22 de noviembre de 2009

Lección de democracia: los europeos leen en la prensa que tienen presidente

Juan Carlos Escudier
El Confidencial

Empezó siendo un sueño y ha terminado en bostezo. Cansados de ver cómo se construye su casa sin que nadie les consulte o de que se les ignore cuando se han manifestado en contra, los europeos han debido de encogerse de hombros al conocer que, a los postres de una cena en Bruselas, los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 se han puesto de acuerdo para que el belga Herman von Rompuy sea el primer presidente de Europa y la británica Catherine Ashton asuma el cargo de Alto Representante de Política Exterior en sustitución de Javier Solana. Rompuy, que más allá de Bélgica, donde era primer ministro, sólo era conocido por ese señor tan listo llamado Google, será quien encarne la voz de Europa en el mundo. Ahora sí que nos van a oír.

De esta manera tan transparente se pone en marcha la gran reforma institucional de la Unión, ese gran espacio democrático integrado por ciudadanos que se han enterado por la prensa de que ya tienen un presidente. Es la culminación natural a un proceso esperpéntico de refundación, en el que primero se trató de colar como Constitución lo que era una simple carta otorgada al mejor estilo del despotismo ilustrado, y que, tras el rechazo en referéndum de Francia y Holanda, se volvió a servir como si fuera un plato recalentado con el nombre más modesto de Tratado. Por el camino se han ido extrayendo lecciones, la última de Irlanda: para ganar una consulta popular basta con repetirla hasta que el electorado rinda el fuerte y enarbole la bandera blanca. Ya se sabe que repetir es persuadir con más detalle.

Tembloroso suflé

El caso es que los europeos tenemos presidente aunque no sepamos muy bien de qué se ocupará, entre otras cosas porque nadie se lo ha preguntado y ni él mismo lo sabe. El Tratado de Lisboa es bastante parco respecto a sus funciones y se limita a precisar que, además de impulsar los trabajos del Consejo Europeo, presentar al Parlamento un informe de sus reuniones y esforzarse por facilitar el consenso, asumirá la representación de la Unión “en los asuntos de política exterior y de seguridad común”.

Habrá quien se pregunte y con razón a qué se dedicará entonces el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, pero es difícil que Ashton pueda satisfacer esta curiosidad porque su sorpresa al ser designada ha tenido que ser mayúscula, habida cuenta de que su experiencia en el exterior tiende a cero, y que si ha sido durante un año comisaria europea de Comercio lo fue en segundas nupcias gracias a la renuncia de Peter Mandelson. Eso sí, es baronesa, lo que realzará mucho sus tarjetas de visita.

De esta forma, tenemos un presidente del Consejo Europeo que asume funciones del presidente de la Comisión y del Alto Representante; un presidente de la Comisión que se funcionariza más aún y se limitará a dirigir el colegio de comisarios; y un Alto Representante que ejercerá de tal mientras no le vampirice el presidente del Consejo y que tendrá que coordinarse con él y con el presidente de la Comisión, porque, al fin y al cabo, será uno de sus segundos. ¿Que por qué no se optó por hacer recaer en el presidente de la Comisión la representación exterior y así nos hubiéramos ahorrado un cargo? Pues porque eso sería darle mucho poder y porque así funciona la burocracia.

En vista de que el cargo de presidente permanente del Consejo Europeo es un tembloroso suflé en la cúspide de las instituciones comunitarias, hubo quien pensó atinadamente que el cargo debería recaer en una personalidad fuerte y experimentada capaz de darle contenido, y con la independencia suficiente como para no ser una simple marioneta en manos de sus mentores, en este caso, Francia y Alemania. Se trataba de un brindis al sol porque ningún líder europeo iba a permitir que un empleado suyo le hiciera sombra. Y así llegamos a Rompuy, que, por si no se han dado cuenta, no es Obama.

Como tampoco Ashton es Hillary Clinton, aunque este caso cabe destacar la estrategia de Gordon Brown al defender hasta el último momento a Tony Blair como presidente del Consejo para obtener la pedrea del Alto Representante. Después de que Gran Bretaña impidiera que el Tratado de Lisboa instaurara el puesto de ministro de Relaciones Exteriores de la Unión, logra aposentar sus reales en el sucedáneo, que por vez primera contará con un bien dotado Servicio de Acción Exterior, que es la forma que tiene Bruselas de llamar a las embajadas.

Crisis de identidad

Europa vive una crisis de identidad porque resulta incomprensible para sus ciudadanos y porque las naciones que la forman se resisten a ceder soberanía. Y siendo una evidencia que buena parte de las decisiones que se adoptan en Bruselas afectan a la vida cotidiana, al personal la Unión Europea le suena a chino, por no decir que le importa un bledo. Bien es cierto que no se trata de un fenómeno nuevo. Remontémonos a mayo de 1999. El barómetro del CIS preguntaba a los españoles que sentirían si al día siguiente la UE dejara de existir. Resultado: a más del 50% le resultaba indiferente o, incluso, experimentaría alegría. Hoy el porcentaje sería mayor.

Pese a todo lo anterior, sería injusto no reconocer virtudes al Tratado de Lisboa, que permite a Europa configurarse, por vez primera en la historia, como una entidad propia, más de allá de los estados que la componen, con personalidad jurídica para participar en reuniones internacionales y firmar acuerdos. Incorpora en paralelo una carta de derechos fundamentales en los que valores como la paz, la democracia, la libertad, los derechos humanos, la defensa del medio ambiente o la erradicación de la pobreza se transforman en objetivos de la acción europea. Confiere algo más de poder al Parlamento Europeo; y agiliza su funcionamiento al evitar la regla de la unanimidad en muchas de sus decisiones. Aun así, consagra excepciones para algunos países difícilmente justificables.

La UE sigue siendo una agrupación de intereses económicos que se limita a dar pasos de tortuga hacia la unión política. Su meta es conseguir un papel de actor protagonista en una escena internacional, en donde han irrumpido con fuerza potencias como China e, incluso, India, que están logrando inclinar hacia Oriente el eje de las grandes decisiones mundiales. A este reto y a otros más inmediatos como la salida de la crisis o su dependencia energética deberá hacer frente la Unión, con Von Rompuy en su mascarón de proa.

Europa se sigue edificando de espaldas a sus ciudadanos y teme someterse a su escrutinio. ¿No hubiera estado justificado una elección global para nombrar al presidente del Consejo o, al menos, dejar que esta responsabilidad recayera en el Parlamento? En vez de eso se ha vuelto a funcionar la democracia del canapé. Con su pan se lo coman.

Visto en escolar.net

No hay comentarios:

Rebelion

Web Analytics