Lo malo es que, aunque no apuestes, juegas y pierdes. En el primer mundo pierdes, suben los precios, las hipotecas y te aprietas el cinturón. En el tercer y cuarto mundo el juego se torna más dramático.
Mientras tanto los que juegan, y ganan, lo hacen con cartas marcadas, apostando a caballo ganador. Así es el liberalismo, que clama contra cualquier intervención pública, sobre todo si es en favor de los que siempre pierden, mientras los jugadores afortunados (acaudalados) disfrutan de los beneficios de un mercado que no es libre porque ellos lo llenan de trampas.
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