14 de junio de 2010

¿Qué se pretende con la reforma laboral?


Hay un consenso total entre los poderes financieros, la gran patronal y los
economistas y políticos liberales que se transmite constantemente a los medios de
comunicación sobre la necesidad de realizar una reforma del mercado laboral.
También lo hay sobre los contenidos que debería tener esa reforma.
Básicamente, el abaratamiento del despido, la descentralización de la negociación
colectiva, la flexibilización de los modos de contratación y ahora con menos énfasis, la
disminución de costes laborales como los asociados a las cotizaciones sociales.
Sin embargo, es verdaderamente sorprendente que no haya coincidencia sobre
los objetivos que pretende la reforma. Es como si un grupos de médicos se pusiera de
acuerdo sobre la medicina que debería tomar un paciente pero cada uno de ellos dijera
que así se iba a resolver una enfermedad distinta. ¿No nos haría eso sospechar de sus
conocimientos o de sus intenciones?

La mayoría de quienes defienden la reforma suelen coincidir en que es
imprescindible llevarla a cabo para hacer frente a la crisis y al desempleo tan
preocupante que se produce en nuestra economía. Pero el acuerdo no va más allá.
Los economistas del Grupo de los 100 que forman parte de la autocalificada
"elite" de la profesión, como hicieron el pasado miércoles en el informativo del
programa 24 Horas de TVE Bentolila y Santos, afirman que dichas propuestas se
realizan para crear empleo, tal y como ha afirmado también el propio presidente de
gobierno. Pero hasta dirigentes de la patronal, personalidades tan expertas como Felipe
González y otros economistas liberales más sinceros y rigurosos reconocen, por el
contrario, que las refomas de este tipo no lo crean y que, si acaso, permitirán que el que
se cree sea mejor cuando se empiece a generar.

Me parece que esas contradicciones no son fruto de la casualidad.

Lo que ocurre sencillamente es que las propuestas que se están haciendo de
reforma laboral se basan en una serie de falsedades que de tanto oír se dan por buenas y
en un abanico de prejuicios ideológicos que se difunden sin cesar para disimulan lo que
de verdad se busca con la reforma laboral.

La primera falsedad es que la reforma laboral sea necesaria para hacer frente a la
crisis y más concretamente para acabar con el paro que ésta ha provocado. Es falso
porque el desempleo que hoy día se registra en nuestra economía no es el resultado de la
legislación laboral, de los costes de despido imperantes (cuando se han perdido casi dos
millones de puestos de trabajo sin mayores dificultades por parte de las empresas) o de
las rigideces de la negociación colectiva. Es bastante evidente que se han perdido tantos
puestos de trabajo como consecuencia de la crisis financiera que ha provocado la
irresponsable actuación de la banca y que ha dejado sin financiación a miles de
empresas, del estallido de la burbuja inmobiliaria, de la desconfianza empresarial que
todo ello ha originado y, quizá como fenómeno añadido, de un incremento anómalo
(aunque no por ello indeseable) de la población activa arrastrado por el propio
crecimiento del empleo de años anteriores.

Por tanto, para hacer frente a la crisis lo necesario no es la reforma laboral, como
se viene diciendo, sino dar soluciones a estos problemas que la originaron en última
instancia y de los que apenas se habla, y mucho menos cuando de la banca y del
aseguramiento de la financiación se trata.

Otra falsedad es la que deriva de afirmar que se podrá garantizar ahora o más
tarde mayor volumen de empleo o de mejor calidad simplemente actuando sobre el
mercado de trabajo. Se trata de una tesis liberal que la evidencia empírica ha
demostrado en innumerables ocasiones que es falsa, o cuanto menos insuficiente,
porque la creación de empleo no depende simplemente de las condiciones de la oferta y
la demanda en el mercado de trabajo sino de lo que pase en el mercado de bienes.

Lo que puede ofrecer una reforma como esta es lo mismo que produjeron las
anteriores, en España y en todos los países en las que se han llevado a cabo: mano de
obra más barata y más dócil, puestos de trabajo más precarios y mejores facilidades para
obtener beneficios a costa de producir menos y peor, pero nunca un incremento en el
nivel de empleo por sí misma. Lo que crea empleo general es la demanda global del
conjunto de la economía y no la demanda de trabajo de cada empresa: por muy barato
que sea el despido, o por muy buenas condiciones de negociación que tenga un
empresario, o por muy atractivo que sea el modelo de contratación, los empresarios no
contratarán empleo si no tienen expectativas de obtener beneficios y eso dependerá
principalmente de su volumen de ventas, de las condiciones imperantes en el mercado y
de su estructura general de costes que generalmente tiene más que ver con factores
relativos al entorno general de la empresa que con el montante particular de sus costes
laborales.

