“El
FMI urge a España a subir el IVA y bajar el sueldo de los funcionarios”, nos
informa un titular del diario Público[1].
El
subtitular correspondiente añade: “El Fondo reclama a España una política
«ambiciosa» y recuerda al Gobierno que la confianza en los mercados «sigue
débil» y las perspectivas son «muy difíciles»”. Parece que hay que ganarse,
pues, la “confianza” de “los mercados”.
Este
mantra no es, en absoluto, nuevo.
Para cerciorarnos del déjà vu, repasemos otra información de hace casi
un año, esta vez de El País: “El FMI
pide subir el IVA y recortar el gasto en funcionarios e inversiones”[2]. Casi
calcado, ¿verdad? Bueno; si antes el Fondo Monetario Internacional ‘pedía’,
ahora ‘exige’, porque para algo acaban de ‘rescatar’ nuestros bancos (léase,
regalarles 100.000 millones de euros con el aval del Estado español) y nada es
gratis. Pero prosigamos con otra coincidencia, en el cuerpo de texto: “«Las
autoridades españolas respondieron a los retos económicos con un fuerte y amplio
abanico de políticas», señala el documento aprobado por el consejo del Fondo. «Eso
ayudó a reforzar la confianza del mercado». Pero puede no bastar: al organismo
le preocupa la situación del mercado laboral […] y desconfía tanto de las
previsiones de crecimiento como de déficit del Gobierno”. En julio de 2011, por
tanto, el FMI aplaudía medidas como la primera rebaja del sueldo de los
funcionarios en la Historia,
realizada por Rodríguez Zapatero el año anterior a aquél[3],
invocando de nuevo a la obtención de la “confianza del mercado”. No obstante,
¡ojo!, ese mismo organismo recomendador, “desconfía” de las expectativas de la Administración
española.
Como
bien nos explica Vicente Romano, a quien debemos ese clásico llamado La formación de la mentalidad sumisa[4],
“Todas las instituciones dedicadas a nuestro adiestramiento presentan la fe y
la confianza como virtudes. Quien cree y se fía es buena persona, dicen los de
arriba”[5]. Sin
embargo, la fe y la confianza pueden ser a menudo peligrosas para nuestros intereses.
“Cuando vamos a pedir un préstamo a un banco descubrimos que apelar a la
confianza del empleado no sirve de nada. Los bancos no suelen estimar en mucho
la fe y la confianza”. Es más, “Cuanto más rica es una persona tanto más
rigurosa es a la hora de firmar contratos. Es más fácil embaucar y explotar a
una persona que tiene confianza que a otra que piensa y calcula. Quien no tiene
intención de engañarnos no necesita nuestra confianza. ¿Por qué va a ser peor
el saber que la confianza?” Acuérdense de películas del gran adoctrinador Walt
Disney como La Sirenita, donde ni
el todopoderoso Tritón, el dios de los mares, es capaz de llevarle la contraria
al contenido de un contrato firmado por su hija, la protagonista, con la
malvada bruja, por el cual ésta se quedaba con la voz de la Sirenita a cambio de
darle piernas[6].
Varias
encuestas han revelado que cuanto más gana la gente menos valora la fidelidad,
y viceversa: “Los ricos no se fían ni un pelo, como puede verse por las
revistas del corazón”, apunta Romano. Quienes siempre exigen fe y confianza
suelen santificar la ignorancia, pero “que los comerciantes hablen entre ellos
de contratos y no se fíen de la confianza mutua no perjudica lo más mínimo a
sus relaciones. La desconfianza les trae sin cuidado, quieren seguridad. No
necesitan ninguna confianza. La seguridad del contrato satisface sus intereses”.
De
hecho, ya hemos visto que el FMI (en el fondo, consorcio de grandes
corporaciones y entidades financieras) no se fiaba en su momento de lo que el
Gobierno español le decía acerca de la tasa de crecimiento del PIB o de la
evolución futura del déficit del Estado. No; el FMI demanda sus propias
garantías, en forma de recortes del gasto público, incluida (otra) bajada de
salarios.
Y es curioso que fuera Adam Smith, el
considerado padre de la ideología dominante del liberalismo económico, el
primero que desaconsejara determinada confianza: “El interés particular de los
que trabajan en una rama determinada del comercio o de la industria es siempre,
en general, diferente y aun contrario al del público. El interés del
comerciante es ampliar constantemente el mercado y restringir la competencia de
los vendedores. […] Cualquier propuesta de nueva ley o de reglamento de
comercio que venga de esta clase de gente debe ser siempre recibida con la
mayor desconfianza”. [7]
Insistimos: frase de Adam Smith.
