2 de enero de 2006

¿Queremos hacer la revolución?



No nos parece que haya dudas sobre el hecho de que el primer problema de la humanidad es el del abismo Norte-Sur, la inmensa brecha entre países enriquecidos y países empobrecidos, la injustísima estructura que rige las relaciones políticas, económicas y sociales entre el Norte y el Sur, entre el Primer Mundo y el Tercer Mundo.

La llamada globalización (que no significa otra cosa que americanización, o transnacionalización neoliberal) ha llevado esta estructura a todos los confines del planeta. Desde que en el 1.973 se crease la Comisión Trilateral, ese grupo demoníaco de poderosos, científicos e intelectuales constituido con el fin primordial de extender por toda la Tierra la ideología neoliberal, las conciencias de la mayoría de los ciudadanos aceptan el actual estado de cosas sin mayor problema (ya sea por connivencia egoísta e insolidaria, ya sea por sentimiento de impotencia, por miedo o por lo que sea). De ahí que, necesariamente, la revolución tenga que comenzar por el plano cultural, deben ser las ideas y los valores de la gente lo primero que deben cambiar, para que cambien después los estilos de vida y así, podamos verdaderamente ejercer una resistencia no violenta contra la colonización de los modos de vida que se realiza sobre nuestras mentes, 24 horas al día.
Algunas de las claves fundamentales de la revolución (personal, comunitaria e institucionalmente considerada) son a mi juicio, las siguientes:

1. Recuperación de la politización de la sociedad civil

La ideología del neoliberalismo ha conseguido la despolitización de las masas, convirtiendo a la clase trabajadora que compone la mayoría del tejido social (otrora agente y motor del cambio social) en una clase media burguesa consumista, haciéndola pasar de una “república de trabajadores a una democracia de burgueses”. Así las cosas, con una sociedad civil totalmente despreocupada de la “cosa pública” y recluida en su hogar consumista, las cosas no podrán cambiar nunca, pues del poder y del sistema, obviamente, no va a venir revolución alguna sino todo lo contrario, consolidación conservadora de lo establecido. Por tanto, la toma de conciencia de que lo público nos afecta, de que lo social nos debe doler, de que, como decían los clásicos, humani nihil a me alienum puto (“nada humano me es ajeno”) es condición sine qua non para la revolución. Debemos hacernos cargo del prójimo social, debemos cobrar conciencia social y política para recuperar el protagonismo que nos corresponde como pueblo, en la construcción y realización de la historia humana.

Esta toma de conciencia política nos debe llevar a una formación e información constantes sobre los problemas político-económicos, pues ¿cómo vamos a cambiar una realidad que no conocemos con un mínimo de profundidad?. Junto a esta formación debemos aportar nuestra militancia política en cualquier organismo (ya sea partido, sindicato, asociación vecinal o cultural, u ONG) para subvertir el orden-desorden establecido. Estamos convencidos de que los partidos políticos y los sindicatos mayoritarios se han convertido en maquinarias anquilosadas al servicio del poder porque la gente que tiene inquietudes éticas y solidarias a favor de la revolución. En lugar de militar políticamente, rehuye este reto “dejando vía libre al enemigo”. ¿Qué pasaría si todos los que forman parte de iglesias de base y ONGs despolitizadas, ingresasen críticamente en instituciones políticas para ejercer el derecho democrático de la participación? ¿Podrían echarnos a todos? Ofrecemos este punto como invitación a la reflexión de las iglesias y las ONGs.

2. Implantación de la austeridad como estilo de vida

La globalización neoliberal ha impuesto la absolutización y sacralización del mercado (fundamentalmente, el mercado financiero) como marco único e incuestionable de funcionamiento social, y como marco de decisión político-económica. Esto significa que la política económica del neoliberalismo no estudia las necesidades humanas y, en función de ellas, impulsa la maquinaria productiva, sino exactamente al revés: atiende a las necesidades del mercado y, en función de éstas, “crea” las interminables falsas necesidades de los ciudadanos (las cuales, obviamente, sólo van a poder ser satisfechas por una ínfima minoría de éstos).

Esto es la “sociedad consumista”, compulsivamente consumista y este consumismo alimentado por el materialismo hedonista que el propio sistema se encarga de fomentar a través de sus armas mediáticas y del casi exhaustivo control de la mayoría de los centros de formación de la opinión pública es el motor del sistema económico neoliberal, que empobrece y explota a la inmensa mayoría de mujeres y hombres.

Este sistema dejaría forzosamente de funcionar si ejerciéramos una feroz resistencia a esta imposición de modelos y estilos de vida consumistas. Por eso se hace necesario un estilo de vida austero, que se conforma con vivir sencillamente, con poseer sólo lo verdaderamente necesario; un estilo de vida que descubra, muestre y demuestre a los demás, que la felicidad humana tiene poco que ver con ese afán desmedido por la posesión individualista, el gasto, el bienestar materialista y el confort; un estilo de vida donde la lectura, la reflexión, el disfrute de la naturaleza y de la amistad, el desarrollo de las capacidades personales, la participación político-social y la lucha solidaria por la justicia sustituyan a esa sucesión vacía y obsesiva de actos de consumir, consumir y consumir.

De este modo, el boicot a la telebasura (la principal incitante al consumismo hedonista), a las multinacionales, a los productos que han sido fabricados explotando a los trabajadores o contaminando el medio ambiente, etc, así como el apoyo y la progresiva multiplicación de las redes de comercio justo, serán actos concretos que anticipen el nuevo modelo de sociedad no-consumista.

