21 de noviembre de 2008

Sor Maravillas y mi santa madre

Manolo Saco
Público

Cuando José Bono justificaba la colocación de la dichosa placa en memoria de la santa Sor Maravillas en el edificio del Congreso, lo hacía amparándose en que la notoriedad de la monja estaba a la altura de la de otras celebridades que también merecieron una placa conmemorativa en la fachada de muchos edificios españoles. Yo me alarmé, porque a mi inmensa incultura debía añadir el desconocimiento de la existencia de tal monja. Me sumergí en san Google, y fue toda una SorPresa para mí, si se me permite la gracia.

La derecha, en la que incluyo a Bono, por supuesto, presentaba a la santa Maravillas como integrante de la Iglesia perseguida, algo así como una Sor presa en las cárceles republicanas. ¿Qué martirio o qué virtudes adornaban a la monja de tanto litigio como para hacerle un sitio en la fachada del Congreso?¿Había sido torturada, violada, desaparecida o asesinada por la hordas rojas en nuestra guerra civil para merecer una carrera tan meteórica hacia la derecha de dios padre?

No. La carrera de la santa Maravillas tiene ciertos parecidos con la carrera meteórica del fundador del Opus Dei. De familia acomodada, no sufrió persecución ni martirio. Y su santificación por parte de Juan Pablo II fue en pago a los servicios prestados a la propaganda eclesial.

Su destino estaba escrito desde el nacimiento. Hija de un ministro y embajador español en la Santa Sede, nieta de un diputado, su nombre completo era el de María Maravillas Pidal y Chico de Guzmán (lo de Escrivá de Balaguer, el santo marqués que se cambió el apellido de Escriba por el de Escrivá para dar brillo a su alcurnia, era pura modestia a su lado). Fundó el convento carmelita del Cerro de los Ángeles, en Madrid, lugar de peregrinación del franquismo, y murió en la cama en 1974 después de fundar varios conventos por el mundo. No hay nada extraordinario en su vida. Mi madre tuvo ocho hijos y los sacó adelante con el sueldo de un profesor de latín, y me juego la sidrería de Fanjul a que no rezaba menos que la monja carmelita.

La proeza de ser monja y santa es mérito solamente para los creyentes. No se trata de un "aquí nació y vivió don Pedro Calderón de la Barca", o Federico García Lorca, o Miguel Servet, personajes cuya valía y obra nadie discute y que pertenecen al patrimonio cultural de todos los españoles. No dudo de la bondad de la santa Maravillas, incluso me conmueve saber que abandonó las comodidades de su rico entorno social para entregarse a la causa de los necesitados. Pero gente así, completamente anónima, se parte la cara a diario en las misiones o en las ONG.

Que la derecha, de donde procede su alcurnia, tuviera tanto empeño en colocar la placa en edificio tan emblemático sólo demuestra que la placa a Sor Maravillas, más que un testimonio era un panfleto en memoria de una santa "súbita" que contó con la organización y el dinero suficientes para comprar una pronta subida a los altares. No como mi pobre y santa madre.

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