Hay que buscarles un sitio en la ciudad, hay que permitirles que (literalmente) tomen, asalten, la vía pública y la dejen para el día siguiente de tal modo que cualquier pocilga sería mejor: botellas rotas, charcos de bebida por el suelo (y de orines) –con el consiguiente olor a alcohol y a orín-, tetrabriks, vomitonas y otros “regalitos” que, por estética, no nombro.
Todo ello sin hablar del enorme ruidazo que se monta (música estridente, gritos, carcajadas, peleas, etc), que viola el derecho al descanso y al sueño de todos los vecinos (no importa si hay bebés, ancianos, enfermos…) Y esto último (lo de las peleas) nos lleva a lo peor, a lo más grave: el alcohol es un claro desinhibidor y un agitador de la agresividad y de la violencia. Esto que acabo de decir, sólo puedo desearles que nunca tengan que comprobar (en sus carnes o en las de algún familiar o persona cercana) hasta qué punto es verdad.
Anoche me contaba un amigo que este verano, en el botellón de la playa donde veranea, vio con sus propios ojos lo siguiente: llega un niñato (pues no tiene otro nombre) a la playa con su coche (que aparca en doble fila, con freno de mano, a la puerta de un bar con veladores que había justo en el paseo marítimo, frente a la zona de la playa donde se hacía el botellón). Pasa un buen rato y un matrimonio mayor se monta en el coche que ha quedado encerrado por el aparcado en doble fila (el del niñato, recordemos). El señor mayor empieza a tocar la bocina, poco y lentamente al principio, insistentemente después (cuando veía que no llegaba dueño alguno del coche infractor, y que él y su señora no podían salir del aparcamiento).
En éstas aparece el niñato ya bebidito (ha aprovechado bien el tiempo) y, dirigiéndose al señor con gritos, le espeta: “¿Qué quieres, viejo? Deja ya de joder con la puta bocina, cabrón”.
El señor mayor le dice que no tiene derecho ni a dejarles encerrado ni a faltarle el respeto de ese modo. Por respuesta, el niñato le lanza un puñetazo en la cara, lo tumba al suelo y en el suelo, empieza a patearlo, ante el llanto de su señora y la cara atónita y cobarde de cuantos hombres estaban cenando en el velador. Finalmente, se levantan cinco o seis hombres del bar y se dirigen al niñato (supuestamente, para evitar que matase al anciano). El niñato, viéndoselas venir, interrumpe la paliza y, acusando al señor mayor con su dedo inquisidor, le dice: “Viejo, me he quedado con tu cara”.
No contento con ello, se monta en su coche, sale despedido pero se detiene a la puerta del parking, (supuestamente, esperando de nuevo al “viejo”).
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( Como esta historia se está haciendo lamentablemente larga, la interrumpo aquí, con la única finalidad de no cansarles a Vds, y la continuaré en otra entrada posterior).
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