23 de febrero de 2010

Penúltimas ofertas

Manuel Alcántara
Diario Sur

Las pedradas económicas han descalabrado a veinte países de la Unión Europea, aunque sea el nuestro en el que más se hable de vendajes. Incluso Obama se muestra partidario a subir los impuestos a las clases populares, ya que las otras no se dejan. Los mercados son injustos, como se sabe, pero por qué iban a ser una excepción. La vida es injusta y cuando llega una tormenta se inundan preferentemente las zonas suburbanas, ya que nunca llueve a disgusto de todos. La señora Merkel, que está envejeciendo a ojos vista, puso su mirada en Westerwelle. Ahora su ministro de Economía le está cantando las cuarenta, que se han quedado en bastante menos. Las tensiones entre los socios siempre hacen amenos los pactos y el señor ministro cree que es «decadente» ayudar a los parados de larga duración. O sea, que para remediar el problema debieran optar por morirse. En piadoso contraste, nuestro esforzado ministro de Trabajo, don Celestino Corbacho, cree que «hay que prohibir la prejubilación en empresas con beneficios».

La resignación, que dicen que es una virtud cristiana, no deja de ser una entrega, aunque se componga de cosas tan estimables como la conformidad y la paciencia. Lo que sucede es que hay cada vez menos resignados. ¿Cómo convencer a quienes tienen derecho a jubilarse de que no pueden hacerlo porque su empresa gana dinero, gracias entre otras cosas a su rendimiento? Ciertamente España ha conseguido acumular el mismo número de gente que busca trabajo al de personas deseando abandonar el que tenían. Tenemos los prejubilados más jóvenes del mundo, algunos de muy buen ver, en plenitud de sus variables facultades, pero que optaron por perder de vista su empleo. ¿Quiénes fueron los políticos cerriles, perdón por la redundancia, que hasta hace muy poco les estimularon y les recompensaron por decir adiós? Deben salir al proscenio a saludar al público.

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