19 de junio de 2012

Es el sistema financiero.



Desde que explotó la actual crisis en España, estaba claro que el enorme desarrollo inmobiliario, la subsiguiente explosión y el enorme parón de la construcción estaban causadas por las prácticas financieras vigentes y que la explosión afectaba inmediatamente al sistema bancario. Incomprensiblemente, en vez de abordar este problema, el gobierno Zapatero secundado por el Banco de España, la CEOE, el BCE, etc se plantearon cuestiones que no tenían nada que ver con este asunto, como la reforma laboral (que como se ha visto no tenía nada que ver con más empleo sino con más despido). Ha tenido que llegar Bankia para que el gobierno Rajoy  empiece ahora a abordar el problema con 3 años de retraso.

La crisis actual es el resultado de una larga época en la cual los autodenominados 'creadores de riqueza' han convertido el sistema financiero en un auténtico casino galáctico sin reglas ni cortapisas ni pago de peajes. Puedes apostar de todo: una autonomía como Valencia, un estado federado como California, un país como Grecia y una confederación como la Unión Europea. En este casino no sólo no hay impuestos sobre apuestas y ganancias, sino que las pérdidas desgravan o son incluso subvencionadas por el supuesto 'riesgo' que han sufrido los benéficos apostadores. Por no citar recursos aparentemente irregulares pero en realidad perfectamente establecidos tales como los paraísos fiscales (antes llamados refugios de piratas), la evasión fiscal, etc. Y todo esto bajo la amable complacencia de gobiernos, de (supuestos) órganos reguladores de todo tipo y de estupendos fans académicos que se encargan de dar a todo ello un barniz (opaco) de respetabilidad. En realidad, todo esto es lo mismo de siempre: una minoría se las ingenia para apropiarse de los recursos colectivos y para hacer que el resto de la humanidad trabaje a su servicio. ¡Son las clases, estúpido/a!

En este sistema, la producción de bienes y los beneficios empresariales son conceptos secundarios o inexistentes. El capital está atomizado o es virtual y los jugadores son una nueva casta de ejecutivos que han entronizado las operaciones de bolsa como la actividad económica fundamental, y reducido el valor económico a la cotización (léase apuestas) de las acciones y demás activos financieros. Sus propias retribuciones no dependen de hipotéticos beneficios sino de 'bonus' que generosamente se autoconceden. Su poder reside en su libre administración de enormes corporaciones (masas de capital atomizado) a las cuales parasitan y cuyo futuro les importa sólo relativamente, protegidos como están por enormes blindajes aun en caso de llevar a su corporación a la quiebra. Esta casta se ha construido unas cómodas pasarelas entre las corporaciones, las (supuestas) agencias de calificación, los (supuestos) órganos de regulación, las escuelas de negocios de las más importantes universidades, los equipos de asesores de los gobiernos y, últimamente, los más altos niveles políticos (casos de Grecia, Italia). ¡Éstos son los creadores de riqueza! Nunca la ludopatía ha estado tan bien protegida y retribuida, ha llegado tan lejos.

Las crisis son inherentes a nuestro sistema económico. Con todo las hay más o menos odiosas, más o menos previsibles. La crisis actual es el resultado de la explosión de varias burbujas: hipotecaria, inmobiliaria y crediticia. No eran imprevisibles y resultan particularmente odiosas. Todas ellas basadas en negocios engañosos o sin futuro. Hemos visto conceder hipotecas sin garantía solo para inflar la cifra de negocio, créditos baratos idem, vender en envases atractivos productos financieros no ya oscuros sino negros, y convertir la construcción de viviendas en un sector hiperdimensionado e hipervalorado.

Y ahora que todo ha cascado, los jugadores exigen que se le pague íntegramente lo que pensaban haber ganado (como si sus negocios no fueran pésimos): que los contribuyentes a los que antes embaucaron y a los que nunca dieron participación en sus ganancias les costeen sus pérdidas con fondos públicos. Incluso que se liquiden las propiedades públicas, las instituciones públicas, para ayudarles, para que puedan volver a 'crear riqueza'.

Y tenemos que reconocer la cruda realidad: por muy inverosímil que parezca, están teniendo éxito, contando además con la entusiasta colaboración de una parte significativa de los perjudicados.

Así están logrando derivar la crítica hacia todo tipo de instituciones públicas: políticos, funcionarios, sindicatos, ayuntamientos, diputaciones, autonomías, estados europeos, parlamento, senado, sanidad pública, enseñanza pública, seguridad social y hacia grupos sociales castigados: inmigrantes, parados, empleados, precarios, excluidos, dependientes.

Llevamos meses oyendo iniciativas improvisadas y milagrosas para suprimir no sé cuantas instituciones públicas: que si el senado, que si las diputaciones, que si los partidos judiciales, que si las cajas de ahorro, que si las universidades, que si ministerios, que si ayuntamientos, que si los partidos, que si los sindicatos, ... Como si el problema residiera en estas instituciones y como si pudiéramos sustituir el papel bueno o regular que realizan de la noche a la mañana.

Es obvio que la crisis agudiza la visión de las deficiencias de muchas de nuestras instituciones públicas y que deberíamos seriamente reformarlas en un futuro próximo. Es posible que el funcionamiento de algunas de ellas haya impedido una mejor reacción ante la crisis. Pero esto es una cosa y otra es creer que esas instituciones han sido la causa y los protagonistas de la crisis. Como lo de que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades". Esto es cuando menos un error imputable a la histeria y cuando más un gigantesco embuste interesado (sostenido también por académicos de relumbrón).

(Francisco J. González Vázquez. Profesor Titular)

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