Es una falsedad también decir que se puede combatir la dualidad en el mercado
de trabajo (un problema que efectivamente habría que resolver en nuestro mercado
laboral) incorporando nuevas formas de contrato y concretamente un tipo único.

Es una falsedad porque se soslayan las razones que han dado lugar a esa
dualidad y que fundamentalmente tienen que ver con el modelo productivo y de
creación de actividad que han impuesto las grandes empresas con gran poder de
mercado a las demás, y no con los modelos de contrato: la externalización abusiva, la
subcontratación generalizada, el deterioro del empleos generado por las
administraciones públicas como consecuencia de la escasez de gasto público para
financiar la creación del capital social, la conversión en autónoma de buena parte de la
población trabajadora asalariada…

También es falso y no cuenta con evidencia empírica que pueda justificarlo
afirmar que se va a crear más empleo o de mejor calidad abaratando el despido o
flexibilizando la contratación. Es justamente lo contrario lo que ha ocurrido después de
las reformas anteriores (algo que los liberales reconocen pero que justifican diciendo
que no fueron tan lejos como debieran). Lo que ha venido después de todas ellas ha sido
el aumento de la temporalidad y de la rotación de los contratos (hasta 13 millones en el
pasado año) y nunca aumentos en la calidad del empleo o incluso de su volumen con
independencia de las condiciones generales de la economía.

Y tampoco es exactamente cierto decir que el mercado laboral español es rígido,
o más que otros países de la Unión Europea, cuando hemos podido comprobar que las
empresas han podido realizar ajustes de todo tipo y recurrir a prácticamente cualquier
tipo de contrato en estos años y a despedir sin problema a la mano de obra que no
podían asumir cuando la crisis bancaria ha destrozado la actividad económica. Como
tampoco lo es que los salarios españoles sean excesivamente altos y limiten nuestra
competitividad.

El problema del empleo en España no está en el mercado de trabajo. Está en el
modelo de crecimiento, en el predominio de un tipo de actividad de bajo valor añadido
y dependiente, en el tamaño tan reducido de las empresas como consecuencia del tipo
de redes interempresas que han impuesto las grandes, en la escasez de capital social que
pueda dinamizar la innovación y que permita competir por una vía diferente a la de
abaratar la mano de obra, en la gran oligopolización de los mercados, en el excesivo
poder político de la banca que le permite imponer condiciones favorables a sus
beneficios pero letales para la creación de riqueza productiva, entre otros factores. Y el
problema radica, sobre todo, en que los grandes capitales obtienen tantos beneficios en
las épocas de crecimiento intensivo a base de este modelo que les compensa soportar las
fases recesivas sin modificarlo porque no es sobre ellos sobre quien recaen sus costes e
inconvenientes. Sobre todo cuando ocurre como ahora, que esas grandes empresas o los
bancos que han acumulado cientos de miles de millones de beneficios en los últimos
años gracias a este modo de actuar no tienen dificultades para imponer nuevas medidas
que permitan reforzarlo para volver a las andadas.

En resumen, la reforma laboral que la gran patronal y la banca están reclamando
al gobierno no responde a las causas que han provocado la crisis y el desempleo, no va a
lograr crear más puestos de trabajo, no acabará con la dualidad entre empleos
indefinidos y temporales, no elevará la productividad ni mejorará la competitividad de
nuestras empresas, salvo las de aquellas que solo la buscan abaratando la mano de obra.
Su función no responden a las mentiras que nos cuentan. Como escribía Joaquín
Estefanía recientemente es "la de señal o emblema de que en España se practica una
política económica ortodoxa de gran austeridad" (El País, 6-6-2010). Y desde hace
mucho tiempo sabemos que lo único que busca esa política no es otra cosa que crear
mejores condiciones para que los poderosos ganen más dinero todavía.

(Juan Torres López. Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla y miembro del Consejo científico de ATTAC-España).

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