25 de julio de 2011

El uso perverso de las palabras

La escritura no nació ni para la poesía ni para la ciencia ni para las cartas de amor. Como decía el antropólogo Claude Lévi-Strauss, “la función principal de la escritura antigua era facilitar la esclavización de otros seres humanos”. Al igual que otras tecnologías, la bendita palabra escrita se inventó como una herramienta de dominación: como un instrumento al servicio de los reyes y sacerdotes sumerios, que usaban a sus escribas para cobrar impuestos, contar esclavos, sacos de trigo y cabras, y administrar un imperio en expansión.

El arte y el conocimiento llegaron a los libros mucho después. Pero los usos perversos del lenguaje como palanca para el control social aún siguen ahí, aunque ahora el más preocupante es otro: la propaganda. Cualquier manipulación empieza siempre en el diccionario. Por eso llaman “gasto” al dinero invertido en guarderías, o en salud, o en pensiones, pero califican como “inversión” a cualquier presupuesto empleado en infraestructuras, aunque sean tan inútiles como esos trenes AVE que hasta hace nada circulaban casi vacíos entre Toledo y Albacete.

La última de esas trampas en la lengua aún no está en el diccionario de la RAE, pero ya es de uso común: el “copago”. Nombran así a un modelo de sanidad pública como el que ahora estrenará Italia: 25 euros por cada visita a urgencias, otros 10 por cada cita con el especialista. Lo llaman copago y no lo es: la palabra correcta sería “repago” porque la sanidad ya la pagamos a través de los impuestos. El llamado copago consiste, para entendernos, en que paguen más por la sanidad los enfermos, y no los que más ganen. Es un impuesto indirecto que grava a la enfermedad y a la vejez.


(Ignacio Escolar. Público)

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