¿Justificado tal aserto? Podríamos
comprobarlo. En su informe anual sobre España de
2011, el FMI reclamaba, entre otras cosas, a nuestro país, “una reforma laboral
más «ambiciosa» que rebaje a la vez el coste del despido y que eleve la
productividad para que se rebaje el alto paro estructural que acosa la economía
española. El organismo que dirige la francesa Christine Lagarde insiste en un
sistema de negociación de los salarios más «descentralizado» y que no dependa
tanto de la marcha de la inflación”[8]. ¿Qué
significa eso exactamente? A este respecto no está de más acudir de nuevo al
magisterio de Vicente Romano cuando nos habla de la necesidad de que haya una
mínima claridad en el mensaje: “Una forma insidiosa de falsear la realidad es
presentarla de forma incomprensible. Quien es demasiado cobarde para mentir
abiertamente o carece de habilidad para hacerlo, se expresa sin claridad, de
forma confusa. Pero […] también se expresan en términos poco claros las
instituciones a la hora de hablar de determinados asuntos. Si la confusión se
repite con bastante frecuencia, la mayoría se acostumbra a ella como si fuese
claridad. Cuanto menos claro se escriba o se hable tanto más tiempo permanecerá
oculto lo falso del enunciado”[9].
Habrá
que traducir, entonces, ese mensaje. El “sistema de negociación de los salarios
más «descentralizado»” al que alude Lagarde se reflejó, en la práctica, en el
contenido de la famosa reforma laboral de febrero de 2012, aprobada por el
Gobierno Rajoy, y que seguía las directrices expresadas por la directora
gerente del FMI: “La regulación de las condiciones establecidas en un convenio
de empresa tendrá prioridad aplicativa respecto del convenio sectorial estatal,
autonómico o de ámbito inferior en las siguientes materias: a) La cuantía del
salario base y de los complementos salariales, incluidos los vinculados a la
situación y resultados de la empresa. […] A efectos de lo dispuesto en la
presente Ley se entenderá por despido colectivo la extinción de contratos de
trabajo fundada en causas económicas, técnicas, organizativas o de producción […]
Se entiende que concurren causas técnicas cuando se produzcan cambios, entre
otros, en el ámbito de los medios o instrumentos de producción; causas
organizativas cuando se produzcan cambios, entre otros, en el ámbito de los
sistemas y métodos de trabajo del personal o en el modo de organizar la
producción y causas productivas cuando se produzcan cambios, entre otros, en la
demanda de los productos o servicios que la empresa pretende colocar en el
mercado”[10].
Así
dicho, por un lado, el convenio sectorial, colectivo, pierde vigencia frente al
de cada empresa en particular. Si, como cuenta un artículo de Ramón Trujillo
(“¿Para qué sirven los sindicatos?”) basado en informes de la OIT y de varios estudios
científicos, la gente trabajadora organizada en sindicatos consigue mejores
salarios y mayor participación en la renta, independientemente del nivel de
riqueza de un país, o de su crecimiento económico[11], al
reducir el margen de acción de estas asociaciones, está claro que los
trabajadores españoles seguirán perdiendo una aún mayor parte de la tarta. Por
otra parte, es difícil imaginar una contingencia que escape a “causas
económicas, técnicas, organizativas o de producción”, tal como las cita el
decreto del BOE; circunstancias ante las que los representantes de los
trabajadores poco podrán alegar con la nueva legislación. En la práctica,
resultaría más sencillo al Gobierno, que obedeció los dictados de Lagarde,
explicar que el empresario podrá despedir al trabajador cuando le dé la gana.
Un
hecho nos llama la atención, volviendo a las advertencias contra la excesiva
‘confianza’ hacia la clase de los comerciantes que nos lanzaba Adam Smith: se
recomendaba que el sueldo de los españoles fuera vinculado a (reducido hasta)
la productividad, independientemente de la inflación (aumento del coste de los
productos), pero “Curiosamente, la propia Lagarde firmó en su contrato como
directora gerente del FMI que su salario base inicial de 467.940 dólares
(320.000 euros), al que se suman 83.760 dólares (57.000 euros) en dietas y
gastos de representación que no está obligada a justificar, se ajustará durante
los cinco años de mandato en función de la inflación del área metropolitana de
Washington, sin la más mínima referencia a su productividad”[12].¿Debemos
tener ‘confianza’ en los consejos de la directora gerente del Fondo Monetario
Internacional, la cual, a pesar de que defiende que el salario de los españoles
“no dependa tanto de la marcha de la inflación” sino de la productividad, no
elige para sí misma lo que recomienda a nuestros compatriotas?
