16 de octubre de 2010

Una oferta resistible

Manuel Alcántara
Diario Sur

Parece que estamos en un callejón con salida. Quienes la han encontrado, como el presidente de la CEOE, Díaz Ferrán, aparte de divulgar su hallazgo, deben considerar si el trayecto no es peor aúnaún que la llegada. «Hay que trabajar más y ganar menos» es el sugestivo programa de festejos que propone, sin duda para ilusionarnos a todos. Quizá lo más recusable del proyecto sea la consciente mentira que envuelve: ¿cómo pueden trabajar más quienes no tienen ningún trabajo? Ni poco ni mucho, sino ninguno. La inmensa mayoría de los desocupados españoles lleva algún tiempo buscando una ocupación y eso consume bastantes horas. Estarían dispuestos a cambiarlas por una jornada laboral que les permitiera la simple subsistencia, que no es tan simple porque se ha complicado bastante. Incluso estarían dispuestos a no regatear esfuerzos, aunque les regatearan los salarios.

No me atrevo a pensar, aunque a pensar hay que atreverse siempre, que el cuestionado presidente de la CEOE sea un poco masoca y la única forma de pasarlo bien que tenga, mientras amaina el temporal, sea echarse encima a la afición para provocar sus insultos. Eso solo les suele pasar a algunos árbitros de fútbol y él no ha sabido, o no ha podido, arbitrar la relación entre los trabajadores y los empresarios, que si lo son de verdad, trabajan más que los que están a sus órdenes.

Hay que reconocer que si el trabajo es una condena y además bíblica, que son las más terribles, todos aspiramos a una amnistía. Nuestro sueño, apenas confesable, sería exactamente el contrario del que nos anticipa este extraño señor: nos complacería trabajar menos y ganar más. Si fuese factible, los convenios laborales se confundirían con los juegos florales y en vez de cerrar empresas, cosa que siempre determina un gran estrépito, oiríamos ovaciones cerradas. Como en la época aquella donde a todos los empresarios, que no siempre eran orondos, se les llamaba ejemplares y a todos los que trabajaban por cuenta ajena se les llamaba productores, aunque no todos fueran famélicos.

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