Este es el tercero de mis artículos sobre el Papa
Francisco tras su viaje a Brasil. Y va a
versar sobre temas que él por propia iniciativa ni mencionó ni
hubiera tratado. Con ello, se
apartó de la práctica de los Papas anteriores que daban realce a estos temas y
con frecuencia recurrían a ellos.
El Papa
Francisco llevaba en su cabeza otras preocupaciones, poco tratadas o muy
olvidadas, acaso más importantes y en ellas se iba a centrar. Por otra parte, a
estos temas tan manidos, pensaba que poco o nada tenía que añadir, además de
que la gente se los sabía de memoria o poco menos :
-¿ Por qué no hablado de ellos?, le preguntó un periodista en el avión ya de retrono en el
viaje.
–“No era
necesario hablar de eso, sino de las cosas positivas que abren camino a los chicos. Además, los
jóvenes saben perfectamente cuál es la postura de la Iglesia.
– Pero, ¿Cuál es su postura en esos temas?
- La de la Iglesia, soy hijo
de la Iglesia.
Menuda
respuesta, “La de la Iglesia”. Cualquiera puede intuir que en ella hay un dar
largas de momento, considerando que la Iglesia no se identifica con la
Jerarquía. Y que, en las cuestiones doctrinales, el papel docente corresponde
más bien a los que han sido autorizados
por su formación, dedicación, estudios y títulos reconocidos, no precisamente a
la autoridad. Dice el Vaticano II: “Las
recientes adquisiciones científicas , históricas o filosóficas plantean nuevos
problemas que arrastran consecuencias para la vida y reclaman
investigaciones nuevas por parte de los téologos” (Gs, 62).
Tarea
que incumbe también a los obispos: “En el cuidado pastoral deben conocerse suficientemente las conquistas de las ciencias profanas de modo que también los fieles
sean conducidos a una vida de fe más
genuina y más madura” (GS 62) .
Está
claro que , al hablar de esta tarea, el concilio la encomienda sobre todo a los
obispos, pero sabedores de que “cuando definen una doctrina lo
hacen siempre de acuerdo con la
Revelación, a la cual deben sujetarse y conformarse todos. Por otra parte, y
según lo requiere su cargo y la
importancia del asunto, celosamente trabajan
con los medios adecuados a fin de que se estudie como debe esta
Revelación y se la proponga apropiadamente” (LG, 25).
Traería
aquí las palabras del obispo Pedro Casaldáliga, un
obispo pobre, poeta y profeta, libre y ejemplar si los hay: “Con
mucha frecuencia los obispos creemos que tenemos la razón, normalmente creemos
que la tenemos siempre, lo que pasa es que
no siempre tenemos la verdad, sobre todo la verdad teológica, de
modo que pido a los teólogos que no nos dejen en una especie de dogmática
ignorancia. Y hablando de los teólogos en España, creo que es de justicia
subrayar que hoy en España hay teólogos y teólogas (las teólogas son más recientes) a la altura de aquel siglo de oro, de las
letras y del pensamiento españoles, y ni Italia, ni Francia, ni Alemania, por
citar los países más vecinos, dejan atrás ni en número ni en calidad la galería
de teólogos que tenemos en España” (En el XVI Congreso de Teología, Los pobres, interpelación a la Iglesia,
Madrid, 1996)
No
pocos obispos, sin tiempo para estudiar
y lo que es peor sin disponibilidad para ponerse al día con las nuevas
investigaciones exegéticas y teológicas, y así promover una vida entre los fieles más genuina y más madura, se han dedicado, con infantil y roma
ignorancia, a repetir doctrinas caducas y a hacer
imposible la vida a los téologos, a quienes enardecidos señalaban (a casi
todos los que tuvieron parte activa y relevante en los documentos conciliares)
como extraviados y peligrosos.
Parece que el Papa Francisco dejaba entender todo lo
que había ocurrido y no quería precipitarse, como lo haría cualquiera de
nosotros que, sin tener en cuenta el bimilenario entramado histórico y las
compejidades que le toca abordar, daríamos respuesta puntual e inmediata. A sus espaldas, y para quien quisiera oir,
resonaban las palabras del Vaticano II, magisterio de primera línea:
- “Los teólogos podrán empeño en colaborar
con los hombres versados en otras disciplinas; poniendo en común sus energías y
sus puntos de vista y respetando el método
y exigencias propias de la ciencia teológica, deben buscar siempre el
modo más adecuado para comunicar la doctrina con los hombres de su tiempo”
(GS, 62). Y aún mas: “La cultura requiere constantemente una justa libertad
para desarrollarse, y una legítima facultad de obrar, según sus derechos y sus
propios principios; exige respeto y goza de una específica inviolabilidad” GS, 57).
“Empeño en colaborar, en poner en común energías y puntos de vista, en adecuar
la doctrina a hoy, en respetar la específica inviolabilidad de la
cultura”. ¿Nuestros dirigentes han tomado en serio estos
principios del Vaticano II y los han aplicado? ¿Los conocían? Creo que el Papa Francisco, si miramos a lo hecho y
dicho hasta ahora, se mueve en este ambiente y actitud de respeto,
de colaboración e integración. No ha sido ese, desgraciadamente, el clima posconciliar, decididamente
contrario y que tanto anquilosó a la Iglesia. Ciertamente no lo tiene fácil. Los 40 años de involución posconciliar han calado
profundamente en la cristiandad, con una estrategia de nombramientos y
contenidos doctrinales que, además de uniformes y con merma de la libertad y
pluralidad, daba empuje a los movimientos más conservadores y desactivaban
insistentemente el programa y espíritu renovador del Vaticano II.
Los propósitos y el estilo del papa Francisco
difieren enormemente de los anteriores, pero recibe acumulados todos los temas
y problemas y, aparte de su interior visión y fortaleza, va a necesitar de unos
apoyos y recursos, de todas partes, para llevar a cabo las reformas paralizadas
del Vaticano II y las que últimamente le
vienen más urgidas. No le servirán
ni la ligereza ni la impaciencia, sí la clarividencia, la corresponsabilidad de
todos, y la firmeza sentida en torno suyo. Muchos, no todos, queremos las
reformas, por ellas hemos luchado fieles al Evangelio y al espíritu y pautas
del Vaticano II, pero las resistencias pertinaces a nadie como a él le va a tocar verlas, sufrirlas y resolverlas.
El Papa Francisco no
quiere enseñar, gobernar, actuar ni gestionar solo. Nos lo ha demostrado. Cuenta con todos los que han visto que su
proyecto es volver a Jesús, recuperarlo
y anunciar con gran fuerza su gran
novedad para hoy y buscar entre todos soluciones, dando la vuelta a esta sociedad neoliberal desigual
y fratricida.
Sobre los temas que voy a exponer, la exégesis y teología modernas aportan luces y principios que difícilmente puede ignorar o descuidar un cristiano de hoy. Yo espero que el Papa Francisco, con la libertad y coherencia que le caracterizan, sabrá abordarlos distinguiendo lo que es y pertenece al Evangelio y lo que es y pertenece al bagaje cultural de la humanidad. Ambas cosas -Evangelio y Culturas- se han necesitado y relacionado siempre y en cada momento se han implicado para dar respuesta a la búsqueda y problemas del hombre. Hoy, sin desestimar la herencia del pasado, la cribamos y la enriquecemos con los nuevos conocimientos, que nos alumbran espacios o aspectos inéditos de la realidad.
(Benjamín Forcano. Sacerdote y teólogo).
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