Ahora,
tras siete meses del último Ejecutivo PP y cuatro de ‘reforma’ laboral, el FMI hace
otra llamada a conseguir la confianza de las Bolsas (siempre sin decir quiénes
especulan en ellas). Vale la pena atender a sus argumentos, necesariamente
extractados en un texto breve como el presente artículo: "Ante los grandes
retos en diversos frentes, el impulso reformista del Gobierno ha sido fuerte,
con numerosas acciones de relevancia iniciadas en los últimos meses”. ¿Se
acuerdan del “«Las autoridades españolas respondieron a los retos económicos
con un fuerte y amplio abanico de políticas»” que citábamos al principio del
artículo? Pero sigamos. “A pesar de estas reformas y esfuerzos, la confianza en
los mercados es débil. [...] La recesión se está acentuando y el desempleo se
sitúa en un 24% (por encima del 50% para los jóvenes) y sigue creciendo. Las presiones
negativas [...] probablemente se traduzcan en contracciones de la producción
este año y el que viene. Pero con [...] un mejor funcionamiento del mercado de
trabajo a medida que la reforma vaya surtiendo efecto, el consumo privado y la
inversión deberían recuperarse ligeramente. [...] Valoramos muy positivamente
la reciente reforma laboral ya que tiene el potencial de mejorar
sustancialmente el funcionamiento del mercado de trabajo. [...] La reciente
reforma laboral debería permitir a las empresas adaptarse más ágilmente a las
condiciones de mercado, por ejemplo ajustando salarios y horas de trabajo en
lugar de empleo. La reforma necesita tiempo para surtir efecto y es demasiado
pronto para decir si está funcionando: aunque hay algunas señales tentativas en
sentido positivo, los salarios no son todavía suficientemente sensibles a la
muy elevada tasa de desempleo. El éxito de la reforma gira en torno a su
implementación. [...] La puesta en marcha de las otras reformas estructurales
previstas será importante para complementar la reforma laboral. [...] Pero
también hay potencial para la mejoría. Las reformas, incluida una aplicación
exitosa de la reciente reforma laboral, [...] podrían conducir a unas
perspectivas a medio plazo significativamente mejores. [...] Es necesario
continuar el impulso reformista y una visión clara a medio plazo para
restablecer la confianza, de modo que los desequilibrios se puedan ajustar
suavemente y se impulse el crecimiento y el empleo"[13].
¿Cómo
lo resumiríamos, en aras de la ‘claridad’ de que hablábamos más arriba? Hagamos
un torpe, pero quizá no desenfocado, intento. El informe del FMI dice que el
Gobierno ha actuado con fuerza, en el sentido adecuado, pero todavía hay que
seguir ganándose la confianza de los mercados. La crisis se agranda y con ella
el paro, sobre todo el juvenil. La producción seguirá cayendo en los dos
próximos años, pero la situación mejorará en cuanto surta efecto la reforma
laboral, a la que hay que darle tiempo, porque debería funcionar; pero aún es
pronto para saber si va a funcionar. Hay indicios de que está funcionando, pero
deben seguir bajando los sueldos porque hay mucho paro (“los salarios no son
todavía suficientemente sensibles a la muy elevada tasa de desempleo”). Es
importante que se complemente la reforma laboral con otras medidas. Puede que
la cosa mejore. De hecho, puede que si se aplican bien, mejore mucho de aquí a
un tiempo. Hay
que seguir con las reformas y tener las cosas claras de aquí a un tiempo para
que vuelva a haber confianza, y así, poquito a poquito, se arregle lo que no
marcha bien, vuelva a activarse la producción y baje el paro.
¿Nos permitimos eliminar algo más de
redundancia en el texto? Éste podría quedar en el siguiente enunciado: la economía está mal, y de hecho irá todavía
a peor, pero gracias a la reforma laboral, y otras que se le añadirán, el
panorama se irá arreglando, puesto que lo único que ocurre es que hay que darle
tiempo para que surta efecto, porque ya se está notando lo buena que es, aunque
la cosa esté muy mal y vaya a seguir empeorando. Es evidente que este
aserto adolece de una total incoherencia. Si la situación va a peor a pesar de
las medidas que se han tomado y, lo que es más, se pronostica que seguirá
empeorando, sin concretarse cuáles son esos indicios que inducen a albergar
esperanzas a largo plazo, entonces se está apelando directamente a nuestra ‘fe
y confianza’ en algo que un adecuado razonamiento jamás nos haría aceptar. Los
gobernantes (oficiales o en la sombra) nos piden que tengamos confianza en que
bajará el paro si precarizamos las condiciones laborales de los trabajadores,
pero aquéllos, para asegurarse de que éstos cumplirán con el cumplimiento de
las expectativas que mantienen al respecto, lo ponen por escrito en el Boletín
Oficial del Estado.
