Manolo Saco
Público
El dinero, cuando tiene miedo y pocas ganas de trabajar, se refugia en los paraísos fiscales, y allí, de tanto holgar, se reproduce y multiplica alegremente en muchos hijitos que llaman plusvalías, ajeno a los afanes del resto de los mortales. Los demás, cuando estamos hartos de trabajar, también soñamos con los paraísos que nos venden los turoperadores, donde las palmeras se inclinan sobre la playa y las camareras te sirven los mojitos al borde del agua.
Cuando te expulsan del paraíso, como a Adán y Eva, o simplemente no te dejan entrar, te castigan a trabajar para ganarte el sustento. El trabajo, como maldición bíblica. El Génesis (3:17-19) narra el soberano cabreo que se cogió dios con nuestros primeros padres cuando descubrió que le robaban la fruta (lo comprendo, a mí también me sienta muy mal): “Maldita será la tierra por tu causa (…) Con el sudor de tu rostro comerás el pan…” Quizá estuvo un poco exagerado; si no fuera dios, diría que pecó de sobreactuación. Yo, que soy un simple mortal, al último que pillé encima de mi manzano me bastó con gritarle hijoputa para que saliera corriendo
A lo que íbamos. Miles de años después, un dios menor, llamado Gerardo Díaz Ferrán, montó una empresa de venta de paraísos, la turoperadora Viajes Marsans, que nos transportaba a un precio razonable a las aguas cristalinas de islas exóticas, pero que andando el tiempo acabaría en quiebra.
Y vuelta a empezar. Fuera todos del Edén. Mil trabajadores a la calle, y una nueva maldición al resto de los mortales que sólo pensamos en holgar, como el dinero, y alcanzar una jubilación en las Seychelles: “Hay que trabajar más y ganar menos.”
Al final resultó ser una trampa muy bien urdida. Todo era una provocación. Una prueba de nuestra templanza. Para que todos gritáramos al unísono, como si le hubiésemos sorprendido robándonos las manzanas, ¡será hijoputa el Gerardo!, y así perder toda opción de alcanzar el paraíso. Por malhablados. Por violentos. Por pecadores. Porque está escrito que el egoísmo de los dioses jamás permitirá que la clase obrera alcance el paraíso.
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El dinero, cuando tiene miedo y pocas ganas de trabajar, se refugia en los paraísos fiscales, y allí, de tanto holgar, se reproduce y multiplica alegremente en muchos hijitos que llaman plusvalías, ajeno a los afanes del resto de los mortales. Los demás, cuando estamos hartos de trabajar, también soñamos con los paraísos que nos venden los turoperadores, donde las palmeras se inclinan sobre la playa y las camareras te sirven los mojitos al borde del agua.
Cuando te expulsan del paraíso, como a Adán y Eva, o simplemente no te dejan entrar, te castigan a trabajar para ganarte el sustento. El trabajo, como maldición bíblica. El Génesis (3:17-19) narra el soberano cabreo que se cogió dios con nuestros primeros padres cuando descubrió que le robaban la fruta (lo comprendo, a mí también me sienta muy mal): “Maldita será la tierra por tu causa (…) Con el sudor de tu rostro comerás el pan…” Quizá estuvo un poco exagerado; si no fuera dios, diría que pecó de sobreactuación. Yo, que soy un simple mortal, al último que pillé encima de mi manzano me bastó con gritarle hijoputa para que saliera corriendo
A lo que íbamos. Miles de años después, un dios menor, llamado Gerardo Díaz Ferrán, montó una empresa de venta de paraísos, la turoperadora Viajes Marsans, que nos transportaba a un precio razonable a las aguas cristalinas de islas exóticas, pero que andando el tiempo acabaría en quiebra.
Y vuelta a empezar. Fuera todos del Edén. Mil trabajadores a la calle, y una nueva maldición al resto de los mortales que sólo pensamos en holgar, como el dinero, y alcanzar una jubilación en las Seychelles: “Hay que trabajar más y ganar menos.”
Al final resultó ser una trampa muy bien urdida. Todo era una provocación. Una prueba de nuestra templanza. Para que todos gritáramos al unísono, como si le hubiésemos sorprendido robándonos las manzanas, ¡será hijoputa el Gerardo!, y así perder toda opción de alcanzar el paraíso. Por malhablados. Por violentos. Por pecadores. Porque está escrito que el egoísmo de los dioses jamás permitirá que la clase obrera alcance el paraíso.
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