26 de agosto de 2013

La ordenación sacerdotal de la mujer como reto para el Papa Francisco

   

                                   “Creo que aún no hemos hecho una teología profunda de la mujer en                                la Iglesia. En cuanto a la ordenación de las mujeres  la Iglesia ha                                hablaCiertametntedo y dice no. Lo ha dicho Juan Pablo II, pero con                                unaformulación definitiva. Esa puerta está cerrada. Pero quiero                                    decirles algo: la mujer en la Iglesia es más importante que los                                           obispos y los   curas. ¿Cómo? Esto es lo que debemos tratar  de                            explicar mejor.            Creo que falta una explicación teológica sobre esto”.                                (En el encuentro con los periodistas en el avión).

                ¡Esa es muna puerta  cerrada! Ciertamente lo es desde hace más de 20 siglos y  lo sigue siendo. Pero, en el hoy del siglo XXI, es momento de preguntarse por qué está cerrada y si hay motivos para que siga cerrada.

         Todos entendemos que haya podido ser así  por razones de una situación histórico-cultural muy distinta a la nuestra. Situación que ha perdurado hasta hoy, pero no porque fuera una tradición “divino-apostólica” sino por ser una praxis introducida desde el principio por motivos hoy bien conocidos y explicables, pero que en modo alguno permitan elevar esta praxis  a categoría divina y deducir  que la no ordenación de la mujer  “forma parte de la constitución divina de la Iglesia”. Las diferencias entre varón y mujer no son razón para someter la mujer al dominio del varón  y excluirla de algunas tareas eclesiales.

         La Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II (30 de mayo de 1994), no aporta nada nuevo, su enseñanza estaba incluida en documentos anteriores, sobre todo en la Declaración del Papa Pablo VI  Inter insigniores de 1976. Ni cuestiona para nada las investigaciones  históricas o bíblicas. Juan Pablo II tuvo, es cierto, la voluntad de zanjar  definitivamente la cuestión entre los fieles de la Iglesia católica. Pero, de inmediato, muchos  comentaristas católicos le replicaron que esta es una cuestión abierta, una doctrina ajena a la Escritura y una verdad no revelada. Por todo ello, no ha podido ser propuesta como una verdad de fe, ni definida como una verdad de magisterio  infalible o ex - cathedra.

         Los argumentos aducidos por la Carta son más  que débiles: el hecho de que Jesús   eligiera entonces  únicamente  a varones, no quiere decir que lo hiciera exclusivamente y para siempre. Esa exclusión a perpetuidad no va incluida en la acción de Jesús. Muchos teólogos y teólogas han probado que no existen objeciones dogmáticas para la admisión de la mujer a la ordenación sacerdotal.  Y los obispos alemanes advirtieron al Papa de la “no oportunidad” de la publicación de esa Carta.

         No es objeto de este mi artículo entrar a describir la enorme literatura teológica que siguió a la publicación de la Carta. Pero quiero destacar algunos aspectos  fundamentales.

         El sacerdocio más que un  derecho personal es una vocación y un servicio a Dios y a la Iglesia. Y queda fuera de toda duda que excluir  a la mujer por razón de su sexo  del ministerio sacerdotal supone de hecho una grave discriminación dentro de la Iglesia. Cristo no excluyó a la mujer del sacerdocio. Dios no hace distinción de personas.

         Como muy bien ha escrito el teólogo Domiciano Fernández: “En la Iglesia católica se ha decidido desde arriba, entre las Congregaciones romanas y el Papa. No se ha tenido suficientemente en cuenta  las opiniones de las diferentes Conferencias Episcopales y de los sínodos  de los obispos celebrados en Roma. Con los documentos pontificios  por delante, se ha limitado la libertad de reflexión  y de expresión de las Iglesias locales y de los teólogos” (Ministerios de la mujer en la Iglesia, Nueva Utopía, 2002, pg. 235).

         Es precisamente este teólogo, que murió sin que le dejaran publicar su libro, a quien me atrevo a recomendar. En opinión de teólogos que lo han  leído, es un libro  espléndido para conocer a fondo esta cuestión,  por su rigurosa documentación histórica y por su mesura e imparcialidad en valorar las razones de una y otra parte.

         Cito como conclusión estas  sus palabras: “Mi actitud fue desde el principio la de estudiar e investigar  estas cuestiones sin prejuicios y sin tomar partido de antemano por ninguna opción concreta, sobre todo en el problema de la posible o no posible ordenación de la mujer. Sin prisas y sin intereses personales de  de ninguna clase,   comencé a estudiar la cuestión  de la Sagrada Escritura y en la tradición de la Iglesia, valiéndome  las monografías y amplios estudios  que han hecho otros autores  sobre estos temas y confrontando las fuentes siempre que me fue posible.

         Pronto me convencí  de que no existía una dificultad  dogmática seria que impida la ordenación sacerdotal de la mujer. No existen argumentos serios  sacados  de la Sagrada Escritura, donde no se plantea esta cuestión. Los argumentos teológicos deducidos de que el sacerdote representa a Cristo varón  y el de alianza nupcial entre Cristo y su Iglesia  (de los que me ocupo  en el capítulo VII) no me parecen convincentes.  Los argumentos  que con tanta frecuencia han dado los Santos Padres y los teólogos, fundados en la inferioridad, en la incapacidad  y en la impureza de la mujer, son inadmisibles  y nos debieran llenar de vergüenza y sonrojo a los crsitianos” (Idem, pp. 11 y 12).  

         “ Muchos años de estudio no han podido  convencer ni a los teólogos ni a los biblistas de que sea expresa voluntad de Cristo  excluir a las mujeres del ministerio ordenado. Los ministerios los ha creado la Iglesia  según las necesidades de los tiempos  y según la cultura de la época. Han cambiado y siguen cambiando.


         Lo que los biblistas y teólogos rechazan y no ven oportuno ni conveniente es que se quiera zanjar  de un modo definitivo la cuestión de principio, cuando no hay argumentos válidos  que fundamenten esta decisión.  Una decisión del Papa no puede convertir en palabra revelada lo que realmente no lo es.  Es un anacronismo  invocar el ejemplo de Cristo o de los apóstoles para deducir  que se trata de una verdad que pertenece al “depositum fidei”. Y si no se trata de una verdad revelada el Papa no tiene autoridad  para proclamarla como infalible o como verdad de fe.  Me parece esencial que haya más  diálogo, más libertad, más espíritu de comunión.  Que Roma no se limite  a proclamar verdades y dar órdenes.  Es necesario es cuchar lo que otros dicen.  Escuchar para reflexionar y aprender , y no sólo para enseñar.  Es importante descubrir  lo que Dios nos habla a través de los signos de los tiempos” (Idem, pp. 271-272). 

(Benjamín Forcano).

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