27 de junio de 2012

La "confianza" del FMI




“El FMI urge a España a subir el IVA y bajar el sueldo de los funcionarios”, nos informa un titular del diario Público[1].

El subtitular correspondiente añade: “El Fondo reclama a España una política «ambiciosa» y recuerda al Gobierno que la confianza en los mercados «sigue débil» y las perspectivas son «muy difíciles»”. Parece que hay que ganarse, pues, la “confianza” de “los mercados”.

Este mantra no es, en absoluto, nuevo. Para cerciorarnos del déjà vu, repasemos otra información de hace casi un año, esta vez de El País: “El FMI pide subir el IVA y recortar el gasto en funcionarios e inversiones”[2]. Casi calcado, ¿verdad? Bueno; si antes el Fondo Monetario Internacional ‘pedía’, ahora ‘exige’, porque para algo acaban de ‘rescatar’ nuestros bancos (léase, regalarles 100.000 millones de euros con el aval del Estado español) y nada es gratis. Pero prosigamos con otra coincidencia, en el cuerpo de texto: “«Las autoridades españolas respondieron a los retos económicos con un fuerte y amplio abanico de políticas», señala el documento aprobado por el consejo del Fondo. «Eso ayudó a reforzar la confianza del mercado». Pero puede no bastar: al organismo le preocupa la situación del mercado laboral […] y desconfía tanto de las previsiones de crecimiento como de déficit del Gobierno”. En julio de 2011, por tanto, el FMI aplaudía medidas como la primera rebaja del sueldo de los funcionarios en la Historia, realizada por Rodríguez Zapatero el año anterior a aquél[3], invocando de nuevo a la obtención de la “confianza del mercado”. No obstante, ¡ojo!, ese mismo organismo recomendador, “desconfía” de las expectativas de la Administración española.

Como bien nos explica Vicente Romano, a quien debemos ese clásico llamado La formación de la mentalidad sumisa[4], “Todas las instituciones dedicadas a nuestro adiestramiento presentan la fe y la confianza como virtudes. Quien cree y se fía es buena persona, dicen los de arriba”[5]. Sin embargo, la fe y la confianza pueden ser a menudo peligrosas para nuestros intereses. “Cuando vamos a pedir un préstamo a un banco descubrimos que apelar a la confianza del empleado no sirve de nada. Los bancos no suelen estimar en mucho la fe y la confianza”. Es más, “Cuanto más rica es una persona tanto más rigurosa es a la hora de firmar contratos. Es más fácil embaucar y explotar a una persona que tiene confianza que a otra que piensa y calcula. Quien no tiene intención de engañarnos no necesita nuestra confianza. ¿Por qué va a ser peor el saber que la confianza?” Acuérdense de películas del gran adoctrinador Walt Disney como La Sirenita, donde ni el todopoderoso Tritón, el dios de los mares, es capaz de llevarle la contraria al contenido de un contrato firmado por su hija, la protagonista, con la malvada bruja, por el cual ésta se quedaba con la voz de la Sirenita a cambio de darle piernas[6].

Varias encuestas han revelado que cuanto más gana la gente menos valora la fidelidad, y viceversa: “Los ricos no se fían ni un pelo, como puede verse por las revistas del corazón”, apunta Romano. Quienes siempre exigen fe y confianza suelen santificar la ignorancia, pero “que los comerciantes hablen entre ellos de contratos y no se fíen de la confianza mutua no perjudica lo más mínimo a sus relaciones. La desconfianza les trae sin cuidado, quieren seguridad. No necesitan ninguna confianza. La seguridad del contrato satisface sus intereses”.

De hecho, ya hemos visto que el FMI (en el fondo, consorcio de grandes corporaciones y entidades financieras) no se fiaba en su momento de lo que el Gobierno español le decía acerca de la tasa de crecimiento del PIB o de la evolución futura del déficit del Estado. No; el FMI demanda sus propias garantías, en forma de recortes del gasto público, incluida (otra) bajada de salarios. 

Y es curioso que fuera Adam Smith, el considerado padre de la ideología dominante del liberalismo económico, el primero que desaconsejara determinada confianza: “El interés particular de los que trabajan en una rama determinada del comercio o de la industria es siempre, en general, diferente y aun contrario al del público. El interés del comerciante es ampliar constantemente el mercado y restringir la competencia de los vendedores. […] Cualquier propuesta de nueva ley o de reglamento de comercio que venga de esta clase de gente debe ser siempre recibida con la mayor desconfianza”. [7] Insistimos: frase de Adam Smith.

