19 de febrero de 2009

Busquemos otro nombre al periodismo

Francisco Giménez-Alemán
El Correo de Andalucía

El sábado pasado se celebró en Madrid, convocada por la Asociación de la Prensa, una concentración de periodistas para protestar por los despidos masivos en las empresas de comunicación y la precariedad en el trabajo informativo. El subempleo, el intrusismo y el abuso de los becarios en las redacciones son tres de los principales problemas denunciados. Pero del fracaso de la convocatoria da idea el hecho de que asistieron nada más que dos centenares de profesionales de un colectivo de unos ocho mil sólo en Madrid. Ni siquiera acudieron en número suficiente los despedidos, cuya cifra alcanza ya los dos millares en toda España, según datos de la Federación de Periodistas.

La inhibición de los propios interesados en problemas que tan de cerca le tocan puede tener distintas explicaciones, pero para mí que hay una especialmente destacada. Somos los propios periodistas los que empezamos a no reconocer nuestra profesión que a buen seguro, y por el camino que va, terminará en manos de los cantamañanas que convierten cualquier suceso en un circo mediático.

Ha hecho muy bien en denunciarlo el Presidente Chaves a raíz de la reedición del circo mediático que determinados medios de comunicación, con Tele 5 a la cabeza, están ofreciendo a su público con motivo del asesinato y posterior desaparición en el Guadalquivir de la joven sevillana Marta del Castillo. El morbo llevado a extremos intolerables, el retorcimiento informativo para hacer decir a la gente lo que se quiere grabar, la voladura, en suma, de cualquier principio ético y de la menor norma del libro de estilo que debe presidir nuestra conducta como informadores, han terminado por convertir este noble y antiguo oficio en otra cosa a la que definitivamente ya no podremos llamar Periodismo.

Tomados todos los resortes del poder en muchas empresas de comunicación por los gerentes y los directores comerciales, los auténticos responsables de las redacciones de esos medios han de plegarse a la dictadura de la audiencia, aun alterando el sentido de las noticias y forzando los datos del suceso a mayor gloria de los ingresos publicitarios. Y, naturalmente, no obedeciendo más órdenes que las de los tales directivos que no tienen ni pajolera idea del tratamiento informativo que cada caso requiere.

El Periodismo moderno, éste que consiste en contar las cosas tal como suceden, venía desde tiempos de Larra, si bien actualizado en su lenguaje por Azorín y otros maestros que dieron lustre al arte de informar. Ese Periodismo, basado en el rigor, la veracidad de los hechos y la comprobación de las fuentes, ha saltado por los aires sin distinción de géneros o temas. A la tele de marras le da igual la primera comunión de la niña de Jesulín que los famosos atrapados en el caso Madoff o el terrible suceso de Marta que conmociona estos días a toda España. Da igual. Se trata de orquestar cualquier noticia extraordinaria con los decibelios del sensacionalismo impúdico para despertar así los instintos más bajos y primarios de una audiencia que lo será cautiva mientras el circo continúe. Si esto es Periodismo –lo digo una vez más– me declaro extraterrestre.

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