19 de marzo de 2010

La injusticia electoral

Ignacio Escolar
Escolar.net

Es una cuenta tan evidente, tan escandalosa, que sorprende que el Congreso haya necesitado dos años de comisión para llegar a cero, a la nada con sifón. Si divides el número de diputados de cada partido por sus votos descubres, con pavor, que cada parlamentario del PSOE o del PP representan, de media, a unos 67.000 votantes; mientras que en cada escaño de Izquierda Unida se amontonan, apretujados, casi medio millón de electores. Ésa es la grandeza de las matemáticas, ésa es la miseria de nuestra democracia. La división es sencilla, pero a nuestros parlamentarios les ha llevado dos años de inútiles reuniones para después concluir con ese viejo adagio de los informáticos: si funciona no lo toques. Y vaya que si funciona, al menos para ellos.

La ley electoral española –sin pecado concebida, como la transición– ha cumplido con nota su objetivo: fomentar el bipartidismo y favorecer a la derecha. Si se aplicasen algunas de las reformas propuestas para avanzar hacia un sistema verdaderamente proporcional, sería casi imposible que un PP tan radical como el de los últimos años pudiese aspirar a gobernar con mayoría absoluta, al tiempo que permitiría muchas opciones de alianzas entre partidos de izquierdas. Como ha escrito en Público Vicenç Navarro, ese sistema electoral injusto, que nació bajo la amenaza del golpismo, es una de las principales causas del subdesarrollo social de España, el país con menor gasto social por habitante de nuestro entorno.

Aunque algo sí ha hecho esa inútil comisión: habrá diputados de reemplazo por bajas de paternidad o de enfermedad y cambiará la papeleta del Senado para que dejen de presentarse los candidatos por orden alfabético. Tras esta histórica reforma, alguien apellidado Zapatero (es sólo un suponer) podrá ser elegido senador sin que el secretario provincial del partido tenga que encontrar bajo las piedras a algún militante Zorrilla o Zurita para que haga de comparsa. Sin duda, hemos ganado en democracia.

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