20 de noviembre de 2008

Carta a la Ministra de Defensa

Benjamín Forcano

¡Los señores del universo, con sus sistema
capitalista vigente, ni solucionarán los problemas
graves de la humanidad ni acabarán con la guerra!

Respetada Ministra y estimada amiga:

Me permito escribirle como ciudadano español, en un momento de aguda y trascendental importancia. Todavía tengo en la retina y en el corazón las imágenes del funeral del día 9, en que todos nos quedamos sin palabras. En la ceremonia estaba convocada la solidaridad y el sentir del pueblo español y, particularmente, la de los familiares y amigos y de autoridades que, como Vd. , expresaron excelsamente su condolida protesta, dignidad y compasión. El brigada Juan Carlos y el cabo Rubén cayeron en una guerra, que jamás debió darse, absurda e innecesaria, pero urdida e impuesta por el "imperio". ¿Serán los últimos o habremos de soportar que otras veces, por debilidad nuestra y prepotencia externa, volvamos a verter nuestros llantos y lágrimas? El humanísimo y enternecedor funeral tiene una causa que, eliminada, nunca más debiera dar lugar a lágrimas: la guerra , barbarie, anacronismo y esclavitud.

La gente -¡ay si a la gente la escucharan y obedecieran los políticos! – sabe que ese camino es horrible, anticivilizatorio, inhumano y jamás le tocaría probarlo si tuviera dirigentes políticos humanos, inteligentes y solidarios. Por algo, la Administración Bush ha eliminado de las pantallas televisivas los desfiles iterativos de los más de 4.000 soldados caídos en el Irak. La sinrazón y crueldad los hacían subversivos e intolerables.

Todos recordamos cómo resonó el 15 de febrero de 2003, en España y en el mundo entero, un no atronador contra la guerra; era la voz del pueblo, de los engañados y atropellados, de las víctimas; pero los señores de la guerra superponen el orden de la guerra –el suyo- al de la justicia y la paz –el de todos-. Y, para que nadie se lleve a engaño, lo hemos escuchado ahora consternados: no se arrepienten de nada de lo hecho, es su manera de entender la convivencia internacional y el progreso: izar la bandera de la superioridad, de la explotación y del dominio frente a la bandera de la igualdad, de la justicia, de la cooperación y de la paz. Estos señores son los primeros que luego proclaman como principio intocable la soberana igualdad y dignidad de cada una de las naciones, pero hacen política de todo lo contrario, tratando de ocultar su indisimulado rubor que les lleva a presentarse como defensores del Derecho y no de la Fuerza.

Vd., Carmen, como ser humano en su condición de mujer y madre, levantó –no lo dude- muchas esperanzas en nuestro país al ser elegida Ministra de Defensa. Esos días hacían inigualable su imagen, enlazada con la torva faz del los ejércitos y de la guerra. Vd. demostraba no estar de acuerdo, sentirse estremecida, pero estaba allí apuntando un nuevo camino de esperanza: no le cabía la historia –tristísima historia- de una humanidad hostil, siempre guerreando por causas e intereses que no respondían a los valores e intereses de la humanidad. Había que zanjar esa fosa y pasar al camino llano, sencillo, cuerdo trazado por la ONU (la fraternidad, la razón y el derecho). Vd. era, como todos, partidaria de la vida y no de la muerte.

Vd. anunciaba y venía de una cultura nueva: el mundo no es bipolar: ricos/empobrecidos; no es amo/esclavo: señor depredador de la naturaleza, de los pueblos, de las razas o de las religiones; no es dicotómico: cuerpo/alma , en oposición irreconciliable; no es excluyente/disociador sino integrador/solidario. Por eso, Vd. apuntaba a la verdad, pero con un impaciente compás de espera: irrenunciable cambio de la cultura heredada. O se cambian las mentes o no se cambian las conductas; o nos proponemos convivir como hermanos o seguiremos exterminándonos como lobos al calor de las fogatas de la guerra.

Voy a citarle un documento ético-religioso solemne que, sin desvelar su procedencia, no dará lugar a sospechas: "No hay que obedecer las órdenes que mandan actos que se oponen deliberadamente al derecho natural de gentes y sus principios, pues son criminales y la obediencia ciega no puede excusar a quienes las acatan. Entre estos actos hay que enumerar ante todo aquellos con los que metódicamente se extermina a todo un pueblo, raza o minoría étnica: hay que condenar tales actos como crímenes horrendos. Los Estados pueden invocar el derecho a la legítima defensa cuando son injustamente atacados, tras haber agotado los otros medios, pero una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otras naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella".

Está claro que, en este momento, me refiero sobre todo al imperialismo estadounidense, pero no sólo. La política de las naciones no se mide por sus palabras -la retórica de sus promesas y supuestos ideales-, sino por la realidad de sus hechos. Los imperios actúan siempre de la misma manera. La realpolitik de Estados Unidos nos tiene acostumbrados a exhibir una cartelera creciente de invasiones, golpes de Estado, apadrinamiento de dictaduras, derrumbe de regímenes democráticos, asesinatos de líderes populares emancipadores, etc.

