7 de marzo de 2014

No sé nada de Ucrania

Lo confieso: no sé nada de Ucrania. Pero sí sé mucho de lo que pasó en Irak, y en Kosovo, y en Afganistán, y en todas las guerras lanzadas por Estados Unidos y/o la OTAN desde finales del siglo pasado hasta hoy. No sé nada de Ucrania, aunque algo voy sabiendo. Por ahora hay conjeturas, unas pocas certezas, muchas sospechas. Pero no quiero que dentro de unos años, cuando ya no tenga remedio, acabe sabiendo lo que en otras guerras supimos a toro pasado: que en Irak no había armas de destrucción masiva, que en Kosovo no había un genocidio en marcha, que en Afganistán lo de menos era la “lucha contra el terrorismo”. O que en Ucrania no hubo pacíficos ciudadanos masacrados por policías represores. La máquina bélica de desinformación trabaja a pleno rendimiento en Ucrania y alrededores desde hace meses. Ya no sirve el viejo tópico de que la primera víctima de la guerra es la verdad: en las guerras actuales, cuando empiezan los disparos la verdad es un cadáver del que no quedan ni los huesos. Y el caso de Ucrania no parece una excepción. Una vez más, nos encontramos con un país que para su desgracia es pieza fundamental en el tablero geopolítico. Lo de menos es la libertad de los ucranianos, pues las ganancias o pérdidas de EEUU, la Unión Europea, la OTAN o Rusia son de otro nivel. Una vez más, como en casos anteriores, nos encontramos con un escenario propicio, donde aparecen oprimidos y opresores (que los hay en Ucrania, aunque cada uno trace la línea divisora según sus intereses), oligarquías manejables (e intercambiables), agravios históricos, divisiones étnicas y potencias extranjeras metiendo dinero y manejando peones locales. El terreno perfecto para la intoxicación informativa que necesita toda guerra hoy. Por tener, tenemos hasta a Rusia, contra la que ya traemos de casa la rusofobia puesta, esos pérfidos rusos que en las pelis hablan arrastrando mucho las erres. No hace falta que me convenzan de lo malo que es Putin. Pero si de injerencias militares hablamos, no es peor que cualquier presidente norteamericano o que no pocos primeros ministros británicos y europeos. Aunque desde aquí no podamos hacer mucho, yo me conformo con no dejarme engañar. Y no es poco. Me conformo con no olvidar cómo en todas las guerras anteriores hubo publicistas dedicados a vendernos la necesidad de guerra, y cómo nos sirvieron pruebas falsas, masacres sin autoría clara, paripés diplomáticos, retorcimientos de la legalidad internacional, y mucha emoción, intriga, dolor de barriga, que el espectáculo siempre ayuda. ¿Por qué Ucrania iba a ser la excepción? Precisamente Ucrania, que pone en juego un movimiento de fichas de alto voltaje, tan grande que seguramente no terminará en guerra porque ninguna de las partes desea una guerra así, no ahora. Pero si hubiera guerra, aunque fuese a escala controlada, yo no me resigno a ser de nuevo espectador de bombardeos en prime time, ni a ver de nuevo “daños colaterales”, ni que el resultado final sea, como en las guerras precedentes, otro país condenado a la violencia y la miseria por décadas, sin rastro de la libertad prometida. Estoy seguro de que hay muchos ucranianos hartos de ser gobernados por delincuentes y que aspiran a algo más que sobrevivir. Pero no entran en los planes de la OTAN, la UE ni el FMI que ahora ofrecen rescatarlos. No sé nada de Ucrania, y hago lo posible por saber, leyendo a quienes sí saben. Y asumo que algunas las sabré después. Cuando sea demasiado tarde. Si ustedes tampoco saben nada de Ucrania, al menos están a tiempo de saber lo que pasó en guerras anteriores, si es que no lo saben ya. Y créanme: lo que descubran sobre Irak o Kosovo les será muy útil para entender qué pasa en Ucrania. (Isaac Rosa. Eldiario.es)

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