1 de febrero de 2009

El indigenismo de Evo Morales

Ángeles Caso
Público

Estuve en Bolivia hace ya unos cuantos años. Me fascinó ese país extraño y hermoso, desde las cimas lunares del altiplano hasta los amazónicos paisajes de Santa Cruz. Pero me sorprendió inmensamente su realidad social: una enorme y miserable población de indígenas –la mayor parte de ellos aimaras–, apenas hispanohablantes, y sometidos al poder político y económico de una pequeña minoría criolla, de origen español y piel muy blanca o, como mucho, levemente manchada por antiguos mestizajes. Una población indígena de alrededor del 80%, muy superior a la de cualquier otro país latinoamericano, tal vez porque las duras condiciones de vida en las cimas andinas haya preservado a sus habitantes originales de la presencia masiva de los europeos y evitado su desaparición.

Ahora Bolivia aprueba una nueva Constitución que intenta equilibrar esa injusta situación arraigada desde hace siglos. Un marco legal que trata de garantizar el respeto a la menospreciada cultura de la mayoría indígena, de otorgarle una representatividad política e institucional que se corresponda con su verdadera presencia en el país. Lo que Evo Morales está haciendo silenciosamente –aunque no libre de una virulenta oposición– es una auténtica revolución. No dudo de que haya cometido errores. Y probablemente los seguirá cometiendo. Pero la suya es la auténtica lucha de los pobres contra los ricos, el levantamiento pacífico de aquellos que siempre han vivido sometidos y silenciados contra la pequeña minoría de privilegiados que han detentado el poder y han pisoteado impunemente durante muchas generaciones los derechos de las pobres gentes miserables, despreciando su dignidad. Sí, el tan discutido indigenismo de Morales no es más que una cuestión de justicia. Al fin.

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