La política real es la que cuenta y descubre los objetivos de una nación. No sólo los hechos, también las palabras hablan claro: "Posemos cerca de la mitad de la riqueza mundial. Debemos diseñar sistemas de relaciones que nos permitan mantener esta posición de disparidad sin ningún detrimento positivo de nuestra seguridad" (George Kennan, en 1945, como jefe del Departamento de Estado). "Lo mejor que podemos hacer es ir a América Central como amos, ir a esa tierra como señores" (senador Brown). "El comercio mundial debe ser y será nuestro... Cubriremos el océano con nuestros barcos mercantes. Construiremos una flota a la medida de nuestra grandeza. Nuestras instituciones seguirán a nuestra bandera en alas del comercio. Y el orden americano y la bandera americana se plantarán en lugares hasta ahora sepultados en la violencia y el oscurantismo" (Alberto J. Beveridge, uno de los principales exponentes del Destino Manifiesto).

El resultado a la vista. Estados Unidos se sale por todos los lados del Orden Internacional, diseñado y proclamado por la ONU: no respeta la soberana igualdad de las naciones, no fomenta relaciones de amistad basadas en el respeto a la igualdad de derechos y desatiende los medios pacíficos para el arreglo de situaciones internacionales susceptibles de conducir al quebrantamiento de la paz, según exige la Carta de las Naciones Unidas (Capítulo 1, artículo 1).

Es otro su camino para mantener su hegemonía: las armas, sus ejércitos, sus flotas, sus 140 bases militares en todo el mundo, su superavanzada teconología militar con un presupuesto mayor al resto del mundo, su poder mediático que controla el 80% de las agencias mundiales, y las superlacerantes y espantosas guerras de ahora en Afganistán e Irak. Si nos permitieran conocer los horrores perpetrados en estos dos países, aparte de la escuetas noticias de sus decenas de muertes diarias, podríamos contemplar a qué extremos de inhumanidad, vileza y barbarie se está llegando: en Afganistán, uso de bombas nuevas espeluznantes, hambrunas masivas y, como consecuencia, desplazamientos agónicos desesperados, bloqueo de la ayuda internacional, más de 30 bombardeos masivos... Del Irak, sabemos demasiado. ¡Verdaderos genocidios!

¿Todo esto por qué y para qué?

Para disuadir al mundo de cualquier otra ruta y orden que no sea el estadounidense, que lleve alternativamente a la igualdad, la justicia y la paz. Alguien, ciudadano norteamericano, para mayor mérito suyo y que conoce bien la política de su país, lo describe muy bien: "Cuando en nuestras posesiones se cuestiona la quinta libertad (la libertad de saquear y explotar) Los Estados Unidos suelen recurrir a la subversión, al terror o a la agresión directa para restaurarla" (Noam Chomsky).

Le podría añadir, querida Ministra, mi pequeña pero directa experiencia en algunos países de Centroamérica (El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Panamá, Cuba ...) donde la invasión, la devastación, la crueldad, la mentira lograron cuotas que no tienen nombre. "El capitalismo internacional usufructua para unos pocos (un 20%) sus avances sobre montañas de cadáveres y víctimas de la población mundial" (Frei Betto).

Pero esto, con ser tristísimo, no apaga en mí otra gran preocupación. Lo es el hecho de que, frente al actual imperialismo de Estados Unidos, otros Gobiernos occidentales con experiencia larga en esa asignatura, aparecen cómplices y cobardes. Reverencian al emperador Bush y su cohorte, y su concepción de la política internacional, más por miedo que por convicción. Lo estamos viendo ahora con la cumbre en Washington de la dichosa crisis económica internacional. Una crisis global, que presupone la implicación del mundo entero, ese mundo bipolar Primer Mundo/Tercer Mundo en la que, con los datos en la mano, el Primer Mundo (1/3) maneja el 90% de la riqueza (PIB) frente al Tercer Mundo (2/3). Es un mundo cuyo sistema económico neoliberal se ha impuesto en todas partes, al modo de una dictadura férrea, que ha sembrado riqueza inconmensurable, siendo un bien y una bendición para la opulencia de Occidente y un castigo y una maldición para las inmensas mayorías, excluidas y marginadas, abriéndose entre ambos una sima de desigualdad que jamás existió, pues si en 1820 la diferencia entre países ricos y pobres era de 3 a 1, en 1950 es de 35 a 1, en 1973 de 44 a 1 y en 1992 de 72 a 1.

Evidente que el capitalismo es el sistema más eficiente y menos malo, pero para los ricos, para significativas minorías frente a inmensas mayorías. La ideología del capitalismo, su lógica feroz lleva a la desigualdad creciente, a la miseria frente al lujo, a la competitividad agresiva, al egoísmo individualista, al nacionalismo exacerbado, al enfrentamiento, a la pérdida de los valores genuinos del ser humano, al empleo de ley del más fuerte, a la deshumanización.

