23 de enero de 2009

Barack Obama, ¿igualdad o liderazgo?


Benjamín Forcano

Cuando leo en El País (3-XII-08) a Paddy Ashown y Daniel Korski (destacados políticos británicos) y veo que defienden como la cosa más evidente del mundo que no podemos retirar las tropas de Afganistán y, sobre todo, releo sus motivos, me quedo boquiabierto. Su candidez atribuye una candidez aún mayor a quienes los leemos. Hay que vivir fuera de la política y de la historia protagonizada por Estados Unidos para poder escribir que las tropas -originaria y principalmente de Estados Unidos- están en Afganistán para defender los intereses del pueblo, librarlo del caos y la violencia, evitar que puedan caer en una terrible guerra civil, mejorar su nivel de vida y, por lo mismo, estar sosteniendo una guerra implacable contra los terroristas talibanes y asegurar allí nuestra propia paz.

Todo apunta a que, dado por supuesto una retirada de las tropas de Irak, vayamos asimilando que tal cosa será imposible en Afganistán, pues una de las prioridades de Obama será la guerra de Afganistán, la cual deberá afrontar con todo su poderío militar hasta lograr la victoria.

Ninguna guerra se mantiene ni se gana sino va acompañada de una guerra ideológica en los medios que la justifique. Demasiado pronto olvidamos que el gobierno estadounidense, en octubre de 2001, sin haber pasado siquiera un mes del atentado de las Torres Gemelas, respondía militarmente contra Afganistán con bombardeos, destrucción y muertos.

Instituciones de derechos humanos daban, al poco tiempo de penetrar la Alianza del Norte en territorio afgano, la cifra de 600 prisioneros ejecutados sumariamente en un solo día. A esto siguieron bombardeos con miles de civiles muertos, más miles de desplazados y más miles de hambrientos. "Objetivo militar legítimo", reponían los portavoces del ejército estadounidense. Ahí comenzó, sin parar ya más, la barbarie de Estados Unidos en Afganistán, juzgada desde los hechos, cuantitativa y cualitativamente muy superior a la del 11 de septiembre.

Una y otra barbarie –la del 11 de septiembre y la del 7 de octubre- interpelan sobre el sufrimiento de las víctimas. Pero, nuestra civilización está más que inmunizada contra este sufrimiento, por disponer de muchos medios para ahogar este sentimiento y olvidar que lo más importante humanamente hablando es el sufrimiento de las víctimas, sean quienes sean y vengan de donde vengan. No se puede relativizar el sufrimiento bajo ninguna ideología: o nos sentimos conmovidos o pasamos de largo. La democracias occidentales no cambiarán su corazón de piedra hasta que pongan en el centro al pobre o sufriente y no al ciudadano. Lo primero y lo último para todos es el sufrimiento de las víctimas, con más responsabilidad si cabe para los Gobiernos y las Iglesias. Sólo de esa manera podemos acreditarnos como humanos. Nadie puede ser buen demócrata ni buen religioso si no se mueve a compasión.

Obama habla de "un nuevo amanecer del liderazgo norteamericano" que le llevará a implantarlo no sólo con la fuerza, ni solos frente al mundo, sino juntos, teniendo como base los principios y valores americanos de la libertad y de la democracia: "Todos comparten mis ideas sobre el papel de Estados Unidos como líder mundial". La libertad, la igualdad y la justicia son, como valores de las democracias modernas, importantes, pero insuficientes sin la compasión ni el amor.

La primera potencia se propone, pues, seguir como líder: con el mundo aliado y amigo, pero con Estados Unidos a la cabeza. Un país, que tiene nueve millones de km2, con un porcentaje demográfico del mundo de un casi 7 % y que dispone de un altísimo porcentaje de la riqueza mundial, que viene ejerciendo en la historia un papel de hegemonía por las armas, se ve que no puede situarse entre los pueblos como uno más, haciendo suyos los principios y el espíritu de las Naciones Unidas. Les ha pasado a todos los imperios y le está pasando desde hace dos siglos a Estados Unidos. Las prácticas del imperio, al parecer, imprimen carácter.

La Carta de las Naciones Unidas rechaza todo liderazgo que implique orgullo y dominación: "Reafirmamos la igualdad de las naciones grandes y pequeñas, pues esta Organización está basada en el principio de la soberana igualdad de todos sus Miembros", "Reafirmamos fomentar entre la naciones las relaciones de amistad, el convivir como buenos vecinos, el respeto al principio de la igualdad y de los derechos humanos y el asegurar una cooperación internacional para una solución efectiva y pacífica de los problemas".

En gran parte del pueblo norteamericano, estuvieron presentes "los principios y valores americanos", que más que propiedad primigenia del pueblo norteamericano, son patrimonio esencial de la humanidad y de todos los pueblos. En otra buena parte de los norteamericanos, esos principios han derivado en el liderazgo detestable del Destino Manifiesto. Lo han expresado no sólo ideólogos y pensadores, sino diversos presidentes: James Monroe (1817-1825), James Polt (1845-1849), William McKinley (1897-1909), William H. Taft (1904-1913), Franklin D. Roosevelt (1933-1945), etc.: "América para los americanos". Y no sólo América, sino más, como lo prueban sus bases en toda Europa, Africa y Asia.

Este liderazgo lo ha confirmado una destacada praxis histórica de su política real. Pequeño era el territorio de Estados Unidos cuando a comienzos del siglo XVII llegaron los primeros colonos ingleses y holandeses, fueron conquistando tierras y más tierras, exterminaron a miles y miles de indios y, así, las 13 estrellas primeras de la bandera, a los 50 años de su independencia, eran 40. Era un liderazgo de la fuerza: expansión a base de amenazar, comprar, ocupar, humillar. Y el liderazgo se proyectó de modo especial en toda América Latina y América Central (su patio trasero), cuya historia del siglo XX está sembrada de invasiones, conquistas y guerras.

Y todo esto ocurriendo como Destino confiado por Dios. Lo escribía también Simón Bolívar: "Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la Libertad".

Con bravura habrá de acometer Obama ese liderazgo, tan magnificado y pervertido, si de verdad quiere que sus sueños y promesas adquieran credibilidad en cuantos le han tomado como referente de un liderazgo moral de la nueva política estadounidense internacional.

La Carta de las Naciones Unidas dejó establecido que el tiempo de los imperios y de las guerras pasó; y si el de los imperios y guerras, también el de los liderazgos. Liderazgo moral puede ejercerlo cualquier nación, incluso la más pequeña, cuando poseída por los principios y valores de toda la humanidad, vive y trata de garantizar la defensa de la igualdad, de la justicia, de la libertad, de la democracia y de la paz.

Benjamín Forcano
Sacerdote y Teólogo

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