18 de julio de 2009

Grabaciones

Ian Gibson
Público

He pasado media vida grabando a la gente, en general abiertamente y con permiso, pero, a veces, sobre todo bajo el franquismo, con el aparato escondido. ¿Me produce rubor confesar esto último? No demasiado. Para mis investigaciones sobre temas relacionados con la dictadura y la represión me parecía imprescindible conseguir, para el futuro, el testimonio sonoro de las declaraciones espontáneas de los “fachas”, ex o actuales, que me daban su versión de los hechos. Y así lo hice, tanto con personajes de relieve como Raimundo Fernández Cuesta, Ernesto Gíménez Caballero o Pilar Primo de Rivera como, en los tugurios nocturnos de la Granada de los años sesenta, con antiguos esbirros falangistas y sus compinches. Repito que no me tiñe de carmín las mejillas el admitirlo.

Quedan bastantes de aquellos documentos “clandestinos” en mi archivo de Fuente Vaqueros, y creo que revisten hoy una importancia histórica innegable. Son voces del pasado que cuentan, que muchas veces tergiversan y mienten, y que con sus pausas, sus insistencias y hasta con sus exabruptos tienen una inmediatez sobrecogedora. Las he recordado al leer las conversaciones de la chusma gürteliana, cuya transcripción va apareciendo estos días en la prensa, y que a mí me ponen los pelos de punta. Por la boca muere el pez, y los peces gordos del ladrillo y del choriceo, cuando creen que nadie más les escucha, hablan como los auténticos palurdos que son. ¡Qué tacos más manidos y pobres, todo de cojones y putas y mariconadas! ¡Qué mezquindad de razonamientos! Vivan, digo, las grabaciones.

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