosión y el enorme parón de la construcción
estaban causadas por las prácticas financieras vigentes y que la explosión
afectaba inmediatamente al sistema bancario. Incomprensiblemente, en vez de
abordar este problema, el gobierno Zapatero secundado por el Banco de España,
la CEOE, el BCE, etc se plantearon cuestiones que no tenían nada que ver con
este asunto, como la reforma laboral (que como se ha visto no tenía nada que
ver con más empleo sino con más despido). Ha tenido que llegar Bankia para que
el gobierno Rajoy empiece ahora a abordar el problema con 3 años de
retraso.
La crisis
actual es el resultado de una larga época en la cual los autodenominados
'creadores de riqueza' han convertido el sistema financiero en un auténtico
casino galáctico sin reglas ni cortapisas ni pago de peajes. Puedes apostar de
todo: una autonomía como Valencia, un estado federado como California, un país
como Grecia y una confederación como la Unión Europea. En este casino no sólo
no hay impuestos sobre apuestas y ganancias, sino que las pérdidas desgravan o
son incluso subvencionadas por el supuesto 'riesgo' que han sufrido los
benéficos apostadores. Por no citar recursos aparentemente irregulares pero en
realidad perfectamente establecidos tales como los paraísos fiscales (antes
llamados refugios de piratas), la evasión fiscal, etc. Y todo esto bajo la
amable complacencia de gobiernos, de (supuestos) órganos reguladores de todo
tipo y de estupendos fans académicos que se encargan de dar a todo ello un
barniz (opaco) de respetabilidad. En realidad, todo esto es lo mismo de
siempre: una minoría se las ingenia para apropiarse de los recursos colectivos
y para hacer que el resto de la humanidad trabaje a su servicio. ¡Son las
clases, estúpido/a!
En este
sistema, la producción de bienes y los beneficios empresariales son conceptos
secundarios o inexistentes. El capital está atomizado o es virtual y los
jugadores son una nueva casta de ejecutivos que han entronizado las operaciones
de bolsa como la actividad económica fundamental, y reducido el valor económico
a la cotización (léase apuestas) de las acciones y demás activos financieros.
Sus propias retribuciones no dependen de hipotéticos beneficios sino de 'bonus'
que generosamente se autoconceden. Su poder reside en su libre administración
de enormes corporaciones (masas de capital atomizado) a las cuales parasitan y
cuyo futuro les importa sólo relativamente, protegidos como están por enormes
blindajes aun en caso de llevar a su corporación a la quiebra. Esta casta se ha
construido unas cómodas pasarelas entre las corporaciones, las (supuestas)
agencias de calificación, los (supuestos) órganos de regulación, las escuelas
de negocios de las más importantes universidades, los equipos de asesores de
los gobiernos y, últimamente, los más altos niveles políticos (casos de Grecia,
Italia). ¡Éstos son los creadores de riqueza! Nunca la ludopatía ha estado tan
bien protegida y retribuida, ha llegado tan lejos.
Las crisis
son inherentes a nuestro sistema económico. Con todo las hay más o menos
odiosas, más o menos previsibles. La crisis actual es el resultado de la
explosión de varias burbujas: hipotecaria, inmobiliaria y crediticia. No eran
imprevisibles y resultan particularmente odiosas. Todas ellas basadas en
negocios engañosos o sin futuro. Hemos visto conceder hipotecas sin garantía
solo para inflar la cifra de negocio, créditos baratos idem, vender en envases
atractivos productos financieros no ya oscuros sino negros, y convertir la
construcción de viviendas en un sector hiperdimensionado e hipervalorado.
Y ahora que
todo ha cascado, los jugadores exigen que se le pague íntegramente lo que
pensaban haber ganado (como si sus negocios no fueran pésimos): que los
contribuyentes a los que antes embaucaron y a los que nunca dieron
participación en sus ganancias les costeen sus pérdidas con fondos públicos.
Incluso que se liquiden las propiedades públicas, las instituciones públicas,
para ayudarles, para que puedan volver a 'crear riqueza'.
Y tenemos
que reconocer la cruda realidad: por muy inverosímil que parezca, están
teniendo éxito, contando además con la entusiasta colaboración de una parte
significativa de los perjudicados.
Así están
logrando derivar la crítica hacia todo tipo de instituciones públicas:
políticos, funcionarios, sindicatos, ayuntamientos, diputaciones, autonomías,
estados europeos, parlamento, senado, sanidad pública, enseñanza pública,
seguridad social y hacia grupos sociales castigados: inmigrantes, parados,
empleados, precarios, excluidos, dependientes.
Llevamos
meses oyendo iniciativas improvisadas y milagrosas para suprimir no sé cuantas
instituciones públicas: que si el senado, que si las diputaciones, que si los
partidos judiciales, que si las cajas de ahorro, que si las universidades, que
si ministerios, que si ayuntamientos, que si los partidos, que si los
sindicatos, ... Como si el problema residiera en estas instituciones y como si
pudiéramos sustituir el papel bueno o regular que realizan de la noche a la
mañana.
Es obvio que
la crisis agudiza la visión de las deficiencias de muchas de nuestras
instituciones públicas y que deberíamos seriamente reformarlas en un futuro
próximo. Es posible que el funcionamiento de algunas de ellas haya impedido una
mejor reacción ante la crisis. Pero esto es una cosa y otra es creer que esas
instituciones han sido la causa y los protagonistas de la crisis. Como lo de
que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades". Esto es
cuando menos un error imputable a la histeria y cuando más un gigantesco
embuste interesado (sostenido también por académicos de relumbrón).
(Francisco J. González Vázquez. Profesor Titular)
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