17 de julio de 2009

Símbolos y clichés

Antonio Zoido
Correo de Andalucía

El Movimiento Nacional tuvo en sus primeros tiempos magníficos publicistas que, con una gran erudición, sabían campañas y fijar los signos identitarios. Para el traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera al Escorial se usó la estética romántica de los dibujos de Doré, la puesta en escena del Caudillo dejando su espada sobre el altar era magnífica y, en la fijación de signos, se copió a los Reyes Católicos y a Carlos V. De la época de los primeros tomó aquel vítor omnipresente y del segundo la profusión del escudo (la Plaza de la Virgen de los Reyes muestra la reiteración carolina).

Los edificios que se levantaron o se restauraron y las estatuas que se instalaron llevan el mismo logotipo con insistencia sólo superada por Microsoft y tendencia al sobrepeso. No hay quien mueva el Trajano de Itálica en el Museo Arqueológico para quitarle la peana, aún siguen en la antigua Fábrica de Tabacos las loas al caudillo que propició su conversión en sede de la cultura y algo similar ha sucedido con el escudo de la España franquista en el Instituto San Isidoro, con el que han sudado tinta los operarios encargados del desmontaje.

Alguien ha dicho que podría dejarse donde estaba ya que, a la altura de su colocación, no se veía. Ese cliché fue el argumento con el que muchos dejaron que los años bárbaros corrieran y que permitió a Franco morirse sin ser juzgado: la dictadura no se veía al ir a comprar una vespa o coger el autobús para irse un domingo a la playa. La dictadura sólo la veían los miles de presos políticos, los sindicalistas represaliados, los autores censurados… y los emigrantes desde Alemania. Quienes piensan así a lo mejor no la vieron pero deberían respetar a quienes la padecieron porque la dictadura se ejercía sobre todos, igual que ahora es para todos la libertad.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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