26 de diciembre de 2014

El dilema de Podemos


Ya he ido a tres comidas de navidad en las que estaba prohibido, de mutuo acuerdo, hablar de Podemos. Se hace para que el tema no monopolice las conversaciones. Porque Podemos es la serpiente del invierno, el tema de moda en la calle en los últimos meses. Ha conseguido que la gente en los bares y en las calles vuelva a discutir de política. Y, a la mínima, cada parroquiano tiene una opinión sobre Podemos.

Y todo eso ha sucedido sin que Podemos tenga que definir exactamente qué es. O quizás haya ocurrido precisamente porque Podemos aún no ha definido lo que es.
El estallido del 15M ha sido uno de los acontecimientos sociales más importantes de este siglo en nuestro país. El movimiento de los indignados se extendió desde la Puerta del Sol de Madrid al mundo entero: gente normal se echó a la calle, harta de pagar la crisis, harta de un modelo social injusto y desigual.

Ese hartazgo con la corrupción, con el enriquecimiento desmesurado y con el sistema político que lo fomenta se presentó a menudo en los medios como desencanto con la política. Y sin embargo, la gente en las calles no estaba desencantada con la política, sino con no poder hacer política. Con los profesionales de la cosa pública constituidos en una auténtica casta dirigente. Por eso Podemos dio la campanada. Primero en las elecciones europeas y luego en todas las encuestas.
El éxito de Podemos es que ofrece un modo diferente de hacer política donde la gente puede ser protagonista, en vez de mera espectadora. Por primera vez en mucho tiempo hay gente que sentimos que se puede votar con ilusión. Gente entusiasmada porque va a ser que es verdad que es posible otra forma de hacer política.

Pablo Iglesias y su gente dicen lo que todos pensamos. Nos emocionamos ante su visión de un modelo político más justo. Creen –como nosotros- en un sistema diferente que no esté centrado en los beneficios desmesurados de los de arriba, sino en el bienestar de los de abajo. Aspiran a una sociedad más justa y a una ciudadanía empoderada, donde todos nos sentimos identificados.
Así, Podemos ofrece dos cosas: una manera diferente de hacer política y un nuevo modelo político. El nuevo partido no habría triunfado si ofreciera exclusivamente un programa diferente. El entusiasmo lo fomentan lemas que se repiten como mantras salvadores frente al hartazgo: sí se puede, la sonrisa ha cambiado de bando, somos la gente. El hallazgo de nuevos lemas que nos atrevemos a gritar.

Ahora Podemos tiene que pasar por primera vez de los eslóganes a las realidades. Y su primer reto no es un desafío electoral en el que elaborar un programa, sino el proceso interno de constitución como partido. No tengo muy claro hasta qué punto el brillante grupo de estrategas de Podemos -tan hábiles en la construcción de un programa político ilusionante- es consciente de la importancia del debate interno.

Lo que se está discutiendo en este proceso no es quién se queda el control del partido. No se trata de una pelea de poder entre el equipo de Pablo Iglesias y el de sus dos eurodiputados aparentemente disidentes, y ni siquiera de evitar que grupos más o menos descontrolados de ciudadanos se hagan con Podemos en alguna ciudad. Lo que está en discusión es el modelo de partido. Y del modelo que triunfe ahora dependerá la capacidad de Podemos de seguir generando ilusión.

Es comprensible la preocupación de los promotores de que nadie nos rompa un juguete que ni siquiera hemos estrenado todavía. También se entiende la desconfianza ante lo desconocido y los desconocidos. Esos miedos son lógicos, pero peligrosos. Porque el riesgo más inmediato para Podemos es convertirse en un partido como los demás. Con sus miserias y sus seguridades, pero sin la capacidad ilusionante que nos encantó.

Podemos está al borde del abismo. Está rozando el cielo con los dedos, pero asentado sobre bases movedizas. Si se convierte en un partido donde las decisiones se toman por unos pocos y se imponen a los demás, está acabado. Si se convierte en un aparato donde el secretario de organización fulmine al disidente y el acceso a la cúpula se base en amistades y parentescos ya no será Podemos, sino otro intento fracasado.

La ciudadanía no quiere otro partido de masas. No apoyará una estructura que se aleje de las calles y se quiera legitimar con un puñado de referéndum intrascendentes. No va a entender el autoritarismo, las guerras fraticidas y el endiosamiento dentro del partido. Si Podemos opta por esa vía, puede desinflarse como una burbuja. Antes de llegar.

Estamos en el momento de superar los eslóganes. De dar un paso más allá de las frases bonitas. Podemos tiene que demostrar que otra forma de hacer política es diferente. Una forma basada en dejar el protagonismo y la iniciativa a las gentes, a los barrios, a eso que ahora llamamos la ciudadanía. Sólo así será la herramienta que todos soñamos y deseamos. El verdadero instrumento del cambio. Por eso, sin duda,con la gente sí Podemos. Pero sin la gente, no, y hay que demostrarlo.

(Joaquín Urías. Candidato a Secretario General de Podemos en Sevilla.  Andalucesdiario.es)

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