20 de noviembre de 2012

En tierra de nadie




Hace tiempo que me levanto cada mañana con el desasosiego de quien no tiene patria ni nombre, con la sensación de vivir en tierra de nadie. Mientras, observo cómo mi país, España, se convierte en un puzzle de piezas inconexas que sólo tienen en común el llanto, la carencia de diálogo, la desesperación, la rabia... Mi profesión, desde hace siete años, es impartir clases de Lengua castellana y Literatura en la Enseñanza Pública. Sí, soy una de esas funcionarias que habita un espacio, hostil, para muchos, desconocido, por otros, y tristemente vilipendiado desde hace décadas por la clase política. Pero, para mí, es el espacio en el que trabajo de una manera realmente agotadora cada día. En él siempre he encontrado una mano amiga, muestras de afecto por parte de mis alumnos y el respeto, en muchas ocasiones, de aquellos que observan cómo el futuro de sus hijos navega sin rumbo fijo a pesar de que yo, y otros muchos compañeros, no podemos evitarlo. Vivo, por tanto, en tierra de nadie. Y pienso, honestamente, que ser profesora de Lengua en España se ha convertido en una misión imposible.

¿Cómo explicar a los alumnos que habitamos un espacio en el que las palabras han perdido por completo su función dentro de la vida pública? ¿Cómo explicar que conceptos como, “compromiso”, “dignidad”, “esfuerzo”, “honestidad”, “lealtad”, “cultura” o “libertad” son palabras vacías en nuestra realidad cotidiana? Cada día nos desayunamos con discursos en los que se acumulan significantes carentes de todo significado: patada directa a la lingüística en toda regla. Y lejos de continuar aquella premisa definida por García Márquez (construir la realidad mediante palabras), nos dedicamos a destruir la realidad cada día con conceptos que nos sólo no la definen, sino que la enmascaran. En nuestros bosques ya no florecen rosas, ya no florecen palabras. Hemos sido los mayores pirómanos: En sólo unos años hemos arrasado la tierra fértil por la que nuestros antepasados han luchado durante décadas: la Igualdad.

Sí, es muy complicado que un adolescente llegue a comprender el significado de la palabra “compromiso”. Es complejo que entienda aquello de que “un hombre vale lo que vale su palabra” mientras contempla a diario cómo la clase política practica en su vida profesional justo lo contrario de lo que pregona en sus campañas electorales. De la misma manera, es muy difícil explicar el significado de la palabra “dignidad” mientras miles de personas están siendo desahuciadas de sus casas por no poder hacer frente a una hipoteca, convirtiéndose así en los mártires de esta situación perversa. ¿Y qué decir del “esfuerzo”? Durante años hemos podido comprobar cómo en España se lograba un salario bien remunerado sin ni siquiera acabar la ESO, mientras aquellos que se esforzaban en concluir estudios universitarios veían, tras muchos años de lucha, un futuro más que desalentador, un futuro que hoy se ha convertido en una realidad espeluznante. Con respecto a este tema, resultan bastante ilustrativas las palabras de un alumno en clase hace un par de años: “Profesora, no quiero esforzarme en sacar los estudios. Mi padre no estudió. Ha ido trabajando en todo aquello que le ha salido y nos ha ido muy bien. Es verdad que ahora está en el paro y dicen que es por esto de la crisis. Pero mi tía tiene dos carreras universitarias y no creo que trabaje nunca. Al menos, aquí, en España, tengo claro que no”. Ante tal afirmación no tuve más remedio que guardar silencio. No encontraba palabras...Es muy angustioso para una profesora de Lengua no encontrar palabras que ayuden, que fortalezcan, que calmen, que despierten alguna esperanza en este panorama desolador. Pero es más duro aún, si cabe, comprobar que tu voz, junto con la de muchos compañeros de profesión, no sólo no se escucha sino que se silencia. Porque aquellos que deberían callar son precisamente los únicos que gritan y acrecientan un caos violento que sólo genera más y más violencia. Mientras, yo, desde mi humilde sillón de profesora, contemplo cómo se fusilan palabras: “honestidad, “solidaridad”, “respeto”, “tolerancia”, “cultura”...y se concluye con el tiro de gracia de la única palabra que puede devolvernos la esperanza: “libertad”.

Por ello pido a todos los padres, hijos, alumnos, compañeros y ciudadanos, en general, que no permitamos que esta situación se prolongue. Cada vez que se cambia una palabra por un cheque sin fondo, cada vez que se fusila una palabra, estamos obligados a morir en tierra de nadie.

(Ángela María Ramos Nieto. Profesora de Lengua castellana y Literatura).

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