3. El ejercicio de la solidaridad cotidiana

La práctica de la solidaridad no podrá ser, para la mujer y el hombre revolucionarios, objeto de “actos excepcionales” como los de responder a ciertas campañas de ONGs en determinados momentos sueltos (como si los pobres de la Tierra –principales damnificados del sistema- no pasaran hambre todos los días), sino que deberá ser el rasgo esencialmente definitorio de su forma de ser y de vivir.
Esto significa que el antedicho anticonsumismo debe ir necesariamente acompañado por una práctica cotidiana del compartir nuestros bienes materiales y nuestro dinero con los necesitados, de manera que lo que sustraemos al consumismo lo desviamos hacia la atención a los pobres y a sufragar los actos de nuestra militancia.

Asimismo, la solidaridad militante y de resistencia no-violenta deberá plantar cara a las actuales estructuras bancarias y bursátiles, no participando jamás en fondos de inversión ni en la adquisición de los productos financieros al uso en nuestro sistema; al contrario, se hace necesaria la creación de fondos alternativos de inversión solidaria, para la promoción de personas pobres e insolventes a las que el sistema jamás ayudará.

Y el permanecer constantemente atentos y abiertos al contacto con los sufrientes de nuestro entorno cercano local, será también otro rasgo de nuestra solidaridad cotidiana. Frente al impersonalismo de nuestra sociedad, que pasa de largo ante tantos mendigos, sin-techo, inmigrantes, etc, el revolucionario deberá encarnarse en la situación de tantos necesitados como nos rodean, pues sólo se puede liberar lo que se asume, y sólo podemos ayudar a aquéllos en los que nos encarnamos.

4. La participación activa y directa en actos contra la globalización

Una de las principales causas de que el sistema imperante permanezca tan tranquilo, es la falta de denuncia por parte de la ciudadanía. El ciudadano medio está tan ocupado (o trabajando o consumiendo) que apenas tiene tiempo (ni ganas ni interés) para participar en actos reivindicativos de denuncia del sistema. Por eso, nuestra participación (con nuestro trabajo en su preparación y con nuestra presencia en su realización) en todo tipo de actos que denuncien la actual estructura es imprescindible.

Así, manifestaciones, sentadas, encadenamientos, huelgas, marchas, concentraciones callejeras, objeciones de conciencia, objeciones fiscales y demás actos llamativos se hacen necesarios como llamadas de atención a la opinión pública.
Al mismo tiempo, es también necesaria la creación y participación en foros de debate, campañas en la red, ciclos de conferencias, seminarios, publicaciones, folletos, centros culturales y demás iniciativas de transformación del orden cultural, luchando sin descanso por suplantar la ideología y los valores del neoliberalismo por otros de tipo solidario; militando sin tregua por transvalorar el talante de nuestras acomodadas y aburguesadas conciencias.

5. La vivencia y realización de lo comunitario

Queda fuera de toda discusión que el principal valor que la ideología neoliberal ha impuesto es el individualismo. Así, el ciudadano queda fragmentado, escindido y disuelto, anulándose la posibilidad de cualquier sujeto social colectivo (precisamente, el necesario para la transformación social). Así, al vivirse todo desde la más absoluta individualidad, el sistema puede fácilmente con la sociedad, con el pueblo. Pero si implantásemos la vida comunitaria (la comunión de vida y de bienes) el sistema no podría con nosotros. No es difícil imaginar cuánto crecería nuestro poder, y cuánto aumentarían nuestras posibilidades y capacidades, si uniésemos nuestros bienes, nuestro tiempo, nuestras potencialidades, nuestras fuerzas y nuestra acción, las pusiéramos en común y las enfocáramos en la misma dirección: contra el sistema.

Si lo hiciéramos, ni dependeríamos de la banca, ni nos tendríamos que someter al yugo de empresas explotadoras y puestos de trabajo alienantes, ni tendríamos esa mentalidad tan menesterosa y dependiente frente a “papá-Estado”; antes, al contrario, seríamos los verdaderos sujetos protagonistas de la historia, convirtiéndonos en ciudadanos responsables de “la casa común”, haciendo una auténtica democracia participativa de esta falsa burocracia, y constituyéndonos en pueblo auténticamente autogestionario.

En conclusión, si queremos hacer la revolución empecemos, a partir de este preciso instante, a trabajar por la politización de los individuos y los grupos que componen la sociedad, vivamos una austeridad rebelde contra el consumismo, practiquemos la solidaridad cotidiana (desprendiéndonos de todo lo innecesario, a favor de los que no tienen), participemos en todos los actos que podamos organizar contra la globalización neocapitalista y construyamos comunidades que luchen, con entusiasmo, por la justicia social universal.

Y, sobre todo, seamos constantes (una de las primeras razones que justifican la necesidad de la comunidad es, precisamente, la posibilidad de cansarnos en la lucha, por lo cual es imprescindible el apoyo comunitario). Luchemos hasta cansarnos, y continuemos hasta cansarnos de cansarnos. La revolución sólo será posible con hombres de ésos a los que se refería el poeta Bertold Brecht:

“Hay hombres que luchan un día, y son buenos: hay hombres que luchan un año, y son mejores, hay hombres que luchan diez años, y son muy buenos; y hay hombres que luchan toda la vida, ésos son los imprescindibles”.

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