La crisis global engloba a todos, sólo que a la mayoría empobrecida la incluye como sujeto proveedor de materias primas, como sujeto sufridor –robado, sometido y olvidado- y sobre el que recaen innumerables consecuencias dañosas para la vida, la alimentación, la salud, la educación, etc. Es la minoría rica emprobrecedora la causante del sistema neoliberal actual, y que por primera vez , ha hecho crak su falsedad estrepitosa. Pero, no deja de ser sintomático que, al analizar y tratar de reparar el sistema, los que han estado aplastados y han servido para enaltecerlo, no cuenten para nada. ¿Cuál es el problema: apuntalar el sistema para que pueda seguir manteniendo la desigualdad e injusticia a costa de las mayorías? ¿No cuestionar para nada el nivel de vida de los países ricos hundiendo en una desigualdad progresiva a los países pobres? Entonces, seguimos en el mismo error y en el mismo pecado: vivir los unos a costa de los otros, fortificar el orden de los señores del mundo, hundirnos en el voraz y vergonzoso consumismo, que a nosotros nos enajena y deshumaniza y a los pobres margina, esclaviza y mata. El consumismo parcial, injusto e ilimitado no es la meta –no puede serlo- de ningún orden económico vigente.

Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, dijo el profeta galileo de Nazaret. Nuestros cristianísimos países y gobiernos de Occidente defienden el orden vigente. Pero la sociedad nueva de la que habla Jesús no está al servicio del emperador de Roma ni de los emperadores actuales. Jesús, judío fiel, sabe que a Dios le pertenece el orbe y todos sus habitantes. ¿Qué le puede pertenecer al César que no sea de Dios? Sólo su dinero injusto. Los Césares de hoy –muchos de ellos se llaman cristianos- viven enredados en su propio sistema, lejos de la dinámica del reino de Dios que hace de los pobres sus hijos predilectos. Nadie que sea cristiano de verdad puede consentir que los Césares de hoy sacrifiquen los pobres a ningún poder, sea éste político, económico, religioso o eclesiástico. "Los humillados por los poderosos son de Dios. De nadie más" (José Antonio Pagola).

Ya es para pensar que los mismos que han creado la bancarrota del capitalismo , pero sin experimentar en sí mismos sus perniciosas consecuencias, sean los que se reunen para conjurar el peligro de su propia opulencia. Los pobres, las 2/3 de la humanidad, no cuentan, son precisamente los que proveeen al Primer Mundo la fuente de su riqueza y bienestar. Y deben seguir así. Y si no lo aceptan, ya saben su suerte: ser perseguidos, humillados, exterminados hasta la muerte, para lo cual los señores se reservan en exclusiva las armas de la muerte. ¿Estos son los que van a dictar un nuevo y restaurado orden económico mundial?

La humanidad es una. O nos salimnos de la dialéctica estúpida y diabólica de buenos y malos (ellos los buenos, los otros el eje del mal ) y, en consecuencia, quien no está con nosotros está contra nosotros o si no el odio y la guerra son imparables. El punto de mira es la humanidad global, no Occidente ni Oriente, no los unos contra otros, sino todos unidos para construir entre todos una vida y convivencia humanas dignas, justas , libres y pacíficas. Es un sueño, pero tenemos recursos para ello y sobran, pero sobran antes que nada los proyectos imperialistas. ¿Qué no se podría haber hecho en el Tercer Mundo con los trescientos mil millones de euros gastados en cinco años en la guerra del Irak? ¿Qué con lo invertido en mantener los 190.000 soldados mercenarios de aquella zona? ¿Qué con lo invertido en el mantenimiento de las 140 bases estadounidense en el planeta tierra? ¿Qué con el presupuesto militar anual de EE. UU. de setencientos mil millones de dólares? No hay dinero para devolver lo que hemos robado y compensar las deudas infinitas que hemos contraído, y sí para asegurar nuestra fortaleza imbatible, frente a los millones de chavolas y barrios subhumanos de tantas y tantas ciudades del mundo.

¡Señores del universo, grupo de los 20, el de los 8 y el emergente! O atienden a los problemas reales de la humanidad -que para eso es y sirve la economía y política- o seguirán sembrando de miseria, esclavitud, inhumanidad y guerras desquiciantes el planeta tierra, que a todos pertenece y a todos puede cobijar con dignidad y libertad.

Querida Ministra: son mis palabras, simples y escuetas, claras y sin recovecos, dictadas por toda una filosofía y concepción de la vida primigenias, lejos de los dualismos atroces que hemos inventado.

Concluyo de nuevo con unas palabras de ese documento ético-religioso solemne: "Los gobernantes trabajarán en vano por la paz, mientras no pongan todo su empeño en erradicar los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas, que dividen a los hombres y los enfrentan entre sí....La paz, que nace del amor al prójimo, es fruto de la justicia, requiere respeto a los demás hombres y pueblos y exige una ejercicio apasionado de la fraternidad".

Benjamín Forcano
Sacerdote y teólogo

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