¿Justificado tal aserto? Podríamos comprobarlo. En su informe anual sobre España de 2011, el FMI reclamaba, entre otras cosas, a nuestro país, “una reforma laboral más «ambiciosa» que rebaje a la vez el coste del despido y que eleve la productividad para que se rebaje el alto paro estructural que acosa la economía española. El organismo que dirige la francesa Christine Lagarde insiste en un sistema de negociación de los salarios más «descentralizado» y que no dependa tanto de la marcha de la inflación”[8]. ¿Qué significa eso exactamente? A este respecto no está de más acudir de nuevo al magisterio de Vicente Romano cuando nos habla de la necesidad de que haya una mínima claridad en el mensaje: “Una forma insidiosa de falsear la realidad es presentarla de forma incomprensible. Quien es demasiado cobarde para mentir abiertamente o carece de habilidad para hacerlo, se expresa sin claridad, de forma confusa. Pero […] también se expresan en términos poco claros las instituciones a la hora de hablar de determinados asuntos. Si la confusión se repite con bastante frecuencia, la mayoría se acostumbra a ella como si fuese claridad. Cuanto menos claro se escriba o se hable tanto más tiempo permanecerá oculto lo falso del enunciado”[9].

Habrá que traducir, entonces, ese mensaje. El “sistema de negociación de los salarios más «descentralizado»” al que alude Lagarde se reflejó, en la práctica, en el contenido de la famosa reforma laboral de febrero de 2012, aprobada por el Gobierno Rajoy, y que seguía las directrices expresadas por la directora gerente del FMI: “La regulación de las condiciones establecidas en un convenio de empresa tendrá prioridad aplicativa respecto del convenio sectorial estatal, autonómico o de ámbito inferior en las siguientes materias: a) La cuantía del salario base y de los complementos salariales, incluidos los vinculados a la situación y resultados de la empresa. […] A efectos de lo dispuesto en la presente Ley se entenderá por despido colectivo la extinción de contratos de trabajo fundada en causas económicas, técnicas, organizativas o de producción […] Se entiende que concurren causas técnicas cuando se produzcan cambios, entre otros, en el ámbito de los medios o instrumentos de producción; causas organizativas cuando se produzcan cambios, entre otros, en el ámbito de los sistemas y métodos de trabajo del personal o en el modo de organizar la producción y causas productivas cuando se produzcan cambios, entre otros, en la demanda de los productos o servicios que la empresa pretende colocar en el mercado”[10].

Así dicho, por un lado, el convenio sectorial, colectivo, pierde vigencia frente al de cada empresa en particular. Si, como cuenta un artículo de Ramón Trujillo (“¿Para qué sirven los sindicatos?”) basado en informes de la OIT y de varios estudios científicos, la gente trabajadora organizada en sindicatos consigue mejores salarios y mayor participación en la renta, independientemente del nivel de riqueza de un país, o de su crecimiento económico[11], al reducir el margen de acción de estas asociaciones, está claro que los trabajadores españoles seguirán perdiendo una aún mayor parte de la tarta. Por otra parte, es difícil imaginar una contingencia que escape a “causas económicas, técnicas, organizativas o de producción”, tal como las cita el decreto del BOE; circunstancias ante las que los representantes de los trabajadores poco podrán alegar con la nueva legislación. En la práctica, resultaría más sencillo al Gobierno, que obedeció los dictados de Lagarde, explicar que el empresario podrá despedir al trabajador cuando le dé la gana.

Un hecho nos llama la atención, volviendo a las advertencias contra la excesiva ‘confianza’ hacia la clase de los comerciantes que nos lanzaba Adam Smith: se recomendaba que el sueldo de los españoles fuera vinculado a (reducido hasta) la productividad, independientemente de la inflación (aumento del coste de los productos), pero “Curiosamente, la propia Lagarde firmó en su contrato como directora gerente del FMI que su salario base inicial de 467.940 dólares (320.000 euros), al que se suman 83.760 dólares (57.000 euros) en dietas y gastos de representación que no está obligada a justificar, se ajustará durante los cinco años de mandato en función de la inflación del área metropolitana de Washington, sin la más mínima referencia a su productividad”[12].¿Debemos tener ‘confianza’ en los consejos de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, la cual, a pesar de que defiende que el salario de los españoles “no dependa tanto de la marcha de la inflación” sino de la productividad, no elige para sí misma lo que recomienda a nuestros compatriotas?

