21 de julio de 2008

Capitalismo del desastre: estado de extorsión (y 4)

Naomi Klein
Sin Permiso


El shock del precio de los alimentos: o modificación genética o hambruna

Ligada estrechamente al precio del petróleo encontramos la crisis alimentaria global. No sólo los elevados precios del petróleo hacen subir los precios de los alimentos, sino que el boom de los biocombustibles ha desdibujado la frontera entre comida y combustible, expulsado a los agricultores de sus tierras y alentado una especulación rampante. Muchos países latinoamericanos han insistido en que se reexamine la pujanza de los biocombustibles como alternativa a los combustibles fósiles y en que se reconozcan los alimentos como un derecho humano y no como una mercancía más. El subsecretario de Estado de los Estados Unidos John Negroponte tiene en cambio otras ideas al respecto. En el mismo discurso en que trataba de vender el compromiso de EE.UU. en la ayuda alimentaria de emergencia pidió a los países que bajaran sus “restricciones a la exportación y elevadas tarifas” y eliminaran “las barreras para el uso de las innovaciones tecnologías en la producción animal y vegetal, incluyendo la biotecnología.” Hay que reconocer que esta amenaza era más sutil que las anteriores, pero el mensaje era claro: los países pobres harían mejor en abrir sus mercados agrícolas a los productos norteamericanos y sus semillas genéticamente modificadas. En caso contrario se arriesgan a perder su ayuda.

Los cultivos genéticamente modificados han aparecido de súbito como la panacea para la crisis alimentaria, al menos según el Banco Mundial, el presidente de la Comisión Europea -“valor y al toro”, vino a decir- y el Primer Ministro británico Gordon Brown. Y, claro está, según las empresas del agribusiness. “No se puede alimentar hoy al mundo sin organismos genéticamente modificados”, declaró recientemente Peter Brabec, presidente de Nestlé, al Financial Times. El problema con este argumento, al menos por ahora, es que no hay pruebas de que los organismos genéticamente modificados aumenten la producción de los cultivos, sino que más bien la disminuyen.

Pero si incluso hubiera una varita mágica con la que resolver la crisis alimentaria global, ¿querríamos que estuviese en manos de los Nestlés y Monsantos? ¿Cuál sería el precio a pagar por que la empleasen? En los últimos meses Monsanto, Syngenta y BASF han estado comprando frenéticamente patentes de las llamadas semillas “todoterreno”, un tipo de plantas que pueden crecer incluso en la tierra agostada por la sequía o salada por las inundaciones.

En otras palabras: plantas modificadas para sobrevivir a un futuro de caos climático. Ya sabemos hasta qué punto está dispuesta a llegar Monsanto a la hora de proteger su propiedad intelectual, espiando y demandando a los granjeros que se atrevan a guardar sus semillas de un año para el otro. Hemos podido ver cómo las medicaciones patentadas contra el VIH impiden salvar a millones de personas en el África subsahariana. ¿Por qué los cultivos “todoterreno” patentados iban a ser diferentes?

Mientras tanto, entre tanta charlatanería excitante sobre nuevas tecnologías perforadoras y genéticas, la administración Bush anunció una moratoria de hasta dos años en los proyectos federales para la investigación en energía solar, debido a, aparentemente, preocupaciones medioambientales. Nos vamos acercando a la frontera final del capitalismo del desastre. Nuestros dirigentes no invierten en tecnologías que nos prevengan de una manera efectiva de un futuro climáticamente caótico, y en vez de eso se deciden a trabajar codo con codo justamente con quienes traman planes cada vez más endiablados para aprovecharse de las desgracias ajenas.

La privatización del petróleo iraquí, el aseguramiento de los cultivos genéticamente modificados, la reducción de las últimas barreras comerciales y la apertura de los últimos refugios naturales a la explotación privada... no hace mucho estos objetivos eran conseguidos uno tras otro mediante corteses acuerdos comerciales presentados con el pseudónimo de “globalización”. Ahora esta agenda completamente desacreditada está obligada a cabalgar sobre las espaldas de crisis cíclicas, vendiéndose a sí misma como la medicina que curará de una vez por todas el dolor del mundo. Naomi Klein es autora de numerosos libros, incluido el más reciente The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism.

Traducción para Sin Permiso: Àngel Ferrero.

Visto en Rebelión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Alimentos que acaban en la basura

Según un estudio realizado por un organismo gubernamental (Waste Resources Action Programme), un porcentaje significativo de las frutas y hortalizas que se compran en el Reino Unido, en la mayor parte de los países occidentales pasa lo mismo, acaban en la basura sin ser consumidas, dice el mencionado organismo que ha analizado la composición de las basuras domésticas en las que se ha encontrado que los desechos alimentarios suponen aproximadamente un 40% de la basura total y que una gran parte no son residuos, sino alimentos desechados sin consumir.

En el caso de frutas y hortalizas una buena parte se deja estropear en los hogares debido a no consumirse a tiempo. En manzanas, casi un tercio acaban enteras en la basura.

En el país de referencia existe una campaña contra la tirar la comida a la basura (love food hate waste) algo que considera moral y medioambientalmente inaceptable, proponiendo campañas de educación para que el consumidor sepa como aprovechar conservar los alimentos y evite comprar más de lo que va a consumir. Aquí también necesitamos mayor sensibilización. De todas las maneras, el encarecimiento de los alimentos nos puede llevar a comprar menos y ser positivo el encarecimiento en este sentido.

Rebelion

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