29 de agosto de 2008

Los objetores de conciencia contra la guerra de Irak

Benjamín Forcano

Coherencia, Sr. Bush

No me sorprende que el presidente Bush vuelva a las andadas. Hace unos días, lo hacía reclamando a China respeto a los derechos humanos desde la plataforma superpública de las Olimpíadas. Hoy, lo hace para anunciar que los objetores de conciencia contra el aborto serán protegidos por el Gobierno, quien aplicará medidas para rescindir ayudas financieras a los centros que impidan aplicar esa objeción. Porque, dice, "nadie está forzado a participar en actividades que considera moralmente erróneas".

No tenemos acceso al Sancta Sanctorum en que Bush y su gabinete toma las decisiones de su política exterior. De allí salen decisiones que nadie puede parar. Pero siempre nos queda el derecho a la palabra y al argumento, que no coinciden siempre con los postulados de los políticos. Afortunadamente, la verdad es la verdad y el poder suele andar muy distante de ella.

Comenzaría por estar de acuerdo con el presidente en que nadie puede ser forzado a actuar contra su conciencia participando en actividades que considera moralmente erróneas. Pero, en las cuestiones de moral pública, la conciencia del ciudadano debe ser iluminada por el debate que pone razones a favor o en contra. La ley, sobre todo cuando se elabora democráticamente, procede del debate social y de un consenso mayoritario. El ciudadano tiene entonces obligación de conocer ese debate para decidir con más conocimiento y responsabilidad. ¿Pueden darse casos, en una situación democrática, en que surja con legitimidad la objeción de conciencia contra una ley oficialmente promulgada? Pueden; pero si se parte de que la ley es democrática, aprobada por mayoría, asumida después de opiniones contrastadas, el Bien Común exige que, en principio, se respete esa ley y, sólo en casos individuales, con motivos fundados y razonables, puede ser atendido el disentimiento. Si, como dice el presidente, en caso del aborto son dos las opiniones, lo serán por razones diferentes. Quien crea que la vida humana se da desde el primer instante de la fecundación, podrá seguirla y nadie podrá imponerle impedimentos o sanciones por ser consecuente con esa convicción. Quien crea que la cuestión es discutible y tenga razones para colocar el comienzo de la vida más tarde, también podrá seguirla sin que sea impedido o sancionado.

¿Habrá, a pesar de todo, Centros Sanitarios que no reconozcan el derecho a la objeción de conciencia? Los Centros, aprobada la ley democráticamente, no parece puedan negar el derecho a la objeción para una u otra opción.

Pero, el problema que trato no es propiamente este. Hay también objetores de conciencia contra la guerra en general y los hay centenares y miles contra la guerra de Irak. En la guerra del Vietnam fueron más de 200.000. En Irak, al primer año, superaban los 1700. Estadísticas y escritos diversos prueban que los reclutados para el ejército lo hacen por necesidad y para asegurarse un camino para el futuro. Son más de 40.0000 los soldados ( anglosajones pobres, hispanos y negros ) que, sin ciudadanía yanqui, llenan las filas del reclutamiento. Se sabe que en el ejército del Irak, el 50 % de los soldados critican la guerra y se oponen a ella. Pero, al acudir a ella y descubrir el espejismo de lo prometido, quisieran volver atrás, desertar, pero no les es posible. Muchos testimonios acreditan que, en esos casos, los objetores son acosados, maltratados y sancionados.

La objeción de conciencia contra la guerra es un derecho. Y la objeción contra la guerra de Irak lo es, si cabe, mucho más. Lo han rubricado ciudadanos de todo el mundo, la ONU, líderes espirituales y políticos. Y, sin embargo, ¿qué ha hecho el presidente Bush, frente a la institución militar y del Estado, para blindar este derecho de sus propios ciudadanos? ¿A quién ha pedido responsabilidades y sancionado por impedir que se cumpliera?

Me resulta difícil de creer que al presidente, cuando agita el derecho a la objeción de conciencia en el caso del aborto, le mueva el amor a la vida. En cierto modo, defender la vida del prenacido es algo abstracto y puede hacerse sin mayor compromiso. Pero, cambia cuando se trata de la vida de personas adultas con identidad, nombre y apellido concretos, pero supeditadas a la defensa de intereses obviamente inmorales.

La vida es la vida, más clara en el nacido que en el prenacido (sin dudas en el primero y con discusiones en el otro), nadie es dueño arbitrario de ella y debe defenderse con coherencia en un caso y en otro.


Benjamín Forcano
Sacerdote y teólogo

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