Ahora, tras siete meses del último Ejecutivo PP y cuatro de ‘reforma’ laboral, el FMI hace otra llamada a conseguir la confianza de las Bolsas (siempre sin decir quiénes especulan en ellas). Vale la pena atender a sus argumentos, necesariamente extractados en un texto breve como el presente artículo: "Ante los grandes retos en diversos frentes, el impulso reformista del Gobierno ha sido fuerte, con numerosas acciones de relevancia iniciadas en los últimos meses”. ¿Se acuerdan del “«Las autoridades españolas respondieron a los retos económicos con un fuerte y amplio abanico de políticas»” que citábamos al principio del artículo? Pero sigamos. “A pesar de estas reformas y esfuerzos, la confianza en los mercados es débil. [...] La recesión se está acentuando y el desempleo se sitúa en un 24% (por encima del 50% para los jóvenes) y sigue creciendo. Las presiones negativas [...] probablemente se traduzcan en contracciones de la producción este año y el que viene. Pero con [...] un mejor funcionamiento del mercado de trabajo a medida que la reforma vaya surtiendo efecto, el consumo privado y la inversión deberían recuperarse ligeramente. [...] Valoramos muy positivamente la reciente reforma laboral ya que tiene el potencial de mejorar sustancialmente el funcionamiento del mercado de trabajo. [...] La reciente reforma laboral debería permitir a las empresas adaptarse más ágilmente a las condiciones de mercado, por ejemplo ajustando salarios y horas de trabajo en lugar de empleo. La reforma necesita tiempo para surtir efecto y es demasiado pronto para decir si está funcionando: aunque hay algunas señales tentativas en sentido positivo, los salarios no son todavía suficientemente sensibles a la muy elevada tasa de desempleo. El éxito de la reforma gira en torno a su implementación. [...] La puesta en marcha de las otras reformas estructurales previstas será importante para complementar la reforma laboral. [...] Pero también hay potencial para la mejoría. Las reformas, incluida una aplicación exitosa de la reciente reforma laboral, [...] podrían conducir a unas perspectivas a medio plazo significativamente mejores. [...] Es necesario continuar el impulso reformista y una visión clara a medio plazo para restablecer la confianza, de modo que los desequilibrios se puedan ajustar suavemente y se impulse el crecimiento y el empleo"[13].

¿Cómo lo resumiríamos, en aras de la ‘claridad’ de que hablábamos más arriba? Hagamos un torpe, pero quizá no desenfocado, intento. El informe del FMI dice que el Gobierno ha actuado con fuerza, en el sentido adecuado, pero todavía hay que seguir ganándose la confianza de los mercados. La crisis se agranda y con ella el paro, sobre todo el juvenil. La producción seguirá cayendo en los dos próximos años, pero la situación mejorará en cuanto surta efecto la reforma laboral, a la que hay que darle tiempo, porque debería funcionar; pero aún es pronto para saber si va a funcionar. Hay indicios de que está funcionando, pero deben seguir bajando los sueldos porque hay mucho paro (“los salarios no son todavía suficientemente sensibles a la muy elevada tasa de desempleo”). Es importante que se complemente la reforma laboral con otras medidas. Puede que la cosa mejore. De hecho, puede que si se aplican bien, mejore mucho de aquí a un tiempo. Hay que seguir con las reformas y tener las cosas claras de aquí a un tiempo para que vuelva a haber confianza, y así, poquito a poquito, se arregle lo que no marcha bien, vuelva a activarse la producción y baje el paro.

¿Nos permitimos eliminar algo más de redundancia en el texto? Éste podría quedar en el siguiente enunciado: la economía está mal, y de hecho irá todavía a peor, pero gracias a la reforma laboral, y otras que se le añadirán, el panorama se irá arreglando, puesto que lo único que ocurre es que hay que darle tiempo para que surta efecto, porque ya se está notando lo buena que es, aunque la cosa esté muy mal y vaya a seguir empeorando. Es evidente que este aserto adolece de una total incoherencia. Si la situación va a peor a pesar de las medidas que se han tomado y, lo que es más, se pronostica que seguirá empeorando, sin concretarse cuáles son esos indicios que inducen a albergar esperanzas a largo plazo, entonces se está apelando directamente a nuestra ‘fe y confianza’ en algo que un adecuado razonamiento jamás nos haría aceptar. Los gobernantes (oficiales o en la sombra) nos piden que tengamos confianza en que bajará el paro si precarizamos las condiciones laborales de los trabajadores, pero aquéllos, para asegurarse de que éstos cumplirán con el cumplimiento de las expectativas que mantienen al respecto, lo ponen por escrito en el Boletín Oficial del Estado.  