Con frecuencia, el discurso del
Gobierno actual se fundamenta en que por fin se están tomando las decisiones
(necesarias) que el anterior se negó a adoptar. En este sentido, buena parte
del público coincidió en aceptar que la coyuntura en el terreno laboral era tan
pésima que algo había que hacer. Pero
eso equivale a sostener que cuando tengo migrañas es mejor probar a golpearme
la cabeza con un martillo que quedarme parado sin hacer nada al respecto; la
cuestión es que quizá sea mejor optar por otras alternativas, como, por
ejemplo, tomar un analgésico.
Aquí es donde entra en juego otro de
los recursos de los medios de comunicación masiva de los que se ocupa Vicente
Romano: el pensamiento mágico. “El término
«magia» o «mágico» parece remitir a formaciones sociales arcaicas, superadas
desde hace tiempo, previas al pensamiento racional […]. Pero […] sigue siendo
una forma de conocimiento y un modo de abordar la realidad presentes en la
sociedad actual. Cuando la realidad aparece fragmentada y dividida, cuando el
entorno genera incertidumbres y angustias que dificultan su dominio, el ser
humano recurre al pensamiento mágico que le da unidad y dominio imaginarios. En
los momentos de crisis, la magia restablece el equilibrio del individuo. […] ¿Qué
es el horóscopo cotidiano sino una forma más o menos lúdica de control social a
través de las advertencias y los consejos, un juego con los miedos y angustias,
con la incertidumbre social y las carencias y sueños personales? En cualquier
caso, un juego peligroso con la ignorancia. Ante la ausencia de un marco
general de referencia surgen la incomprensión, la incertidumbre, la angustia, y
en último término la sumisión o resignación [pues] esto significa dejar en
manos ajenas la solución de los problemas propios, con lo que pueden
manipularlos fácilmente en interés suyo. Ahí radica el peligro de entregar las
riendas de los asuntos personales en manos de especialistas o del nuevo credo
académico”[14].
El
mensaje del FMI no se aleja demasiado de los vagos indicios y vaticinios de los
horóscopos, y la presentación que ofrece de los hechos económicos hace
imposible la intelección coherente de los complejos (aunque simples a la vez)
entramados de factores que se interrelacionan. Apela, en primer lugar, a nuestro
pensamiento mágico para que pensemos, como está verbalizando bastante gente,
que de algún modo, a pesar de que estamos atravesando momentos muy difíciles,
las cosas mejorarán y la crisis pasará tal como llegó, sin que nadie, sin
embargo, pueda explicar por qué. Y de paso, se trata de que tengamos confianza
en ellos. Porque “Los pocos que ya tienen mucho quieren más. En realidad lo
quieren todo. Y les gustaría que la gente común, los muchos, reduzcan sus
esperanzas, trabajen más y se contenten con menos. […] Para los pocos que lo
tienen casi todo es mejor volver a las condiciones del siglo XIX o del Tercer
Mundo actual, esto es, disponer de masas de trabajadores sin organización,
dispuestos a trabajar por la mera subsistencia; una masa de desempleados, de pobres
desesperados que contribuyen a bajar los salarios e incluso provocar el
resentimiento de los que están justo por encima de ellos […]; una clase media
cada vez más encogida; y una diminuta clase poseedora, escandalosamente rica,
que lo tiene todo”[15]. Hagamos
que todo esto deje de cumplirse y, para empezar, sustituyamos la confianza
ciega por la razón consciente.
(Manuel Rguez Illana. Profesor de Secundaria y afiliado de USTEA)
[5]
Ibídem, p. 64 y ss.
[6]
MARIANO ROMERO, Francisco J. (2011): Emoción,
cine y memoria. Análisis de las producciones de Walt Disney y Pixar Animation
Studios. Sevilla: Fundación ECOEM.
[8]
Véase nota 2.
[9] Véase
nota 4; p. 43.
[10] Boletín Oficial del Estado. Núm. 36.
Sábado 11 de febrero de 2012. www.boe.es/boe/dias/2012/02/11/pdfs/BOE-A-2012-2076.pdf
[12]
Véase nota 2.
[13] Consultas del artículo IV con España.
Declaración final de la misión del FMI. Madrid, 14 de junio de 2012. http://www.imf.org/external/spanish/np/ms/2012/061512s.htm
[14]
Véase nota 4; p. 123 y ss.
[15] Véase nota 4; p.
5.
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