El tema del aborto
requiere una mirada atenta a
todos sus aspectos. No obstante, considero posible un acuerdo común en puntos éticos de valor universal. El primero: considerar básico el derecho de todo ser humano a la
vida.
Pero defender el derecho a la vida no se
identifica con la defensa del proceso
embrionario desde su comienzo ni siquiera en pasos posteriores de su ciclo intrauterino. Es una cuestión
abierta, científicamente hablando, en el sentido de que unos ponen un ser
humano constituido desde el comienzo y otros no lo ponen hasta las ocho
semanas, justo cuando el embrión pasa a ser feto.
Muchos
estamos convencidos de que, en este punto, puede haber un acuerdo racional,
científico y ético prepolíticos, porque la puerta de que disponemos para entrar en esa
"realidad" es común a todos, y no es otra que la de la ciencia, de la filosofía y de la ética.
Puerta que vale
también para los que se profesan creyentes. La fe, del tipo que sea, no sirve
aquí para aclarar el problema del aborto. "No está en el ámbito del
Magisterio de la Iglesia el resolver el problema del momento preciso
después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de
la palabra" (Bernhard Häring, autor de la famosa obra "La ley de Cristo", y acaso el más
reconocido moralista de la Iglesia católica).
“Todo
individuo tiene derecho a la vida”, proclama la Declaración Universal de los
Derechos Humanos (Art. 3). Y todo
individuo tiene el deber de respetar ese derecho. Sin embargo, ¿se puede afirmar con seguridad
que el proceso embrionario es desde el inicio
un individuo humano? Resulta, por
tanto, crucial averiguar si el proceso del embrión varía en su desarrollo, admite establecer
dentro de él un antes y un después, un antes en que no es individuo y un
después en que lo es. Teoría discutida y
discutible, no dogma.
De hecho,
siempre existieron en la tradición cristiana teorías diferentes (teoría de la animación sucesiva defendida por Sto.
Tomás y teoría de la animación simultánea,
defendida por San Alberto Magno) sobre el momento de constitución de la vida
humana. Pero, la teología postridentina a la hora de resolver los problemas de
la moral práctica ha partido siempre de la animación inmediata.
Las teorías más modernas afirman que el
embrión no es propiamente individuo humano hasta después de algunas semanas.
Como escribe el
catedrático Diego Gracia:"La mentalidad clásica , que sobrevalora
el genoma como esencia del ser vivo, de tal manera que todo lo demás sería mero
despliegue de las virtualidades allí contenidas, es la responsable de que la
investigación biológica se haya concentrado de modo casi obsesivo en la genética, y haya postergado de modo
característico el estudio del desarrollo, es decir, la embriología. Este estado
de cosas no ha venido a resolverlo más que la biología molecular. La biología
molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en
forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha permitido comprender que el desarrollo
de las moléculas vivas no depende sólo de los genes”. (Diego Gracia, Etica de los confines de la
vida, III, p.106).
El aserto clásico de que "todo está en los
genes" es verdad sólo en parte y se hizo en detrimento de los factores
morfológicos y espaciales, tan importantes en el desarrollo del embrión. Sin
estos factores, los genes quedarían sin efecto. Los genes tienen capacidad para
formar determinados órganos pero no si no hay inducción, lo cual viene a
demostrar que el embrión actúa como un gran campo de fuerzas, en el que cada
parte es un momento que está codeterminado por otros y a la vez los
codetermina.
Se entiende por
tanto que, desde este enfoque, el embrión requiera tiempo y espacio para la
maduración de su sistema neuroendocrino y que no se halle constituido desde el
primer momento como realidad sustantiva. Los genes no son una miniatura de
persona. La biología molecular deja bien claro que, para el desarrollo y la
ética del embrión, la información extragenética es tan importante como la información
genética, que ella es también constitutiva de la sustantividad humana y que la
constitución de esa sustantividad no se da antes de la organización
(organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la
octava semana.
Queda claro de
esta manera que quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que la
interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser considerada
como atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse abortivos aquellos
métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo embrionario antes de esa
fecha. Esto es lo que, por lo menos, defienden no pocos científicos de primer
orden (Diego Gracia, A. García-Bellido, Alonso Bedate , J.M. Genis-Gálvez,
etc).
Esta hipótesis,
suficientemente demostrada permite, a quien se apoya en ella, defender como no
atentatorias contra la vida y como respetuosas de la vida aquellas acciones que
se producen en el proceso constituyente del embrión antes de constituirse en
feto, es decir, en estructura clausurada.
La teoría
expuesta modifica notablemente muchos puntos de vista y establece un punto de
partida común para entendemos, para orientar la conciencia de los ciudadanos,
para fijar el momento del derecho a la vida del prenacido y para legislar con
un mínimo de inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos ante el
conflicto de situaciones concretas.
Y en un Estado
democrático, ninguna instancia civil o religiosa puede atribuirse el poder legislativo, como si dimanase de sí misma al margen
de la realidad personal de los ciudadanos. La ética
debe determinarse en cada tiempo
mediando la racional y responsable participación de los ciudadanos, pues la
razón con todo el abanico de sus recursos investigativos es la que, por tratarse
de la dignidad humana y de sus derechos, nos habilita para llegar a ellos,
explorarlos, entenderlos, valorarlos y acordarlos democráticamente.
Por lo mismo, aunque en el tema
del aborto intervengan instancias civiles y religiosas, en este caso desde instancias
científico-éticas se recorre un camino
común, compartible por todos. Sin negar validez a los credos religiosos,
podemos de esta manera convivir acordando entre todos lo mejor y lo más ético
para cualquiera de los problemas que se planteen a toda Comunidad civil.
(Benjamín Forcano)