Con frecuencia, el discurso del Gobierno actual se fundamenta en que por fin se están tomando las decisiones (necesarias) que el anterior se negó a adoptar. En este sentido, buena parte del público coincidió en aceptar que la coyuntura en el terreno laboral era tan pésima que algo había que hacer. Pero eso equivale a sostener que cuando tengo migrañas es mejor probar a golpearme la cabeza con un martillo que quedarme parado sin hacer nada al respecto; la cuestión es que quizá sea mejor optar por otras alternativas, como, por ejemplo, tomar un analgésico.

Aquí es donde entra en juego otro de los recursos de los medios de comunicación masiva de los que se ocupa Vicente Romano: el pensamiento mágico. “El término «magia» o «mágico» parece remitir a formaciones sociales arcaicas, superadas desde hace tiempo, previas al pensamiento racional […]. Pero […] sigue siendo una forma de conocimiento y un modo de abordar la realidad presentes en la sociedad actual. Cuando la realidad aparece fragmentada y dividida, cuando el entorno genera incertidumbres y angustias que dificultan su dominio, el ser humano recurre al pensamiento mágico que le da unidad y dominio imaginarios. En los momentos de crisis, la magia restablece el equilibrio del individuo. […] ¿Qué es el horóscopo cotidiano sino una forma más o menos lúdica de control social a través de las advertencias y los consejos, un juego con los miedos y angustias, con la incertidumbre social y las carencias y sueños personales? En cualquier caso, un juego peligroso con la ignorancia. Ante la ausencia de un marco general de referencia surgen la incomprensión, la incertidumbre, la angustia, y en último término la sumisión o resignación [pues] esto significa dejar en manos ajenas la solución de los problemas propios, con lo que pueden manipularlos fácilmente en interés suyo. Ahí radica el peligro de entregar las riendas de los asuntos personales en manos de especialistas o del nuevo credo académico”[14].

El mensaje del FMI no se aleja demasiado de los vagos indicios y vaticinios de los horóscopos, y la presentación que ofrece de los hechos económicos hace imposible la intelección coherente de los complejos (aunque simples a la vez) entramados de factores que se interrelacionan. Apela, en primer lugar, a nuestro pensamiento mágico para que pensemos, como está verbalizando bastante gente, que de algún modo, a pesar de que estamos atravesando momentos muy difíciles, las cosas mejorarán y la crisis pasará tal como llegó, sin que nadie, sin embargo, pueda explicar por qué. Y de paso, se trata de que tengamos confianza en ellos. Porque “Los pocos que ya tienen mucho quieren más. En realidad lo quieren todo. Y les gustaría que la gente común, los muchos, reduzcan sus esperanzas, trabajen más y se contenten con menos. […] Para los pocos que lo tienen casi todo es mejor volver a las condiciones del siglo XIX o del Tercer Mundo actual, esto es, disponer de masas de trabajadores sin organización, dispuestos a trabajar por la mera subsistencia; una masa de desempleados, de pobres desesperados que contribuyen a bajar los salarios e incluso provocar el resentimiento de los que están justo por encima de ellos […]; una clase media cada vez más encogida; y una diminuta clase poseedora, escandalosamente rica, que lo tiene todo”[15]. Hagamos que todo esto deje de cumplirse y, para empezar, sustituyamos la confianza ciega por la razón consciente.

(Manuel Rguez Illana. Profesor de Secundaria y afiliado de USTEA)
 



[5] Ibídem, p. 64 y ss.
[6] MARIANO ROMERO, Francisco J. (2011): Emoción, cine y memoria. Análisis de las producciones de Walt Disney y Pixar Animation Studios. Sevilla: Fundación ECOEM.
[7] DENIS, Henri (1970): Historia del pensamiento económico. Barcelona: Ariel. P. 171.

[8] Véase nota 2.
[9] Véase nota 4; p. 43.

[10] Boletín Oficial del Estado. Núm. 36. Sábado 11 de febrero de 2012. www.boe.es/boe/dias/2012/02/11/pdfs/BOE-A-2012-2076.pdf
[12] Véase nota 2.
[13] Consultas del artículo IV con España. Declaración final de la misión del FMI. Madrid, 14 de junio de 2012. http://www.imf.org/external/spanish/np/ms/2012/061512s.htm
[14] Véase nota 4; p. 123 y ss.
[15] Véase nota 4; p. 5.

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